Sanos y Salvos


Por Robert C. Sproul
Libro: El Misterio del Espiritu Santo

Cuando el Espíritu Santo nos regenera y nos aviva a la vida espiritual, esta acción da como resultado el despertar del alma a la fe salvadora. El fruto de esta fe es la justificación. En el momento en que abrazamos a Cristo por fe, Dios nos declara justos. No somos justos porque hayamos llegado a ser instantáneamente santificados; somos justos porque los méritos de Cristo son imputados a nuestra cuenta. Dios nos considera justos en Cristo mientras en nosotros mismos aún estamos contaminados por el pecado.

La famosa fórmula de Lutero para capturar esta idea es la siguiente: Simul justus et peccator. Esta frase significa “justo y pecador al mismo tiempo”. Somos justos en Cristo, a través de Cristo y por Cristo, mientras todavía luchamos contra nuestro pecado. La justificación sólo por fe significa justificación sólo por Cristo.

Vemos entonces que nuestra justificación precede a nuestra santificación. Así como la regeneración precede a la fe y la fe precede (en una prioridad lógica) a la justificación, la justificación precede a la santificación. 

Sin embargo, es absolutamente crucial entender y establecer firmemente en nuestras mentes que, si la regeneración es real, siempre producirá fe. Si la fe es genuina, siempre producirá justificación. Si nuestra justificación es auténtica, siempre producirá santificación. No puede haber una verdadera justificación que no sea seguida por una santificación real.

En este punto, debemos notar algunas diferencias críticas que hay entre la regeneración y la santificación. La regeneración es inmediata y espontánea. Nuestra conciencia de la regeneración puede desarrollarse gradualmente en nosotros, pero el acto mismo, llevado a cabo por el Espíritu Santo, es instantáneo. Ninguno es jamás regenerado en forma parcial o renacido a medias. Una persona, o es regenerada, o es no regenerada; no hay un punto intermedio. 

Lo mismo es cierto en cuanto a la justificación. Ninguno es jamás justificado parcialmente. En el instante en que la fe salvadora se halla presente, Dios inmediatamente nos declara justos.

La santificación es algo diferente. Aunque la santificación comienza en el momento en que somos justificados, es un proceso gradual. Continúa a lo largo de nuestra vida. La justificación no produce una santificación total inmediata. No obstante, si la santificación no tiene un comienzo definido, es una prueba positiva de que no hubo justificación, fe ni regeneración en primer término.

Una segunda diferencia clave entre la regeneración y la santificación tiene relación con las partes involucradas en su operación. La regeneración es monergista. Es la obra de Dios y nadie más. Sin embargo, la santificación es sinergista. Involucra la cooperación entre el Espíritu Santo y nosotros:

Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no sólo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito. (Filipenses 2:12-13)

Este texto ofrece la idea clásica del sinergismo. Vemos dos partes que ya se hallan involucradas en el desarrollo de la salvación. Se nos llama a trabajar, trabajar duro, con temor y temblor. Al mismo tiempo se nos promete que Dios está obrando dentro de nosotros.

Cuando el Espíritu Santo nos regenera, no sólo actúa sobre nosotros y en nosotros de una manera que cambia la disposición de nuestras almas; Él viene y mora dentro de nosotros. Mientras mora en el creyente, el Espíritu continúa ejerciendo su influencia sobre nosotros para asistirnos en nuestra búsqueda de la santidad.

En este punto hay una señal de peligro, una luz roja de advertencia que debemos observar para que no caigamos en una seria herejía que aun ahora sigue inflamándose dentro de la comunidad evangélica.
Cuando el Espíritu Santo mora en nosotros, Él no se convierte en nosotros. Ni tampoco nosotros somos deificados en manera alguna.

Aunque ahora mora en mí un Ser Divino, el Espíritu Santo de Dios, yo no me convierto en una nueva encarnación de Dios. Hay algunos que incluso ahora enseñan que una persona en la cual mora el Espíritu Santo es la encarnación de Dios tanto como Cristo lo fue. Este concepto es tan crasamente herético y blasfemo que no mencionaré aquí los nombres de dichos maestros.

