¿POR QUIEN MURIO CRISTO?

Esta semana que va a iniciar (5-11), a nivel mundial se va a celebrar la Semana Santa, se celebra la Pasión de Cristo. El mundo recuerda de muchas formas este gran acontecimiento. Quiero iniciar esta serie con la siguiente pregunta. Pregunta que creo es muy importante.

¿POR QUIEN MURIO CRISTO?

Comentario a la Confesión de Fe de Westminster
Por: Archibal Alexander Hodge

CAPITULO VII
SECCIONES III y IV

III. El hombre, por su caída, se hizo indigno de la vida por aquel pacto, por lo que plugo a Dios hacer un pacto nuevo, (Gal. 3:21. Rom. 8:3. Isa. 42:6. Gen. 3:15) llamado de gracia, según el cual Dios ofrece libremente a los pecadores vida y salvación por Cristo, exigiéndoles la fe en éste para que puedan ser salvos. (Mar. 16:15, 16. Juan 3:16) y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que ha ordenado para vida, dándoles así voluntad y capacidad para creer. (Eze. 36:26, 27. Juan 6:37, 44).

IV. Este pacto de gracia se enunciaron con frecuencia en las Escrituras con el nombre de testamento, con referencia a la muerte de Jesucristo el testador, y a la herencia sempiterna con todas las cosas que a esta pertenecen y están legadas por él. (Heb. 9:15, 16, 17 y 7:22. Luc. 22:20. I Cor. 11:25).

Habiendo perdido Adán para sí y para su posteridad el derecho al cumplimiento de la promesa original, cuya condición era la obe­diencia perfecta, y habiendo caído bajo la pena anexa a la desobe­diencia, a menos que aquel antiguo pacto no fuera modificado o se le agregara alguna cláusula suplementaria, el hombre quedaría perdido para siempre. La humanidad no podía salvarse sino por una inter­vención nueva y misericordiosa de Dios. Si Dios intervenía en la sal­vación de los hombres, sería bajo un plan definido y sobre ciertas condiciones proclamadas claramente y cumplidas con toda seguridad. Esto es, debía introducirse un nuevo pacto que trajera una vida efec­tiva a los que habían de ser salvos por él, bajo condiciones diferentes de aquellas bajo las que se ofreció la vida en el antiguo. La cuestión entonces es sobre lo que las Escrituras revelan acerca de las partes a quienes se hace la promesa y a las condiciones de que depende.

La manera como los Arminianos ven la cuestión es como sigue: Habiendo perdido Adán el derecho a la promesa, e incurrido en la pena del pacto que exigía la obediencia perfecta, la muerte de Cristo, satisfaciendo todas las demandas de la justicia absoluta, hizo posible el que Dios por medio de él entrase en un pacto nuevo titulado pacto de gracia, ofreciendo a todos los hombres individualmente la vida eterna perdida por Adán, y haciendo tal ofrecimiento bajo las con­diciones de fe y obediencia evangélica, las que misericordiosamente puso al alcance de los hombres. Conforme a este modo de ver, el nuevo pacto es de obras lo mismo que el antiguo, la única diferencia es que las obras ahora exigidas son menos dificultosas, y somos ayu­dados por la gracia en nuestros esfuerzos para cumplirlas. Conforme a esa opinión, la fe y la obediencia evangélica aseguran la vida eterna bajo el nuevo pacto, del mismo modo que la obediencia perfecta la aseguraba en el antiguo.

Por otra parte, este modo de ver la cuestión está en desacuerdo con el Evangelio. El método de salvación ofrecido por el Evangelio ni cede el principio de una obediencia perfecta, ni rebaja los términos de la ley. Cristo cumplió el antiguo pacto de una manera absoluta, y entonces, en lo que él hizo ponemos nuestra fe o confianza y de este modo somos hechos participantes de su justicia y beneficiarios de su gracia. La fe no es una obra que Cristo, por condescendencia, quiera aceptar, por el Evangelio, en lugar de la obediencia perfecta como base de salvación, es solamente la mano con la cual asimos a la perso­na y obra de nuestro Redentor, quien es el fundamento verdadero de la salvación.

