Las Obras de Providencia X

Quiero Terminar esta Serie sobre las Obras de Providencia de Nuestro Dios y lo haré con el Comentario del Teologo Herman Bavinck. Tomado de su obra de Teologia Dogmatica…

La Providencia

La obra preservadora de Dios necesita ser diferenciada de la obra de creación aunque son inseparables. La preservación es una obra divina grande y grandiosa, no menos que crear nuevas cosas de la nada. La creación produce la existencia; la preservación es per­sistencia en la existencia. La providencia es conocida por toda la gente de alguna forma, aunque no como el cuidado misericordioso y cariñoso de un Padre Celestial. La providen­cia no es meramente presciencia sino que involucra la voluntad activa de Dios gober­nando todas las cosas e incluye la preserva­ción, la concurrencia y el gobierno. La noción de concurrencia fue desarrollada para preve­nir el panteísmo por un lado y el Deísmo por el otro. En el primero la providencia coincide con el curso de la naturaleza como ciega nece­sidad; en el último la providencia es reempla­zada por la pura casualidad y Dios es removido del mundo. De esta manera se hizo un intento por exaltar la autonomía humana; para que la humanidad tenga libertad Dios debe estar ausente o quedar sin poder.
La sobe­ranía de Dios es vista como una amenaza para la humanidad. Aunque la doctrina de la providencia de Dios cubre de manera lógica el alcance total de todos los decretos de Dios, extendiéndose a todos los tópicos cubiertos en la dogmática, es preferible limitar la discu­sión a la relación de Dios con su creación y sus criaturas. La providencia incluye el cuidado de Dios a través de la causalidad secundaria del orden de ley creado tal y como Él lo sus­tenta. Así pues un milagro no es una viola­ción de la ley natural puesto que Dios no está menos involucrado en mantener el orden ordi­nario del mundo natural creado. Es el elevado respeto que el Cristianismo tiene por el orden natural de la creación lo que alentó a la cien­cia y lo que la hizo posible. La postura Cris­tiana hacia el orden de la creación nunca es un fatalismo; la astrología es superstición ver­gonzosa. La providencia de Dios no anula las causas secundarias o la responsabilidad humana. El gobierno señala hacia la meta final de la providencia: la perfección del gobierno majestuoso del Rey. Aunque es correcto en ocasiones hablar de “permiso” divino, esto no debe interpretarse de tal manera que niegue la soberanía activa de Dios sobre el pecado y el juicio. Aunque que­dan enigmas para el entendimiento humano de la providencia esta doctrina le ofrece al cre­yente consolación y esperanza. Dios es el Padre Todopoderoso: Él es capaz, y está deseoso, de hacer que todas las cosas obren para nuestro bien.

Cuando Dios completó la obra que había hecho al séptimo día, Él descansó al séptimo día de toda su obra (Gén. 2:2; Éxo. 20:11; 31:17). De esta manera la Escritura describe la transición de la obra de creación a la de preservación. Como la Escritura también aclara (Isa. 40:28), este descanso no fue ocasionado por la fatiga, ni consistía en que Dios estaba por allí haciendo nada. El crear, para Dios, no es trabajo, y el pre­servar no es descanso. El “descanso” de Dios únicamente indica que Él cesó de pro­ducir nuevas clases de cosas (Ecle. 1:9,10); que la obra de la creación, en el sentido limitado y verdadero de producir cosas de la nada (productio rerum ex nihilo), había ter­minado; y que Él se deleitaba en su obra completada con satisfacción divina (Gén. 1:31; Éxo. 31:17; Sal. 104:31). La creación ahora pasa a ser preservación.


Las dos son tan fundamentalmente dis­tintas que pueden ser comparadas como labor y descanso. Al mismo tiempo están tan íntimamente relacionadas y unidas la una con la otra que la preservación misma puede ser llamada “creación” (Sal. 104:30; 148:5; Isa. 45:7; Amós 4:13).

