Babilonia la Grande ha Caído

por Kyle Butt, M.A.

Babilonia fue una de las ciudades más ricas del mundo durante los años 740 a.C. al 680 a.C. Durante estos “días gloriosos”, la ciudad prosperó como si tuviera el toque mágico de Midas; todo lo que tocara parecía convertirse en oro. Babilonia estaba ubicada entre los ríos Tigris y Eufrates—una franja de tierra muy agrícolamente productiva tanto que hoy es conocida como la “medialuna fértil”.

Sin embargo, su agricultura y sus llanuras bien-irrigadas no eran la razón por la cual era famosa. Babilonia ganó su reputación a causa de sus murallas altas y masivas y sus almenas defensivas fuertes. De hecho, los escritores antiguos describieron murallas que fueron de 14 millas de largo en los cuatro lados de la ciudad y que alcanzaban alturas de más de 300 pies—más altas que la mayoría de edificios de hoy en día. Las murallas no eran solamente largas y altas, sino también en algunos lugares tenían 75 pies de grosor. Pero las murallas no eran la única forma de defensa. El Río Eufrates circundaba la ciudad, haciendo un foso perfecto que oscilaba de 65 a 250 pies de un lado al otro. Esta combinación de foso/pared parecía hacer a la ciudad inconquistable.

Pero a pesar de la fortaleza militar fuerte y defensiva de la ciudad, los profetas de Dios predijeron su destrucción. En Jeremías 50:9, el profeta declaró que Dios iba a hacer “subir contra Babilonia reunión de grandes pueblos de la tierra del norte”. Esta predicción probablemente parecía infundada en el tiempo que fue hecha, ya que ninguno de estos pueblos se aproximaba a tener suficiente fuerza como para derrotar a Babilonia. Pero años después de la profecía, Ciro, rey del Imperio Medo-Persa, organizó gran fuerza de muchas naciones diferentes y marchó hacia el Sur en contra de Babilonia. Los detalles del cumplimiento son asombrosos. Jeremías registró que Dios había declarado: “Secaré su mar, y haré que su corriente quede seca” (51:36). Otra vez el profeta predijo: “Sequedad sobre sus aguas, y se secarán; porque es tierra de ídolos” (50:38). Además, el profeta prometió que el Señor había hablado: “Les pondré banquetes, y haré que se embriaguen, para que se alegren, y duerman eterno sueño y no despierten” (51:39).

Ahora escuche la narración cuando la historia se revela. El Río Eufrates corría por debajo de las grandes murallas de Babilonia. Después de un sitio de dos años completos, Ciro fue capaz de desviar el río para hacerlo fluir en un gran pantanal al lado occidental de la ciudad. Al hacer esto, él “secó los ríos” de Babilonia y proveyó una manera fácil para que sus soldados entraran debajo de las murallas de la ciudad donde las aguas solían fluir. Pero los babilonios dentro de la ciudad no tenían idea de lo que estaba pasando. Ellos pudieron haber defendido la ciudad, pero en cambio estaban festejando y emborrachándose. Ciro ordenó a sus hombres a actuar como injuriadores borrachos, y para el tiempo que los babilonios supieron que estaba pasando, la ciudad estaba llena de tropas enemigas que finalmente la conquistaron.
Incluso cuando las circunstancias anteriores serían suficientes como para probar la exactitud de la profecía de Jeremías (y por ende de la Biblia), las predicciones de los profetas no paran allí. Los capítulos 50-51 del libro de Jeremías están llenos con más condenaciones futuristas de Babilonia, todas las cuales fueron cumplidas en mínimo detalle. Ciertamente, las palabras habladas por el profeta sí se cumplieron.

Una y otra vez, la Biblia ha estado “justo en el blanco” cuando ha predicho el futuro. Los registros seculares documentan los hechos acerca de Babilonia. Por tanto ¿qué prueba esto? Esto prueba simplemente una cosa—que Dios mismo inspiró las palabras escritas en las páginas de la Biblia. Y ya que ese es el caso, todo ser humano debería dar la bienvenida a la Biblia “no como la palabra de hombres, sino como lo que es en verdad, la Palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13).
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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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