Por Rev. Guillermo
Green
El tema del Espíritu Santo no es un punto nuevo
de discusión para la iglesia. Desde los primeros
siglos de la iglesia y en toda su historia se ha debatido aspectos de su obra.
Pero el mundo ha visto en este siglo la formación de denominaciones y grupos
enteros alrededor de doctrinas particulares de la persona y obra del Espíritu
Santo. Partiendo de este interés y «atmósfera», es bueno que las iglesias
reformadas de Latinoamérica reflexionen sobre sus enseñanzas y prácticas.
El propósito de este artículo es explorar
fundamentos teológicos para una doctrina del Espíritu Santo. No pretendo aquí
traer ninguna idea nueva - pues todo lo que voy a decir otros lo han dicho
mejor. Mi deseo es sintetizar y resumir aspectos que yo considero importantes
para un concepto adecuado de la obra del Espíritu Santo.
El punto
de partida
Donald Dayton nos ha dejado un excelente retrato
de las raíces del pentecostalismo. Dayton relata el desarrollo en el siglo
pasado de un deseo por un «nuevo pentecostés». Dentro de ciertos grupos creció
el fervor y deseo por un nuevo «bautismo» y «derramamiento» del Espíritu Santo
(ver páginas 44ss). Para efectos de este artículo, es importante notar que las
obras citadas por Dayton contemplan las señales de pentecostés como parte de la
esencia de la llenura del Espíritu Santo. Desde los «avivamientos»
pentecostales en adelante, ciertas señales visibles y extraordinarias han sido
exigidas como prueba del bautismo del Espíritu Santo, la más común siendo el
hablar en lenguas.
Sugiero que tomar nuestro punto de partida de
Hechos 2 podría distorsionar nuestro concepto del Espíritu Santo. El mismo
Espíritu Santo inspiró todas las Escrituras (2 Pedro 1:20,2 1), y sus huellas
se encuentran desde el segundo versículo de Génesis 1 en adelante. Tomar los
eventos de Hechos 2, fuera del contexto bíblico general, como un ejemplo para
la iglesia, es ignorar el 99% del testimonio bíblico sobre este importante
tema. Estoy diciendo lo siguiente:
(1) La revelación bíblica tiene un desarrollo;
debemos estudiar el tema del Espíritu Santo tomando en cuenta la revelación
progresiva. Cualquier otra lectura será «estática» y por ende distorsionada.
(2) Al ser sensible a esta revelación progresiva,
nos daremos cuenta de los aspectos «simbólicos» o «representativos» que Dios ha
empleado para comunicar su verdad. Dios se ha manifestado tanto en palabra como
en hecho, y sólo una metodología que tome en cuenta la historia de salvación
podrá captar estos aspectos.
Nuestro punto de partida, entonces, es lo que
Geerhardus Vos defendió en su Biblical Theology, es decir, una lectura de la
Biblia sensible al desarrollo no solamente de una historia, sino de conceptos
teológicos que fueron siendo revelados parte por parte, como la rosa que
comienza en botón y se va abriendo pétalo por pétalo.
¿Por qué me detengo para hacer este punto? Porque
creo que la mayor parte de la diferencia entre el pentecostalismo y la doctrina
reformada tiene que ver con diferentes formas de leer la biblia. Sigue siendo
tan importante hoy en día afirmar que toda la escritura es la Palabra de Dios,
y cada doctrina se afirma y se complementa por las otras partes de la biblia.
Es necesario distanciarnos de otros tipos de lectura bíblica, tales como formas
«moralísticas» o de buscar meros ejemplos para nuestra vida. Cuando enfatizamos
un estudio del Espíritu Santo que parte desde Génesis y clausura en Apocalipsis,
estaremos seguros de conocer lo que Dios nos quiere decir sobre su Espíritu.
