Por R. C. Sproul
Estoy
fascinado con la información que publican las agencias de publicidad. Parece
que el negocio de la publicidad se ha vuelto cada vez más sofisticado, a medida
que las agencias buscan posicionar a empresas y productos en el mercado. Para
alcanzar este objetivo, billones de dólares se gastan cada año con el fin de
crear lo que llamamos logotipo – pequeñas imágenes o símbolos que identifican
instantáneamente una marca o producto, comunicando algo sobre él, tal como su
historia, su valor o importancia. Escuche decir que el logotipo más reconocible
en los Estados Unidos de América son probablemente los arcos amarillos que
vemos afuera en los restaurantes de McDonald´s.
La fe
cristiana también tiene un símbolo universal – la cruz. ¿Por qué la cruz? Después
de todo, el cristianismo tiene muchos aspectos. Vemos estos muchos aspectos en
el campo de la teología sistemática, que se divide en varias secciones, tales
como la teología propiamente dicha, el estudio de Dios mismo; la pneumatología,
que es el estudio de la persona y la obra del Espíritu Santo, la eclesiología,
que es el estudio de la iglesia, soteriología, que es el estudio de la
salvación, etc.
Sin
embargo, una de las secciones más importantes de la teología es la cristología:
el estudio de la persona y la obra de Cristo. En este campo de estudio, cuando
deseamos obtener el aspecto más crucial, el aspecto que podemos llamar de “quid”
del asunto sobre la persona y la obra de Jesús, pensamos inmediatamente en la
cruz. La palabra crucial y crux tienen su raíz en la palabra latina para “cruz”
y ha llegado a nuestro idioma con sus significados actuales porque el concepto
de la cruz está en el centro mismo del cristianismo bíblico. En un sentido muy real,
la cruz cristaliza la esencia del ministerio de Jesús.
Esta fue
la opinión del apóstol Pablo. En su primera epístola dirigida a la iglesia de
Corinto, Pablo hizo una declaración asombrosa acerca de la importancia de la
cruz para toda la fe cristiana: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para
anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de
sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo,
y a éste crucificado” (1 Cor. 2: 1-2).
Pablo era
un hombre que tenía el equivalente a dos doctorados en teología cuando tenía 21
años de edad, un hombre que escribió con gran discernimiento sobre todo el
ámbito de la teología. Sin embargo, afirmó que el punto focal de su enseñanza,
predicación y ministerio entre los corintios era simplemente “Jesucristo y a
este crucificado”.
Cuando el
apóstol hizo esta afirmación, obviamente estaba involucrado en el arte
literario de la hipérbole. El prefijo griego hiper es la fuente de nuestra palabra super e indica un grado de énfasis. Hiper se une a una palabra-raíz y la hace resaltar. En este caso,
la palabra-raíz proviene del verbo griego “lanzar”.
Por lo tanto, hipérbole es, literalmente, un “superlanzamiento”; es una forma de énfasis que usa una exageración
intencional. Este es un artificio común en la comunicación. A veces, cuando un
hijo desobedece, un padre puede decir enojado: “Te he dicho mil veces que no
hagas eso”. El padre no quiere decir, literalmente, mil veces; y nadie que
escuche al padre entiende que él quiere decir literalmente mil veces. Todos
entienden que una declaración como esta es una exageración – una exageración
que no nace del engaño o la falsedad, sino de la intención de enfatizar algo.
Esto es
lo que estaba haciendo el apóstol Pablo cuando dijo a los cristianos de Corinto
que había decidido no saber nada, excepto a Cristo crucificado. Es claro que Pablo
estaba determinado a conocer todo tipo de cosas además de la persona y la obra
de Jesús. Él quería enseñar a aquellos cristianos las cosas profundas sobre el
carácter y la naturaleza de Dios el Padre. Deseaba instruirlos sobre la persona
y la obra del Espíritu Santo, sobre la ética cristiana y muchas otras cosas que
van más allá del alcance inmediato de la obra de Cristo en la cruz. Entonces,
¿Por qué Pablo dijo esto? La respuesta es obvia. Pablo estaba diciendo que, en
toda su enseñanza, en toda su predicación, en toda su actividad misionera, el
punto importante y central era la cruz. En realidad, este maestro estaba
diciendo a sus alumnos: “Pueden olvidar otras cosas que les he enseñado, pero
nunca olviden la cruz, porque fue en la cruz, a través de la cruz y junto a la
cruz que nuestro señor llevó acabo la obra de redención y reunió a Su pueblo
para la eternidad”.
