John
Murray
Libro
La Redención Consumada y Aplicada
Páginas 143 - 145
Mientras que
dependemos constantemente de la actividad sobrenatural del Espíritu Santo,
debemos tener en cuenta también que la santificación es un proceso que atrae
dentro de su ámbito la vida consciente del creyente. Los santificados no son
pasivos ni tampoco inactivos en el proceso. Nada muestra esto con mayor
claridad que la exhortación del apóstol: «Lleven a cabo su salvación con temor
y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer
para que se cumpla su buena voluntad» (Fil. 2:12,13). La salvación a que se
hace referencia aquí no es la salvación que ya se posee, sino la salvación
escatológica (cf. 1 Ts. 5:8, 9; 1 P. 1:5, 9; 2:2). Y ningún texto establece
de manera más sucinta y clara la relación de la obra de Dios con nuestra obra. La
obra de Dios en nosotros no se detiene porque nosotros obremos.
Tampoco es la relación estrictamente de
cooperación, como si Dios hiciese su parte y nosotros hiciésemos la nuestra de
manera que la conjunción o coordinación de ambas produjese el resultado
deseado. Dios obra en nosotros, y nosotros también obramos. Pero la relación
consiste en esto: debido a que Dios obra, nosotros obramos. Toda obra
realizada por nosotros y que nace de nuestra salvación es el resultado de Dios
obrando en nosotros, no se trata del querer que excluye al hacer ni viceversa,
sino tanto el querer como el hacer.
Y esta obra de
Dios tiene como meta final capacitarnos para querer y hacer lo que a él le
agrada. Aquí tenemos no sólo la explicación de toda actividad aceptable que
realicemos sino también el incentivo para el querer y el hacer. Lo que el
apóstol está apremiando es la necesidad de obrar nuestra propia salvación, y el
aliento que él da es la certidumbre de que es Dios mismo quien obra en
nosotros. Cuanto más persistentemente obremos nuestra salvación, tanto más
persuadidos llegaremos a estar de que toda la gracia y poder provienen de Dios.
Las
exhortaciones a la acción de las que está impregnada la Escritura tienen todas
el propósito de recordarnos que todo nuestro ser se mantiene intensamente activo
en este proceso que tiene como meta el propósito predestinador de Dios de que
seamos transformados según la imagen de su Hijo (Ro. 8:29).
Pablo dice de
nuevo a los filipenses: «Esto es lo que pido en oración: que el amor de ustedes
abunde cada vez más en conocimiento y en buen juicio, para que disciernan lo
que es mejor, y sean puros e irreprochables para el día de Cristo, llenos del
fruto de justicia que se produce por medio de Jesucristo, para gloria y
alabanza de Dios» (Fil. 1:9-11). Y Pedro, de manera semejante afirma:
«Precisamente
por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento; al
entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; a la constancia,
devoción a Dios; a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal,
amor. Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, les harán crecer en el
conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evitarán que sean inútiles e
improductivos» (2 P. 1:5-8). Es innecesario añadir más citas bíblicas. El Nuevo
Testamento está saturado de este énfasis (cf. Ro. 12:1-3, 9-21; 13:7-14;
2 Co. 7:1; Gá. 5:13-16, 25, 26; Ef. 4:17-32; Fil. 3:10-17; 4:4-9; Col. 3:1-25;
1 Ts. 5:8-22; Heb. 12:14-16; 13:1-9; Stg. 1:19-27; 2:14-26; 3:13-18; 1 P.
1:13-25; 2:11-13, 17; 2 P. 3:14-18; 1 Jn. 2:3-11; 3:17-24).
La santificación
involucra la concentración del pensamiento, del interés, del corazón, de la
mente, de la voluntad y del propósito sobre el premio del supremo llamamiento
de Dios en Cristo Jesús y el compromiso de todo nuestro ser con estos medios
que Dios ha instituido para el alcance de este destino. La santificación es la
santificación de las personas, y las personas no son máquinas; es la
santificación de personas renovadas según la imagen de Dios en conocimiento,
justicia y en santidad. La perspectiva que ofrece es conocer como somos
conocidos y ser santos como Dios es santo. Todo aquel que tiene esta esperanza
en Dios se purifica a sí mismo, así como él es puro (1 Jn. 3:3).
bY LeMS
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