Primeros
pasos hacia una teología del Espíritu Santo
Es importante recordar que Moisés abre su relato
de la creación con una referencia específica del Espíritu de Dios (Génesis
1:2). Antes de hablar del Espíritu Santo como Regenerador o Vivificador de su
pueblo, es necesario hablar de su función como Creador. Con frecuencia se habla
de Dios Padre y de Jesucristo como los agentes de la creación. Pero el
testimonio bíblico es claro de que el Espíritu de Dios es agente activo también
en la creación. Esto tiene relevancia teológica.
Moisés nos relata que el mundo estaba
«desordenada y vacía» (tohu vabohu). Y el Espíritu de Dios se movía sobre este
«tohu». El verbo que se usa en Génesis 1:2 para decir que el Espíritu «se
movía» sobre las aguas, sólo se encuentra una vez más en el Pentateuco, en
Deuteronomio 32:11. En el pasaje de Deuteronomio, es empleado para representar
a Dios como águila, «revoloteando» sobre su pueblo, guiándolo en medio de
«yermo de horrible soledad» (¡tohu!). Los paralelos entre los dos pasajes son
obvios - en la creación el Espíritu de Dios revolotea sobre el «tohu» de la
creación desordenada y le da forma a través de su palabra de poder; en Deuteronomio
Dios revolotea sobre su pueblo en medio de otro «tohu», la soledad del desierto
y el peligro de enemigos, y le da «forma» como pueblo escogido de Dios. Hebreos
1:1-3 atribuye la creación a Cristo, quien es el «resplandor de la gloria» de
Dios, «imagen de su sustancia». Cristo y el Espíritu de Dios son uno desde la
obra de la creación. Cuando Jesús dice en Juan 16:13,14 que el Espíritu Santo
no hablaría «nada por su propia cuenta», sino que glorificaría a Jesús, estaba
reflejando la unidad entre él y el Espíritu de Dios que hubo desde el comienzo
del mundo. Todo intento de dividir la obra del Cristo de la del Espíritu Santo
en la redención (“segundos bautismos”, bendiciones posteriores, etc.) no
comprende la unidad fundamental entre ellos desde la creación. Nuestra teología
del Espíritu Santo debe partir de un aprecio serio de la interrelación
trinitaria desde la creación. La obra del Espíritu Santo fluirá de su esencia
como uno con el Padre y el Hijo. Si bien hay diversificación de funciones, la
unidad fundamental entre las personas de la trinidad debe prevalecer sobre
cualquier distinción de papeles.
Ahora bien, con base en el testimonio del
pentateuco, el Espíritu de Dios le da forma primero al mundo, y luego al pueblo
de Dios. Examinemos estos paralelos. Génesis 1 termina con la gran declaración
que Dios va a crear al hombre a su imagen. Luego en Génesis 2, Dios «sopla» el
aliento de vida en la nariz del hombre. Es importante recordar que la palabra
hebrea «espíritu» (ruach) es usada también para significar «viento». Si bien no
se encuentra la palabra «ruach» en Génesis 2:7, la idea de que Dios «sopla
aliento de vida» y el hombre tiene su comienzo como «ser viviente» surgiere que
esto es resultado del «ruach» de Dios. Esta idea es reforzada con base en Salmo
104:29,30, donde leemos que Dios quita el aliento de vida, y vuelven al polvo,
o envía su «ruach» (Espíritu) y «son creados, y renuevas la faz de la tierra».
El Salmista toma estos conceptos de Génesis 2, donde Dios sopla en el hombre, y
entiende que es el Espíritu de Dios que comunica la vida, que renueva y crea.
Es este Espíritu Creador que forma al hombre a la
imagen de Dios. El hombre tiene su comienzo como portador de la imagen de Dios,
infundida por el Espíritu de Dios. Podríamos decir que Adán fue el primer
«bautizado» por el Espíritu Santo, y era plenamente lleno del Espíritu Santo
antes de su caída. Si queremos buscar ejemplos de la llenura del Espíritu
Santo, debemos comenzar con Adán antes de su caída.