Al poner
este énfasis en la cruz, Pablo estaba hablando en nombre de todos los
escritores del Nuevo Testamento. Si pudiéramos leer el Nuevo Testamento con
ojos vírgenes, es decir, como si fuéramos la primera generación de personas en
escuchar el mensaje, creo que quedaría claro que la crucifixión estaba en el
centro mismo de la predicación, enseñanza y catequesis de la comunidad del
Nuevo Testamento – junto, por supuesto, con la piedra angular de la obra de
Cristo, su resurrección y posterior ascensión. El Nuevo Testamento nos revela
la importancia, el propósito, y el significado de la cruz de Cristo.
Si es verdad que la cruz tiene importancia crucial en el
cristianismo bíblico, parece que es esencial que los cristianos entiendan el
significado de la cruz en términos bíblicos. Esto sería cierto en cualquier
generación, pero es particularmente necesario en esta. Dudo que haya habido un
periodo en los dos mil años de la historia del cristianismo en el que el
significado, la centralidad e incluso la necesidad de la cruz hayan sido más
controversiales que ahora. Ha habido otros periodos en la historia de la
iglesia cuando surgieron teologías que consideraban la cruz de Cristo como un
acontecimiento innecesario, pero nunca antes en la historia de la iglesia
cristiana la necesidad de la expiación ha sido tan ampliamente desafiada como
en nuestros días.
La gente me dice que no son cristianos, no tanto porque nunca
se hayan convencido de las afirmaciones verdaderas del cristianismo, sino
porque nunca se han convencido de la necesidad de lo que enseña la biblia.
¿Cuántas veces has oído a la gente decir: “¿Esto tal vez sea cierto, pero yo
personalmente no siento la necesidad de Jesús”, o “¿No necesito la iglesia”, o
“No necesito el cristianismo”? Cuando la gente me dice algo como esto, trato de
dirigir la conversación hacia la cuestión de la verdad del cristianismo. Creo
que, si pudiéramos convencer a las personas de la verdad sobre la persona de
Cristo y la obra que él hizo, notarían inmediatamente que necesitan de esta
verdad.
En cierta ocasión, mientras esperaba a mi esposa Vesta, en un
centro comercial, vi una librería y entré. Había millares y millares de libros
en aquella tienda, separados en diversas categorías marcados de manera
prominente: ficción, no ficción, negocios, deportes, autoayuda, matrimonio,
historias infantiles, etc. muy al fondo de la tienda estaba la sección de
religión, que consistía solo de cuatro estantes, lo que la convertía en una de
los segmentos más pequeños de la tienda. El material que se encontraba en
aquellos estantes no era lo que podríamos llamar cristianismo tradicional,
ortodoxo y clásico. Me pregunté: ¿Por qué esta tienda vende ficción y
autoayuda, pero no le daba importancia, como parte de su programa, el contenido
de la verdad Bíblica?
Comprendí que la tienda no estaba allí como un ministerio. Su
propósito era comercial, obtener ganancias. Por eso, admití que la razón por la
que no había buenos libros cristianos era por el hecho de que no había muchas
personas preguntando: ¿Dónde puedo encontrar un libro que me enseñe acerca de
las profundidades y riquezas de la expiación de Cristo? Incluso cuando vamos a
una librería cristiana, encontramos poca evidencia de que las personas están
preocupadas por obtener una comprensión más profunda de algo tan central como
la expiación.
Pensé sobre estas cosas y llegué a la conclusión de que las
personas no están interesadas en una expiación. Están convencidas de que no la
necesitan. No preguntan: ¿Cómo puedo reconciliarme con Dios? ¿Cómo puedo
escapar del juicio divino? Si nuestra cultura perdió alguna cosa, fue la idea
de que los seres humanos son personal, particular, individual, y en última
instancia, inexorablemente responsables ante Dios por sus vidas.