El modo Calvinista de ver la cuestión es el siguiente: Habiendo Dios determinado salvar a los que había elegido de entre la masa caída de los descendientes de Adán, señaló a su Hijo para que encár­nara en nuestra naturaleza, y como el Cristo o Mediador Dios-Hom­bre, le consideró como al segundo Adán y como representante de la humanidad redimida y entró en un pacto con él y con su simiente. En este pacto, el Mediador asume para sí, en representación de su si­miente elegida, las condiciones rotas del pacto antiguo de obras pre­cisamente como Adán las dejó. Adán faltó a la obediencia y en con­secuencia perdió la vida; pecó y por consiguiente cayó bajo la pena interminable de la muerte. Cristo sufrió la pena y así satisfizo, en representación de los elegidos, las demandas del antiguo pacto, y al mismo tiempo prestó una perfecta obediencia vicaria, la cual era la condición bajo la que se prometió originalmente la vida eterna a Adán Todo esto lo hizo Cristo como parte principal en aquel pacto y obrando en representación de su pueblo.


Después de esto, en la administración misericordiosa de este pac­to, Cristo el Mediador ofrece las bendiciones alcanzadas por él a todos los hombres, bajo la condición de la fe, esto es, él manda a todos los hombres que por la instrumentalidad de la fe alcancen tales bendi­ciones, y promete que los que así lo hagan, gozarán seguramente de ellas; y él como fiador y medianero de su pueblo asegura en los re­dimidos la fe y la obediencia para que nunca les falte.

Con el objeto de hacer más comprensible el plan divino de la redención humana, algunos teólogos Calvinistas lo presentan como dividido en dos pactos. Al primero lo llaman pacto de redención he­cho desde la eternidad entre el Padre y Cristo, representando éste último a los elegidos, y cuyo pacto tuvo por objeto definir los tér­minos de la salvación de los que habían de ser salvos. Al segundo lo titulan pacto de gracia por el cual se ofrece la vida a todos los hombres bajo la condición de la fe, y garantizada a los elegidos por la agencia de Cristo que es el "fiador del nuevo pacto" y quien ase­gura el cumplimiento por ellos de las condiciones estipuladas.

Nuestra Confesión nada dice de estos dos pactos. Ella no distin­gue entre el pacto de redención y el de gracia. Los varios pasajes que tratan del asunto, Conf. de Fe cap. VII § 3; Cat. May. P. 31; Cat.. Men. P. 20, dicen que no hay sino un solo pacto hecho desde la eternidad entre Dios y Cristo en representación de los elegidos para asegurar la salvación de éstos. Cristo administra este pacto en las ofertas y ordenanzas de su Evangelio, y por las influencias benéficos del Espíritu Santo. El Catecismo Mayor en el pasaje ya citado, enseña que el pacto de gracia fue "contratado con Cristo para su pueblo. La Confesión de Fe en las secciones citadas, enseña que tal pacto es administrado por Cristo para su pueblo. La doctrina de la Escritura que es también la de nuestra Confe­sión puede sentarse en las proposiciones siguientes:

Que la base de la Redención humana es un pacto o acuerdo per­sonal entre el Padre representando a la Divinidad y el Hijo, quien en la plenitud del tiempo reuniría el elemento humano a su persona, y representaría a todos los elegidos como Mediador y como el que res­pondería por ellos. Las Escrituras enseñan claramente que el Padre y el Hijo han resuelto de común acuerdo—(a)—quiénes han de ser sal­vos;— (b)—qué debe hacer Cristo para que lo sean;—(c) —cómo debe hacerse la salvación personal; —(d)—las bendiciones y ventajas que traerá la salvación; — (c)—y lo tocante a ciertas recompensas oficiales que serían alcanzadas por el Mediador como resultado de su obediencia.

(1 ) Las Escrituras dicen que el Padre prometió al Mediador la salvación de su simiente como recompensa de los trabajos de su alma. Isa 53:6-7,10-11; Sal. 39:3-4.

(2) Cristo se refiere con frecuencia a la comisión anterior que ha­bía recibido de su Padre. Juan 10:18; Luc. 22:29; y pide la recompen­sa estipulada sobre el cumplimiento de dicha comisión. Juan 17:4, 5.

