¿Por qué murió Cristo?


Por: R. W. Stott
Libro: La Cruz de Cristo

Los pecados de ellos y los nuestros

Jesús había predicho que sería "entregado en manos de hombres" o "entregado para ser crucificado", Los evangelistas relatan la historia de manera tal que se vea que su predicción se cumplió. Primero, Judas lo 'entregó' a los sacerdotes (por codicia). Luego, los sacerdotes lo 'entregaron' a Pilato (por envidia). A su vez Pilato lo 'entregó' a los soldados (por cobardía), y ellos lo crucificaron.

Nuestra reacción instintiva ante esta perversidad acumulada consiste en hacer eco a la sorprendida pregunta de Pilato, cuando la multitud clamaba pidiendo su sangre: "Pues ¿qué mal ha hecho?" (Mateo 27.23). Pero Pilato no recibió ninguna respuesta coherente. El gentío histérico no hizo sino gritar con tanta mayor fuerza: "¡Sea crucificado!" Pero, ¿por qué?

¿Por qué? ¿Qué ha hecho mi Señor?
¿Qué es lo que da lugar a esta furia
y este rencor?
Hizo que los cojos caminaran
Y a los ciegos les dio vista.
¡Dulces perjuicios!
Mas ellos ante tales hechos
se sienten descontentos,
y contra él se levantan.

Buscamos excusas para ellos, porque nos vemos a nosotros mismos en ellos y nos agradaría poder excusarnos. Por cierto que había ciertas circunstancias mitigadoras. Como Jesús mismo lo expresó al orar pidiendo perdón para los soldados que lo estaban crucificando, "no saben lo que hacen': De modo semejante, Pedro le dijo a una multitud judía en Jerusalén, "sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes". Pablo agregó que, si "los príncipes de este siglo" hubiesen entendido, "nunca habrían crucificado al Señor de gloria". Con todo, sabían lo suficiente como para ser culpables, para reconocer su culpa y para ser condenados por sus acciones.

¿Acaso no hacían alarde de plena responsabilidad cuando exclamaron: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos"?

Pedro habló claramente el día de Pentecostés: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo." Sus oyentes, sin negar de su culpa, "se compungieron de corazón" y preguntaron cómo podían hacer reparación (Hechos 2.36-37). Esteban fue más directo aun en su discurso ante el Sanedrín, discurso que lo llevó al martirio. Calificó al consejo como"¡duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos!" Los acusó de resistir al Espíritu Santo igual que sus antepasados. Sus antepasados habían perseguido a los profetas y habían matado a los que predijeron la venida del Mesías. Ahora ellos habían traicionado y asesinado al propio Mesías (Hechos 7.51-52).

¿Quién entregó a Jesús?

La respuesta que hasta ahora hemos dado a la pregunta sobre el por qué de la muerte de Cristo, ha procurado reflejar la forma en que los escritores de los Evangelios hacen sus relatos. Señalan la cadena de responsabilidad: de Judas a los sacerdotes, de los sacerdotes a Pilato, de Pilato a los soldados. Al menos insinúan el hecho de que la codicia, la envidia y el temor que promovieron su comportamiento también promueve el nuestro.

Con todo, allí no acaba el relato que hacen los evangelistas. He omitido un aspecto vital al cual ellos aluden. Es este: que si bien Jesús enfrentó la muerte debido a los pecados de la humanidad, no murió como mártir. Por el contrario, fue a la cruz voluntariamente, incluso deliberadamente.

Desde el comienzo de su ministerio público se consagró a este destino.

En su bautismo se identificó con los pecadores, como haría luego plenamente en la cruz.

Cuando fue tentado rechazó la posibilidad de desviarse del camino de la cruz. Repetidamente predijo su pasión y su muerte, como vimos en el capítulo anterior, y resueltamente orientó sus pasos hacia Jerusalén con el propósito de morir allí.

Constantemente expresaba 'me es necesario' en relación con su muerte. Pero no se trataba de alguna compulsión externa, sino su propia decisión interna de cumplir lo que se había escrito acerca de él. "El buen pastor su vida da por las ovejas:' decía. Y hablando en forma directa: "Pongo mi vida... Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo" (Juan 10.11, 17-18).

Por lo demás, cuando los apóstoles se ocuparon en sus cartas del carácter voluntario de la muerte de Jesús, varias veces usaron el mismo verbo (paradidomi) que usaron los evangelistas para referirse al hecho de que fue 'entregado' a muerte por otros. Así, Pablo pudo escribir que" [el Hijo de Dios]... me amó y se entregó (paradontos) a sí mismo por mí': Es posible que haya sido eco consciente de Isaías 53.12, que dice que "derramó (LXX paredothe) su vida hasta la muerte". Pablo se valió del mismo verbo para referirse a la entrega del Padre que estaba por detrás de la entrega voluntaria que de sí mismo hizo el Hijo. "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó (paredoken) por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" Octavius Winslow lo sintetizó en una afirmación muy precisa:

"¿Quién entregó a Jesús a la muerte? No fue Judas, por dinero; no fue Pilato, por temor; no fueron los judíos, por envidia; sino el Padre, ¡por amor!"

Es esencial que mantengamos unidas estas dos formas complementarias de ver la cruz. En el nivel humano, Judas lo entregó a los sacerdotes, quienes lo entregaron a Pilato, quien a su vez lo entregó a los soldados, quienes lo crucificaron. Pero en el nivel divino, fue el Padre quien lo entregó, y Jesús se entregó a sí mismo para morir por nosotros.

Al contemplar la cruz, entonces, podemos decirnos a nosotros mismos: "Yo lo hice, mis pecados lo llevaron a la cruz': y a la vez: "Lo hizo él, su amor lo llevó allí". El apóstol Pedro unió ambos conceptos en su notable declaración en el día de Pentecostés, cuando dijo que "a este, entregado [a vosotros] por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" es aquel al cual "[vosotros] prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole': Así, Pedro atribuyó la muerte de Jesús simultáneamente al plan de Dios y a la maldad de los hombres.

Porque la cruz que pone en evidencia la maldad humana es al mismo tiempo una revelación del propósito de Dios de vencer la maldad humana allí expuesta.

Volvemos a preguntarnos, como al comienzo de este capítulo: ¿Por qué murió Jesucristo? Mi primera respuesta es que no murió; fue muerto. Sin embargo, tenemos que equilibrar esta respuesta con la afirmación opuesta. No fue muerto; murió, entregándose voluntariamente para cumplir la voluntad de su Padre.


bY LeMS

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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