La preserva­ción misma, después de todo, es también una obra divina, no menos grande y glo­riosa que la creación. Dios no es un Dios ocioso (deus otiosus). Él siempre trabaja (Juan 5:17) y el mundo no tiene existencia por sí mismo. Desde el momento que llegó a ser ha existido solo en y a través y para Dios (Neh. 9:6; Sal. 104:30; Hch. 17:28; Rom. 11:36; Col. 1:15; Heb. 1:3; Apoc. 4:11). Aunque distinto de su ser no tiene una existencia independiente; la indepen­dencia equivale a la no-existencia. Todo el mundo con todo lo que es y ocurre en él está sujeto al gobierno divino. El verano y el invierno, el día y la noche, los años fruc­tíferos y los no fructíferos, la luz y las tinie­blas – todo es su obra y todo es formado por Él (Gén. 8:22; 9:14; Lev. 26:3s.; Deut. 11:12s.; Job 38; Salmo 8, 29, 65, 104, 107, 147; Jer. 3:3; 5:24; Mat. 5:45, etc.). La Escri­tura no conoce de criaturas independientes; eso sería una incongruencia. Dios cuida de todas sus criaturas: por los animales (Gén. 1:30; 6:19; 7:2; 9:10; Job 38:41; Sal. 36:7; 104:27; 147:9; Joel 1:20; Mat. 6:26, etc.), y particularmente por los humanos. Él las ve a todas (Job 34:21; Sal. 33:13, 14; Prov. 15:3); forma el corazón de todas ellas y observa todos sus hechos (Sal. 33:15; Prov. 5:21); todas ellas son la obra de sus manos (Job 34:19), el rico lo mismo que el pobre (Prov. 22:2). Él determina los límites de su habitación (Deut. 32:8; Hch. 17:26), inclina los corazones de todos (Prov. 21:1), dirige los pasos de todos (Prov. 5:21; 16:9; 19:21; Jer. 10:23, etc.), y trata, según su voluntad, a las huestes de los cielos y a los habitantes de la tierra (Dan. 4:35). Ellos son en su mano como barro en las manos de un alfa­rero, y como una sierra en la mano de quien la usa (Isa. 29:16; 45:9; Jer. 18:5; Rom. 9:20, 21).

El gobierno providencial de Dios se extiende muy particularmente sobre su pueblo. Toda la historia de los patriarcas, de Israel, de la iglesia, y de cada creyente, es prueba de esto. Lo que otras personas expli­can como malo en su contra, Dios lo volvió para su bien (Gén. 50:20); ninguna arma forjada contra ellos prosperará (Isa. 54:17); hasta los cabellos de su cabeza están todos contados (Mat. 10:30); todas las cosas obran para su bien (Rom. 8:28). Así todas las cosas creadas existen en el poder y bajo el gobierno de Dios; ni la casualidad ni la suerte son conocidas para la Escritura (Éxo. 21:13; Prov. 16:33). Es Dios quien hace que todas las cosas operen según el consejo de su voluntad (Efe. 1:11) y hace que todas las cosas estén al servicio de la revelación de sus atributos, para el honor de su nombre (Prov. 16:4; Rom. 11:36). La Escritura resume todo esto de manera her­mosa al hablar repetidamente de Dios como un rey que gobierna todas las cosas (Sal. 10:16; 24:7, 8; 29:10; 44:5; 47:7; 74:12; 115:3; Isa. 33:22, etc.). Dios es Rey: el Rey de reyes y Señor de señores; un Rey que en Cristo es un Padre para sus súbditos y un Padre que es al mismo tiempo un Rey sobre sus hijos. Entre las criaturas, en el mundo de los animales, los humanos y los ángeles, todo lo que se encuentra en forma de cui­dado, amor, y protección de los unos por los otros es una sombra leve del orden provi­dencial de Dios sobre todas las obras de sus manos. Su poder absoluto y su perfecto amor, por consiguiente, son el verdadero objeto de la fe en la providencia reflejada en la Sagrada Escritura.

Sumado a este testimonio de la Escri­tura está el testimonio de todos los pueblos. La doctrina de la divina providencia es un “artículo mezclado,” conocido en parte por todos los humanos a partir de la revelación de Dios en la naturaleza. Es un artículo de fe en todas las religiones – incluso en la más corrupta. Alguien que la niegue desautoriza la religión. Sin ella, ya no queda lugar alguno para la oración y el sacrificio, la fe y la esperanza, la confianza y el amor. ¿Por qué servir a Dios – pregunta Cicerón – si él no se preocupa en absoluto por nosotros? Por esa razón todas las religiones concuer­dan con la declaración de Sófocles: “Toda­vía grande por encima de todo está Zeus, quien supervisa todas las cosas con sobe­rano poder.” También la filosofía ha reco­nocido y defendido frecuentemente esta providencia de Dios. Sin embargo, la doc­trina de la providencia, en lo que toca a su expresión en la religión y en la filosofía pagana, no era idéntica con esa doctrina en el Cristianismo. Entre los paganos la creen­cia en la providencia era más teoría que práctica, más un asunto de opinión filosó­fica que de dogma religioso. Probó ser inadecuada en tiempo de aflicción y muerte y siempre oscilaba entre la casualidad y la suerte.