El Espíritu obra para producir seres humanos santificados, no criaturas deificadas. Dios no nos hace ser criaturas eternas ni existentes por sí mismas. Dios no crea otro dios. Todo lo que Dios crea es, por definición, una criatura. Lo creado no puede ser eterno ni existente por sí mismo. Dios podría crear una criatura inmortal, pero no una criatura eterna. Una criatura inmortal tendría la capacidad de vivir para siempre en el futuro pero no eternamente en el pasado.

Cuando Dios el Espíritu Santo nos aviva a la fe por la cual somos justificados, estamos a salvo. La justificación nos salva de la ira que ha de venir. En el momento de nuestra justificación, como indicaba la fórmula de Lutero, estamos a salvo, pero no sanos. Lutero hizo una analogía más amplia al señalar que el médico declara que con toda certeza viviremos aunque la enfermedad aún no haya sido curada. No obstante, junto con la gracia santificadora se nos da la medicina que nos restaurará del todo. O. P. Gifford ofreció la siguiente ilustración para describir el proceso de santificación:

El buque de vapor cuyo mecanismo está roto puede ser traído al puerto y atado al muelle. Está a salvo, pero no sano. Las reparaciones pueden durar un largo tiempo. Cristo planea hacernos tanto salvos como sanos. La justificación proporciona lo primero estar a salvo; la santificación proporciona lo segundo estar sanos.5 

En nuestros días hay una disputa entre los cristianos con respecto a la posibilidad de aceptar a Cristo como Salvador sin aceptarlo, a la vez, como Señor. Esta dicotomía Salvador/Señor se halla lo más lejos que sea posible desviarse del concepto bíblico de la justificación-santificación. A. A. Hodge comentó una vez: “Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”.6 No puede haber fe justificadora que reciba a Jesús como Salvador mientras al mismo tiempo lo ignore, lo rechace o lo pase por alto como Señor.

Aunque podemos distinguir entre los roles que Jesús cumple como Salvador y Señor, de ninguna manera podemos separarlos. Aceptar a Cristo por fe es aceptar a Cristo entero.

 Una vez más, al distinguir entre la obra del Espíritu Santo en la regeneración y la santificación, queda una conexión necesaria entre las dos. Somos regenerados a la fe para la justificación y para la santificación. A. H. Strong escribe:  

La operación de Dios se revela en, y es acompañada por, una actividad inteligente y voluntaria del creyente en el descubrimiento y la mortificación de los deseos pecaminosos, y en la conducción del ser completo a la obediencia a Cristo y la conformidad a las normas de conducta expresadas en Su Palabra.7  

 La santificación involucra movimiento. Habitualmente nos referimos a ese movimiento en términos de crecimiento espiritual. A veces puede parecer que estuviéramos dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás. Hablamos de “reincidir” cuando resbalamos y caemos en nuestro andar espiritual. No obstante, el patrón total de la santificación es un patrón de crecimiento. El crecimiento es gradual; a veces puede ser penosamente lento. Sin embargo, debe haber movimiento. De nuevo, ningún cristiano nace espiritualmente muerto. Strong cita a Horace Bushnell con respecto a esto: 

Si las estrellas no se movieran, se descompondrían en el cielo. El hombre que monta la bicicleta debe mantenerse en marcha o bajar. Una gran parte de la santificación consiste en la formación de hábitos correctos, tales como el hábito de la lectura bíblica, de la oración privada, de la asistencia a la iglesia y de hacer esfuerzos por convertir y beneficiar a otros.

Me gusta la analogía de la bicicleta de Bushnell. Para mantener el equilibrio en una bicicleta, uno debe mantenerla en movimiento. Tan pronto como el impulso de la bicicleta se detiene, es mejor que tengamos piernas lo suficientemente largas como para alcanzar el suelo o con toda seguridad caeremos. Yo aprendí a montar una bicicleta cuando mis piernas aún eran demasiado cortas como para alcanzar el suelo cuando la bicicleta estaba detenida. Puse un colchón en el camino de entrada junto a mi lugar de llegada para asegurarme de que, cuando me detuviera, tuviera un lugar suave sobre el cual caer.

bY LeMS

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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