Si todo el mundo se despertara y dijera: “Algún día tengo que
presentarme ante mi Creador y dar cuenta de cada palabra que he dicho, cada
acción que he hecho, de cada pensamiento y de cada tarea que no hice”, podrían
suceder varias cosas. Podrían decir: “Soy responsable, pero no es realmente
importante el hecho de que Aquel ante quien tengo que entregar cuentas no se
preocupa con el tipo de vida que llevo, porque entiende que los niños serán
niños y las niñas serán niñas” En este caso, nada cambiará. Pero, si las
personas entendieran que hay un Dios santo y que el pecado es una ofensa contra
este Dios santo, llenarían nuestras iglesias y preguntarían: “¿Qué debo hacer
para ser salvo?”.
Una vez fui al hospital a causa de una piedra en el riñón. No
era algo que involucrara riesgo de muerte – simplemente lo parecía. Soy una de
esas personas que, al sentir dolor, hará todo lo que esté a su alcance para
negar su existencia, así no tendré que ver al médico, pedirle que investigue y
oírle decir malas noticias. Pero, cuando tuve aquella piedra en el riñón, llamé
al médico rápidamente. Cuando llegué al hospital, los médicos no podían
averiguar lo que me pasaba. Mientras esperaba el resultado de los exámenes,
acostado de espaldas y adolorido, estuve buscando canales de televisión y me
detuve en una trasmisión religiosa, donde el predicador estaba leyendo la
historia de la Navidad. En el transcurso de la lectura, llegó a la Anunciación:
“Porque os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el
Señor” (Lc. 2: 11). No puedo decirte cuantas veces he leído o escuchado esta frase,
pero cuando estaba en esa cama de hospital, con mi futuro incierto, me golpeo
con un mazo. Me dije a mi mismo, “Esto es exactamente lo que necesito: un
Salvador”.
Mi argumento es este: sentí la necesidad de un Salvador porque
estaba sufriendo. Estaba con miedo, y las cuestiones relacionadas con la vida y
la muerte ocupaban un lugar central en mi atención. Pero esto no es así en
circunstancias normales en el día a día en la vida de las personas. Nuestra
necesidad de salvación no es una preocupación primordial. Sin embargo, el
cristianismo opera bajo la premisa principal de que el hombre necesita la
salvación.
La doctrina de la justificación que prevalece en nuestros días
no es la doctrina de la justificación solo por la fe. Ni siquiera es la
enseñanza de la justificación a través de las buenas obras o por una
combinación de fe y obras. El concepto de la justificación que predomina hoy en
la cultura occidental es el de la justificación a través de la muerte. Se asume
que todo lo que uno tiene que hacer para ser recibido en los brazos eternos de
Dios es morir.
En algunos casos, la indiferencia predominante hacia la cruz
se convierte abiertamente hostil. En cierta ocasión me pidieron que diera una
conferencia en la que explicara la relación entre el antiguo y nuevo pacto. En
el transcurso de esta conferencia, me referí a la muerte de Cristo como un
sacrificio sustitutivo y vicario por los pecados de otros. Para mi sorpresa,
alguien en el fondo de la sala gritó: “Esto es primitivo y obsceno”. Me quedé
desconcertado por un momento, así que le pregunté: ¿Qué dijiste? Lo volvió a
decir con gran hostilidad: “Eso es primitivo y obsceno”. En ese momento, me
recuperé de mi sorpresa y le dije al hombre que realmente me gustaba la
elección de sus adjetivos. Es primitivo que se haga un sacrificio de sangre
para satisfacer la justicia de un Dios santo y trascendente, pero el pecado es
algo primitivo y básico para nuestra existencia humana, por eso Dios resolvió
comunicarnos su amor, misericordia y redención a través de esta obra primitiva.
La cruz fue la cosa más horrible y obscena en la historia del mundo. Así que,
le agradecí por su observación. Pero el punto es que él hombre era extremadamente
hostil a toda idea de la expiación.
Por supuesto, esta duda generalizada sobre la necesidad de una
expiación no apareció de la noche a la mañana. De hecho, la expiación ha sido
durante mucho tiempo objeto de debate dentro de la iglesia.