Puesto que en Platón, por ejemplo, Dios no era el creador sino únicamente el que dio forma al mundo, su poder encon­traba su límite en la materia finita. Aun­que Aristóteles repetidamente menciona su creencia en la divina providencia, no obs­tante, para él ella coincide totalmente con las obras de las causas naturales; la deidad como “pensamiento que en sí mismo piensa” (noesis noeseôs) existe en autocontemplación solitaria fuera del mundo, carente tanto de voluntad como de acción; una criatura no debe esperar ni ayuda ni amor de su parte. En la enseñanza de los Estoicos la presciencia (pronoia) era idén­tica con el destino (eimarmenem) y la natu­raleza (phycis) y, según Epicuro, la providencia era inconsistente con la bendi­ción de los dioses. Mientras algunos, como Plutarco y Plotino, hacían su mejor esfuerzo para alejarse tanto de la casualidad como de la suerte, de hecho la suerte tomaba siempre una posición por detrás y por encima de la deidad, mientras que la casualidad hacía su aparición en las criatu­ras inferiores y en los eventos menores desde abajo. “Las cosas grandes que los dio­ses cuidan; son las cosas pequeñas que ignoran” (magna Dii curant, parva negli-gunt).

Sin embargo, la creencia Cristiana en la providencia de Dios no es de ese tipo. Por el contrario, es una fuente de consuelo y esperanza, de confianza y de valor, de humildad y resignación (Sal. 23; 33:10ss.; 44:5ss.; 127:1, 2; 146:2ss. etc.). En la Escri­tura la creencia en la providencia de Dios no se basa de manera absoluta únicamente en la revelación de Dios en la naturaleza, sino mucho más en su pacto y en sus pro­mesas. Descansa no solamente en la justicia de Dios sino, sobre todo, en su compasión y en su gracia y presupone el conocimiento del pecado (mucho más profundamente que en el caso del paganismo) pero también la experiencia del amor perdonador de Dios. No es una especulación cosmológica sino una gloriosa confesión de fe. Por consi­guiente, Ritschl estaba en lo correcto al relacionar una vez más la fe en la providen­cia con la fe en la redención. En el caso del Cristiano la creencia en la providencia de Dios no es un principio de teología natural a la cual se le añade posteriormente, y de manera mecánica, la fe salvadora.

En lugar de eso, es la fe salvadora que por primera vez nos provoca a creer de todo corazón en la providencia de Dios en el mundo, a ver su significado, y a experimentar su poder consolador. Por lo tanto, la creencia en la providencia de Dios es un artículo de la fe Cristiana. Para el ser humano “natural,” se pueden levantar tantas objeciones contra el gobierno cósmico de Dios que se puede adherir únicamente a él con dificultad. Pero el Cristiano ha sido testigo de la providen­cia especial de Dios en acción en la cruz de Cristo y la ha experimentado en la gracia perdonadora y regeneradora de Dios que ha venido a su propio corazón. Y desde el ven­tajoso punto de esta experiencia nueva y cierta en la propia vida de uno, el creyente Cristiano ahora analiza la totalidad de la existencia y todo el mundo y descubre en todas las cosas, no la casualidad o la suerte, sino la mano paternal rectora de Dios. Aún así, aunque todo esto ha sido desplegado por Ritschl con completa fidelidad, la fe sal­vadora no puede ser igualada con, o disuelta en, la fe en la providencia.

La reve­lación especial es distinta de la revelación general y una fe salvadora en la persona de Cristo es diferente de una creencia general en el gobierno de Dios en el mundo. Es sobre todo por la fe en Cristo que los cre­yentes son capacitados – a pesar de todos los enigmas que les desconciertan – para aferrarse a la convicción de que el Dios que gobierna el mundo es el mismo Padre com­pasivo y amoroso quien les perdonó todos sus pecados en Cristo, les aceptó como hijos suyos, y les heredará bendiciones eternas. En ese caso la fe en la providencia de Dios no es una ilusión, sino segura y cierta; des­cansa sobre la revelación de Dios en Cristo y conlleva la convicción de que la natura­leza se halla subordinada y al servicio de la gracia, y el mundo al reino de Dios. Así, a través de todas sus lágrimas y sufrimientos, mira con gozo hacia adelante, hacia el futuro. Aunque no se resuelven los miste­rios, la fe en la mano paternal de Dios siem­pre se levanta nuevamente desde las profundidades e incluso nos capacita para jactarnos en las aflicciones.

