El Costo cultural de regular la Economía

 Por Andrew Sandlin

Vivimos en medio de una revolución económica. El hecho de que nos haya ido devorando poco a poco no la hace menos revolucionaria. De igual modo es una revolución moral. La economía es una cuestión moral. No es un tema en el que los cristianos puedan simplemente estar de acuerdo en no estar de acuerdo. Es notable la cantidad de cristianos que se oponen al aborto y al "matrimonio" homosexual, pero niegan oponerse al Obamacare y a los programas estatales de bienestar social. Aparentemente, están dispuestos a defender el sexto mandamiento ("No matarás") y al séptimo ("No cometerás adulterio"), pero no al octavo ("No robarás"). El robo no se santifica de algún modo solo porque lo practique el gobierno estatal o federal. En última instancia, toda propiedad pertenece a Dios, pero la Biblia claramente exige la inviolabilidad de la propiedad individual[1] . La tributación es legítima solo si su propósito es financiar el papel genuino del gobierno. El problema hoy, como sabemos, es que el gobierno ha ampliado considerablemente su papel y, por tanto, ha extraído, es decir, robado, dinero para mantenerse.

 

A medida que nuestra cultura se vuelve más secular, se vuelve más socialista. El socialismo es una forma de providencia secular. Cuando ya no creemos que Dios nos provee, nos volvemos hacia el Estado como nuestra deidad totalmente suficiente[2]. Esta es la razón por la que las sociedades cada vez más seculares son siempre sociedades más socialistas, por más que nuestros amigos libertarios seculares se sientan ofendidos por este hecho. La secularización de la sociedad no produce una sociedad secular de libre mercado imaginada por personas como Ayn ​​Rand. Produce una sociedad socialista más cercana a la del tipo de Karl Marx.

 

Pero hay un costo moral en la manipulación económica no menos repulsivo que el robo estatal: la búsqueda de la utopía[3]. Los izquierdistas parecen siempre estar ocupados coaccionando los ingresos fiscales para crear una sociedad justa o igualitaria (según su definición, por supuesto). Algunos ciudadanos son demasiados ricos y otros demasiados pobres, y el papel del Estado es crear una mayor igualdad. Este es el principio fundamental del marxismo ateo en el que incluso cristianos profesantes (como Jim Wallis y Sojourners ) han invertido acciones. Es una forma de regulación económica que la Biblia prohíbe. Y tiene costos, y no me refiero principalmente al costo para las personas trabajadoras que deben entregar el dinero que tanto les costó ganar al gobierno para que lo utilicen los burócratas elitistas. El problema es aún más profundo.

 

El libro de Angelo Codevilla, El carácter de las naciones[4], muestra que las leyes y costumbres de una nación tienden a crear (con el tiempo) un tipo peculiar de ciudadano. Codevilla demostró, presentando hechos, que las personas en la Unión Soviética, por ejemplo, tenían aspiraciones, comportamientos y hábitos diferentes a los estadounidenses. Esta no era una cuestión racial, sino cultural. Las leyes y costumbres de los Estados Unidos incentivarondesincentivaron formas de comportamiento diferentes de las que los diversos tipos de leyes hacían en la Unión Soviética. La cultura soviética creó un tipo diferente de ser humano. Con el tiempo, el comportamiento inculcado por un gobierno se arraiga en una cultura.

 

La regulación económica en los Estados Unidos, hoy en día, está creando gradualmente un nuevo tipo de individuo. Este individuo, desde su niñez, se siente con derecho a un estilo de vida determinado, a un nivel educativo específico y a una calidad de atención en particular. En generaciones anteriores, dentro de una cultura cristiana, se entendía que estos placeres de la vida eran los beneficios de una inversión sabia y trabajadora. Hoy, sin embargo, esos beneficios se han reducido a beneficios sociales; el trabajo duro y la inversión inteligente se han eliminado de la ecuación. Dado que la regulación económica ha generado estos beneficios, por ahora, en cualquier caso, los individuos están contando con ello. La regulación económica ha creado un nuevo tipo de individuo, alguien para quien la sabiduría, la inteligencia, la gratificación tardía, el orgullo de ser propietario y la preocupación por las generaciones futuras son prácticamente irrelevantes. Es fácil culpar a los jóvenes veinteañeros que se niegan a dejar la casa de sus padres y encontrar un trabajo para mantenerse a sí mismos, mientras esperan televisión por cable e Internet gratis y entradas gratis para el último concierto de Coldplay.  Y sí, tienen su parte de responsabilidad. Pero la mayor parte de la culpa debe recaer en los pies de nuestra cultura y su gobierno: la regulación económica está involucrada en la educación de estos jóvenes. 

 

Por lo tanto, sugiero que el costo más pernicioso de la regulación económica no es el estancamiento económico, que es verdaderamente gravoso, sino el estancamiento ontológico; es decir, esta política, con el tiempo, crea un tipo de individuo diferente y moralmente inferior.

 

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 Fuente: https://docsandlin.com/2015/08/13/the-cultural-cost-of-economic-rigging/

Traducción al español: Lenin MDS

Correo: mendez0211@gmail.com



[1] John M. FrameThe Doctrine of the Christian Life (Phillipsburg, New Jersey: P & R Publishing, 2008), 797–798.

[2] P. Andrew Sandlin, Economic Atheism (Mount Hermon, California: Center for Cultural Leadership, 2011), 7–12.

[3] Thomas Molnar, Utopia, The Perennial Heresy (New York: Sheed & Ward, 1967).

[4] Angelo M. CodevillaThe Character of Nations (New York: Basic Books, 1997).

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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