Meredith Kline, en la obra ya mencionada, ha
destacado esta obra del Espíritu de Dios como formador de la imagen de Dios
porque cree que ha sido descuidada en las formulaciones doctrinales sobre la
imagen de Dios. Kline sugiere que mucho del lenguaje bíblico sobre la redención
se toma de Génesis 1 - 3, y afecta nuestra teología del Espíritu Santo. Por
ejemplo, a la luz de lo anterior, podemos ver la acción de Dios en vestir a
Adán y Eva después de su caída, como un símbolo de la restauración a la imagen
plena de Dios, y la restauración de la presencia del Espíritu Santo. De allí
comienza todo un lenguaje bíblico de «vestirse» - y encontramos que el Espíritu
Santo «viene sobre» las personas escogidas de Dios para tareas particulares
(ver p.ej. Jueces 6:34, 14:6, etc.). De interés son las vestiduras «para honra
y hermosura» que Dios manda hacer para Aarón y los sacerdotes (Exodo 28). Los
colores y su propósito «para santidad» (ver 28:2,4,36-43) sugieren que estas
vestiduras son un reflejo de la nube de gloria, y así vestido Aarón de una
representación de la imagen de Dios, es apto para servir como mediador del
pueblo.
En el Nuevo Testamento leemos que debemos
«quitar» el viejo hombre y «vestirnos» de Jesucristo, quien es la imagen
perfecta de Dios (Col. 3:9,10; Ef. 4:22-24; Rom. 13:14). Este lenguaje tiene
sentido profundo a la luz del Antiguo Testamento, ya que Cristo cumple por
nosotros el papel del postrer Adán, portador de la imagen perfecta de Dios, y
crea por medio de la fe una nueva humanidad. Su obra se describe como un
«vestir de la imagen» de Cristo o de Dios. Con base en lo que hemos visto de
Génesis, es muy probable que el énfasis del Nuevo Testamento sobre la obra del
Espíritu Santo será esta restauración de la imagen de Dios al hombre pecador.
Retomaremos este punto abajo. La obra de redención
¿En qué afecta todo esto nuestra doctrina del
Espíritu Santo? Pues, cuando partimos de la obra de Dios en la creación del
hombre a su imagen, nos ubicamos en cuanto a la obra de su Espíritu. El
Espíritu de Dios fue el agente para comunicar la imagen de Dios al hombre, así
produciendo una criatura que pudiera gozarse de plena comunión con Dios, y
realizar su tarea en el mundo obedientemente.
En la historia de la redención, el Espíritu de
Dios toma este papel de re- creador a la imagen de Dios. Por ejemplo, Moisés
entiende que la nube de gloria sobre Israel es el mismo «ruach» de Dios sobre
el tohu, re-creando un nuevo pueblo (Deut. 32:10,11). Esta nube «shekinah», de
gloria, debía ir adelante del pueblo. Es digno de mención aquel pasaje en que
Moisés discute con Dios, que si no iba adelante el Angel de la presencia, la
nube de gloria, entonces Moisés no se movía de ahí (Exodo 33:7-16). El entendía
que si Dios no iba formando a su pueblo a su propia imagen, nada podía hacer
él.
Después de las fallas de Israel como pueblo, Dios
promete que el Espíritu de Dios cumpliría aún su función de re-crear un pueblo
obediente. Por ejemplo, en Ezequiel 36:25-27 Dios promete que un cambio de
corazón vendrá por medio de su Espíritu Santo. El lenguaje de este pasaje nos recuerda
del pacto con Abraham - «seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo». El
pecado había alejado al hombre de Dios. Adán y Eva quedaron excluidos del
huerto de Edén. Sin embargo, Dios los viste de pieles - símbolos de
reconciliación. La humanidad levanta la torre de Babel en rebeldía contra Dios,
pero Dios le promete a Abraham que él formaría un pueblo por gracia. El
Espíritu Santo resulta ser el agente de esta obra de reconciliación con Dios y
formación como pueblo.