El Lenguaje de la Providencia

Es notable, en relación con esto, que la Escritura no use la palabra abstracta “provi­dencia.” Realmente se han hecho intentos para darle a esta palabra un carácter escri­tural apelando a génesis 22:8; 1 Samuel 16:1; Ezequiel 20:6; Hebreos 11:40. La pala­bra también sucede unas pocas veces con referencia a la previsión humana (Rom. 12:17; 13:14; 1 Tim. 5:8). Pero todo esto no altera el hecho que la Escritura, hablando de la providencia de Dios, usa muy diferen­tes palabras. No comprime la actividad de Dios, expresada por esta palabra, en un concepto abstracto y no discute sus implica­ciones teológicas. Pero describe la actividad misma de la manera más espléndida y vital y nos la exhibe en la historia. La Escritura en su totalidad es, en sí misma, el libro de la providencia de Dios. Así, al describir esta providencia, se refiere a ella como creación (Sal. 104:30; 148:5), dar vida (Job 33:4; Neh. 9:6), renovar (Sal. 104:30), ver, obser­var, permitir (Job 28:24; Sal. 33:15); salvar, proteger, preservar (Núm. 6:24; Sal. 36:7; 121:7); dirigir, enseñar, regir (Sal. 25:5, 9; 9:31, etc.), obrar (Juan 5:17), sostener (Heb. 1:3), cuidar (1 Ped. 5:7). La palabra “providencia” se deriva de la filosofía. Según Laertius, Platón fue la primera per­sona en usar la palabra pronoia en este sen-tido.10 Los Apócrifos ya usan la palabra (Sabiduría 14:3; 17:2; 3 Mac. 4:21; 5:30; 4 Mac. 9:24; 13:18; 17:22) junto con diatçrein (Sabiduría 11:25), diakubernan (3 Mac. 6:2), dioikein (Sabiduría 8:1, etc.). Los padres de la iglesia la retomaron y le dieron legitimidad en la teología Cristiana.

En el proceso, sin embargo, la palabra pasó por un cambio significativo en su sig­nificado. Originalmente “providencia” sig­nificaba el acto de prever (providentia) o saber de antemano (pronoia) aquello que iba a ocurrir en el futuro. “La providencia es aquello por medio de lo cual se mira algún evento futuro.” Concebida así, la palabra no era absolutamente apropiada para abarcar todo lo que la fe Cristiana con­fesaba en la doctrina de la providencia de Dios. Como conocimiento anticipado del futuro la providencia de Dios se ubicaría, claro está, únicamente bajo el encabezado de “el conocimiento de Dios” y sería tratada ampliamente en el tema de los atributos de Dios. Pero la fe Cristiana no entiende la providencia de Dios como un mero pre­conocimiento (nuda praescientia); confiesa que todas las cosas no solamente son cono­cidas por Dios de antemano, sino que tam­bién son determinadas y ordenadas de antemano. Por esa razón la providencia no fue solamente, en una etapa temprana, atri­buida al intelecto sino también a la volun­tad de Dios y fue descrita por Juan de Damasco como “aquella voluntad de Dios por la cual todas las cosas existentes reci­ben una guía adecuada hacia su fin.” Entendida en ese sentido, la providencia de Dios pertenecería a la doctrina de los decretos de Dios y tiene que ser tratada allí.

Pero una vez más la fe Cristiana confiesa más de lo que se indica por la palabra en ese sentido.

Pues los decretos de Dios son llevados a cabo, y las criaturas que de ese modo llegan a existir no existen ni por un momento por cuenta propia sino que son sostenidos solamente, momento a momento, por la poderosa mano de Dios. El origen y existencia de todas las criaturas tiene su origen, no en el conocimiento previo, ni tampoco en el decreto, sino específicamente en un acto omnipotente de Dios. Así, de acuerdo a la Escritura y a la confesión de la iglesia, la providencia es ese acto de Dios por el cual, momento a momento, preserva y gobierna todas las cosas. No es solamente “pre-visión” (Fürsehung) sino también “pro-videncia” (Vorsehung).