Tengo un amigo teólogo que frecuentemente dice: “En la
historia de la Iglesia, hay básicamente tres tipos de teología”. Aunque ha
habido muchas escuelas, con numerosos nombres y distintos matices, en general solo
hay tres tipos de teología, los cuales llamamos agustinianismo,
semipelagianismo y pelagianismo. En términos simples, el agustinianismo afirma
que la salvación está fundamentada tan solo en la gracia de Dios, el
semipelagianismo enseña que la salvación depende de la cooperación humana y la
gracia de Dios, y el pelagianismo cree que la salvación se puede alcanzar sin
la gracia de Dios. Prácticamente, todas las iglesias caen en una de estas tres
categorías.
En mi opinión, el agustinianismo y el semipelagianismo
representan debates importantes dentro de la familia cristiana, representan
distintas opiniones sobre la interpretación bíblica y la teología entre los
cristianos. Sin embargo, el pelagianismo en sus diversas formas no es un asunto
interno entre los cristianos, sino que, en el mejor de los casos, es subcristiano
y, en el peor de los casos, anticristiano. Digo esto debido a la opinión que
tiene el pelagianismo sobre la necesidad de la cruz.
Así como hay tres tipos básicos de teología, así también hay
históricamente tres opiniones básicas sobre la necesidad de la expiación.
Primero, existen aquellos que creen que la expiación es totalmente innecesaria.
Los pelagianos, en todas sus formas, encajan en esta categoría. El
pelagianismo, que se originó en los siglos XVI y XVII y lo que hoy llamaríamos
liberalismo teológico son, todos, esencialmente, no cristianos porque, en el
corazón de cada uno de ellos hay una negación de la expiación de Jesucristo.
Estas escuelas de pensamiento, al remover del Nuevo Testamento el acto
reconciliador de Cristo, no tienen nada que ofrecer, excepto moralismos. Para
ellos, la cruz es el lugar en el que Jesús murió como un ejemplo para los
hombres. Lo ven como un héroe existencial, como Aquel que nos inspira con su
compromiso y devoción al auto-sacrificio y sus preocupaciones humanistas. Pero
esos moralismos no son, de ningún modo, únicos y dignos de lealtad. En el
pelagianismo, no hay salvación, ni Salvador, ni expiación, porque en esta
escuela de pensamiento la salvación no es necesaria.
En segundo lugar, están aquellos que creen que la expiación es
solo hipotéticamente necesaria. Este punto de vista expresa la idea de que Dios
podría habernos redimido a través de una variedad de formas y medios, o podría
haber elegido pasar por alto el pecado humano. Sin embargo, hizo algo dramático
cuando se comprometió a seguir cierto curso de acción. Eligió redimirnos a
través de la cruz, por medio de una expiación. Una vez que Dios se comprometió
consigo mismo, la expiación, se hizo necesaria, no de jure o de facto, sino de
pacto, es decir, por la virtud de un pacto o una alianza que Dios hizo para
emitir una promesa de que haría una cosa en particular. La promesa era gratuita
en el sentido de que no era necesario que Dios lo hiciera, pero, a pesar de
eso, la hizo. Luego, se comprometió con este curso de acción. Esto es lo que se
entiende por una necesidad hipotética de la expiación.
El tercer punto de vista, que es el punto de vista cristiano
ortodoxo clásico, y que estoy convencido de que es el punto de vista bíblico,
es que una expiación no era simplemente hipotéticamente necesaria para la
redención del hombre, sino que era absolutamente necesaria, si alguien tenía
que ser redimido y reconciliado con Dios. Por esta razón, la teología ortodoxa
ha afirmado, durante siglos, que la cruz es una parte esencial del
cristianismo, esencial en el sentido de que es una condición sine qua non, “sin el cual el
cristianismo no existiría”. Si se quita la cruz como un acto expiatorio, quitas
el cristianismo.
La afirmación de que la cruz era un requisito previo absolutamente
necesario para la redención, suscita inmediatamente la pregunta ¿Por qué? La
respuesta yace, como lo ha hecho incluso desde la época de Agustín y Pelagio,
en nuestra comprensión de la naturaleza del carácter de Dios y la naturaleza
del pecado. Si tenemos una idea incorrecta del carácter de Dios y la naturaleza
del pecado, es inevitable que lleguemos a la conclusión de que la expiación no
era necesaria. Por lo tanto, en los próximos capítulos trataremos estos asuntos
cruciales.
Traducción: Lenin MDS
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