(3) Cristo asegura constantemente como Mediador, que su pueblo y la gloria esperada le serán dadas por su Padre como recompensa.

La promesa de este pacto era:—(1)—Toda la preparación que Cristo necesitaba para llevar a cabo su obra. Heb. 10:5; Isa. 43:1 7.— (2)—Toda la ayuda necesaria para su obra. Luc. 22;43.— (3)—Una recompensa gloriosa—(a)— en su propia persona "tean­trópica" (Dios y hombre) como Mediador. Juan 5:22; Sal. 110:1.— (b)—En poner bajo su mano la administración universal de las gra­cias y bendiciones del pacto. Mat. 13:18; Juan 1:12; 7:39; 17:2; Act. 2:33—(c)—En la salvación de los elegidos, incluyendo todas las preparaciones de la gracia tanto generales como especiales, como la regeneración. Justificación, santificación, perseverancia y gloria. Tito 3:5, 6; Jer. 31:33; 32:40; Isa. 35:10; 53:10, 11.

3ª Las condiciones de este pacto eran—(1)—Que Cristo nace­ría de una mujer y sujeto a la ley. Ga] 4:4,5.— (2)—Que asumiría para sí, y en descargo de los elegidos que representaba, todas las con­diciones quebrantadas del pacto de obras y todas las responsabilidades anexa-a él, Mat. 5:17, 18.— (a)—prestando la obediencia perfecta, que era la condición del antiguo pacto. Sal. 40:8; Isa. 42:21; Juan 8: 29; 9:4-5; Mat. 19:17, y—(b)—sufriendo la pena de la muerte que había atraído el quebrantamiento del pacto de obras. Isa. 53; II Cor. 5:21; Gal. 3:13; Efes. 5:2.

Cristo como Rey Medianero, administra a su pueblo los be­neficios de su pacto, y por su providencia y Espíritu hace que ellos reciban estas bendiciones conforme a su voluntad. Estos benefícios él los ofrece a todos los hombres en el Evangelio. Él los concede sin otra condición que el recibimiento de ellos. Pero en el caso de los ele­gidos, él obra fe en ellos, y como su fiador, está empeñado en hacer todo lo que depende de su agencia o se alcanza por su medio. En toda la esfera de nuestra experiencia vemos que cada deber cristiano es una gracia, pues sólo podremos llenar las condiciones de la fe y el arrepen­timiento cuando nuestro fiador nos dé la capacidad para ello. Todas las gracias cristianas traen consigo deberes análogos. Digámoslo de una vez: Cristo alcanzó la salvación para nosotros, y nos la aplica; manda que hagamos nuestra salvación, y hace que podamos obedecer­le; nos ofrece gracia y vida eterna bajo ciertas condiciones, y nos da tanto las condiciones como la gracia y la vida eterna. Él nos da lo que espera que tengamos. Nos pide lo que al mismo tiempo nos da. Vis­tos en Dios la fe y el arrepentimiento son dones del Hijo. Vistos en nosotros, son deberes y experiencias de la gracia, los primeros sínto­mas de la salvación—instrumentos por los que la salvación puede al­canzarse. Vistos en conexión con el pacto de gracia, son elementos de la promesa del Padre al Hijo, conforme a la obra medianera de éste. Vistos con referencia a la salvación, son el índice del principio de ella y las condiciones sino qua non de la conclusión de ésta.

Según el modo como administra Cristo su pacto en la actualidad, este, bajo cierto aspecto es análogo a un testamento que se ejecutará cuando muera el testador. Así es que la palabra "testamento" en Heb. 9:16, representa bien el significado de la voz griega diatheke. Em­pero Cristo es un Mediador que siempre vive y siempre obra; el mis­mo ayer, hoy y por siempre, y por esta razón la palabra diatheke cuando se refiere a la administración del pacto, ha sido traducida "pacto" en lugar de "testamento". 2 de Cor. 3:6-14; Gal. 3:15; 7:22; 122: 24; 13:20.

bY LeMS

Ver parte 2

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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