Sin embargo, estos diferentes significa­dos atribuidos a la palabra “providencia,” fueron la razón por la cual el lugar y el con­tenido de esta doctrina se mantuvieron moviéndose en la dogmática Cristiana y fueron sujetos a todo tipo de cambios. Algu­nas veces fue contada entre los atributos, luego una vez más entre los decretos (opera Dei ad intra), luego a las obras presentes de Dios (opera ad extra). Juan de Damasco la define como “la solicitud que Dios tiene por las cosas existentes,” y aunque la trata des­pués de la doctrina de la creación, lo hace en relación cercana con la “presciencia” y la “predestinación.” Lombardo la discute en el capítulo sobre la predestinación pero antes de la creación. Tomás ofrece una exposición muy clara. Primero, describe la doctrina en general como “el ejemplo del orden de las cosas preordenadas hacia un fin” y la considera como la primera parte de la prudencia cuya tarea precisa es ordenar las otras cosas hacia un fin. Luego añade que “dos cosas pertenecen a la obra de la providencia, a saber, el arquetipo del orden, que es llamado ‘providencia’ y ‘disposición’, y la ejecución del orden, el cual es llamado ‘gobierno.’” A la par de estos y otros ejem­plos la doctrina de la providencia fue tra­tada, ya sea en la teología Católica Romana junto con la predestinación bajo la volun­tad de Dios, o solamente como “preserva­ción” (conservatio) o “gobierno” (gubernatio), siendo cada una de ellos ulte­rior a la creación, o en su ámbito más amplio y su sentido más extendido después del locus de la creación.

De manera similar, en la teología de la Reforma la providencia fue algunas veces vista como un “consejo” (consilium) según el cual Dios gobierna todas las cosas, y luego una vez más como una obra externa de Dios. La diferencia, como señalaron correctamente Alsted y Baier,23 tenía que ver más con el término que con la materia en sí misma. Si Dios realmente sustenta y gobierna el mundo, él debe tener conoci­miento previo de él (providentia), tener dis­posición a ello, y ser capaz de cuidarlo (prudentia), y también en realidad preser­varlo y gobernarlo en el tiempo para que el fin que tenía en mente pueda ser alcanzado. Tomada en este sentido amplio la providen­cia abarca (1) un acto interno (actus inter­nus) que puede, además, ser diferenciada como “pre-conocimiento” (prognôsis), un propósito o fin propuesto (prótesis), y un plan (dioikçsis); y (2) un acto externo (actus externus) que, como la ejecución de la orden (executio ordinis), fue descrita como preservación (conservatio), concurrencia (concursus) y gobierno (gubernatio). Sin embargo, el acto interno de esta providencia ha sido ya completamente tratado antes en la doctrina de los atributos y los decretos de Dios. Por tanto, aquí – después de la doctrina de la creación – la providencia puede ser discutida solamente como un acto externo, un acto de Dios ad extra. Aunque la providencia en este sentido nunca puede ser concebida en aislamiento del acto interno (el conocimiento previo, el propósito y el plan), es distinta de él, así como la ejecución de un plan es distinta de ese plan.

Con ello la palabra “providencia” pasó por una importante modificación. Por tanto, uno bien puede preguntar si la pala­bra aún puede servir para describir el asunto mismo. En el pasado, cuando la pro­videncia aún era tratada en la doctrina de los atributos o los decretos de Dios, retenía su significado original; pero, desde que se ha entendido más y más como preservación y gobierno y fue discutida como subsi­guiente a la creación, ese significado origi­nal se ha perdido casi totalmente. La providencia en este último sentido más estrecho no es ya más una verdadera provi­dentia, no es el “modelo del orden de cosas preordenadas hacia un fin,” pues este la precede y es asumida por él. Esta, por con­siguiente, fue más tarde definida en la dog­mática como preservación (conservatio) o como gobierno (gubernatio) o como una combinación de los dos.

Más tarde, para rechazar al panteísmo y al deísmo, la concurrencia o la coopera­ción fue insertada entre los dos. Material­mente, esta doctrina siempre ha sido tratada como parte de la doctrina de la pro­videncia pero luego, también formal­mente, adquirió un lugar propio entre la preservación y el gobierno. Esto muestra que la palabra “providencia,” como un tér­mino para la ejecución de la orden, no era adecuado y fue más tarde definido como “preservación” y “gobierno.” Indudable­mente estos términos son más precisos, más gráficos, y también más en conformidad con el uso escritural. Especialmente cuando la palabra “providencia” es usada abstracta-mente y puesta en el lugar de Dios, como Plutarco ya había comenzado a hacerlo, siguiendo el ejemplo del racionalismo del siglo dieciocho, es que está abierta a la objeción. Aún así la palabra, que obtuvo legitimidad en el lenguaje de la teología y la religión, puede ser mantenida, siempre que el asunto descrito por ella sea entendido en el sentido escritural.

bY LeMDS

Ver parte 11

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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