Por Rev. Augustus Nicodemus
Se
engañan los que piensan que la Iglesia Cristiana debería olvidar las cuestiones
doctrinales y los temas teológicos polémicos y dedicarse solamente a la
predicación simple del Evangelio y al amor al prójimo. Se equivocan, al tomar a
Jesús como ejemplo para aceptar todo y a todos, así como el Galileo amoroso
aceptó supuestamente a todos en su época.
La
lucha por la pureza de la fe, la defensa de los puntos fundamentales de la
revelación de Dios, el conflicto con falsos maestros y sus enseñanzas, marcaron
no solamente la relación de Jesucristo con los fariseos y saduceos de su época,
sino también los inicios de la iglesia que llevó su nombre. Es imposible leer
el Nuevo Testamento sin notar la tremenda lucha que los apóstoles enfrentaron
para mantener a la Iglesia naciente en la verdad que había sido revelada y
enseñada por el Señor.
Los
libros del Nuevo Testamento son, en su gran mayoría, el resultado de los
esfuerzos de sus autores por alertar a los primeros cristianos contra las
interpretaciones erradas sobre la persona y obra de Jesucristo, hechas por
personas que no siempre fueron movidas por buenas intenciones. El apóstol Juan
escribió su Evangelio en el contexto de la infiltración de las enseñanzas del
agnosticismo incipiente del siglo I. Su primera carta combate claramente una
versión del Cristianismo que negaba la plena humanidad de Jesús. Judaizantes,
libertinos, gnósticos, seguidores de Balaam y de Jezabel infestaron las
primeras comunidades de cristianos con ideas y versiones sobre Jesús sutilmente
diferentes del Cristo predicado por los apóstoles. Fue para combatir estos
falsos maestros que gran parte del Nuevo Testamento fue escrito.
Fue
la lucha de Pablo contra los judaizantes que nos dio las grandes cartas donde
encontramos la doctrina de la justificación por la fe, Gálatas y Romanos. Lejos
de aceptar la interpretación legalista de aquellos judíos supuestamente convertidos
a la fe cristiana, Pablo los combatió a hierro y fuego, considerando que la
supervivencia de la Iglesia dependía directamente de una comprensión correcta
de la obra de Cristo.
Al
iniciar su carta, Judas – no el Iscariote – llama a sus lectores a luchar por
la fe cristiana, ante la introducción disimulada de los libertinos en sus
iglesias (Judas 3-4). Judas consideraba la doctrina de los libertinos, no como
una comprensión diferente y aceptable de la obra de Cristo, sino como una
peligrosa herejía que arruinaría a las iglesias y la fe de muchos. La fe
cristiana, es decir, aquel conjunto de verdades en el cual depositamos nuestra
fe, ya había sido entregada a los santos, a los cristianos, y era necesario
combatir ardientemente para que no fuera corrompida por falsas enseñanzas. Y es
la misma actitud que encontramos en los demás escritos neotestamentarios.
La
lucha de la iglesia apostólica fue solo el inicio. Hasta el día de hoy la
iglesia cristiana sigue sufriendo de los ataques que provienen de diversas
fuentes, cuyo objetivo es distorsionar el Evangelio de Cristo conforme nos fue
enseñado por sus apóstoles. La lucha por mantener la verdad del Evangelio ha
marcado siempre la historia de la Iglesia. Hoy, no es diferente.
Dadas
las complejidades teológicas de estas enseñanzas contrarias, su sutileza y
llamado a las mentes vacilantes y corazones débiles, el trabajo de los pastores
y líderes evangélicos debería incluir prioritariamente la enseñanza de las
Escrituras, con prácticas sanas de interpretación, exposición bíblica y
confrontación paciente y amorosa de los errores y equivocaciones de aquellos
que están bajo su cuidado. Y por encima de todo, promover y fortalecer las
grandes doctrinas fundamentales del Evangelio de Cristo.
Que
Dios levante pastores y maestros así.
Traducción al español: Lenin MDS
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