Existen varias «imágenes» del Espíritu en el
Antiguo Testamento, entre ellas el tabernáculo, los vestimentos de los
sacerdotes, el oficio del profeta, y aún eventos tales como el primer día de
juicio cuando Dios confronta a Adán y Eva en el huerto de Edén. Aquí no podemos
ampliar estas facetas de la obra redentora del Espíritu de Dios, pero cabe
decir que hay una amplia preparación en el Antiguo Testamento para la venida
del Espíritu de Dios sobre su pueblo el día de Pentecostés. Estas esperanzas se
ubican sólidamente dentro del pacto que Dios establece con su pueblo, y tienen
su enfoque en una recreación a la imagen de Dios. Y hemos visto que ciertos
símbolos se han empleado para representar el derramamiento del Espíritu, - como
por ejemplo soplando sobre Adán, vistiendo a la persona (Adán/Eva, Aarón), y
representándose en fuego como la nube de gloria en el desierto.
Las
señales de pentecostés
El interrogativo que queremos hacer ahora es:
¿son las señales del día de pentecostés parte de la sustancia del derramamiento
del Espíritu Santo? Podríamos acercarnos a esta pregunta de varias formas, por
ejemplo - el testimonio en el resto del libro de Hechos, o relacionando las
historias de Hechos con las epístolas de Pablo y el resto del Nuevo Testamento.
Aquí quiero seguir el argumento que venimos desarrollando desde el Antiguo
Testamento. Vamos a considerar los siguientes puntos:
(1) Dios había prometido un derramamiento de su
Espíritu Santo sobre su pueblo en general. Y prometió señales para comprobar
ese hecho (Joel 2:28- 32).
(2) El Espíritu prometido era aquél que había
soplado sobre el hombre creándolo a la imagen de Dios. Este Espíritu cubriría
todo el pueblo, trayendo un corazón dispuesto a la obediencia. Las promesas del
Antiguo Testamento enfatizan un corazón cambiado y una disposición de obediencia
(Jer. 31:31-33; Ezeq. 36:25-27).
(3) Las manifestaciones principales que Dios
emplea en el Antiguo Testamento para representar la presencia de su Espíritu
son: (a) Viento (ruach); Dios sopla sobre Adán (Gen. 2:7), su «ruach» le da
vida al mundo (Salmo 104:10,11). (b) Fuego - la nube de gloria era una nube de
fuego y de gloria. Claramente estas manifestaciones representan el Espíritu de
Dios. Dios había llamado a Moisés desde la zarza ardiente. Luego entregó el
pacto en medio de fuego y humo en Sinaí. Y cuando los setenta ancianos reciben
una porción del Espíritu que había en Moisés, Dios baja en la nube y reparte el
Espíritu. (3) Profecía - los profetas, u «hombres del Espíritu» (Oseas 9:7)
demostraban la presencia del Espíritu a través de anunciar la voluntad de Dios
por inspiración divina.
¿Qué pasa el día de pentecostés? Bueno, hay una
manifestación «típica» del Espíritu de Dios. Dios en ocasiones anteriores se
había manifestado por medio de un viento recio, por señales de fuego, y con
profecía. Lo grande esta vez era que el Espíritu reposaba sobre todos
presentes, y en esto consiste el «cumplimiento» de la promesa. Pero este
cumplimiento no implica que las manifestaciones eran ni nuevas ni permanentes.
Al contrario, sirven de señal de que las promesas de Dios se habían cumplido. Y
como señales, son secundarias y son temporales. No forman la esencia del
derramamiento del Espíritu Santo.
En el Antiguo Testamento Dios preparó el camino
para poder entender la sustancia de lo que iba a hacer en el día de
Pentecostés. Por eso se revela como «viento» y como «fuego». Pero estas señales
son periféricas. La iglesia no necesita estas señales tal como Adán no las
necesitaban para obedecer a Dios antes de su caída. Eran «señales», no la
sustancia. Pedro enfatiza esto en su sermón el día de Pentecostés. Primero
Pedro les recuerda a sus oyentes de las señales que hizo Cristo estando vivo
(Hechos 2:22), y luego dice que habiendo sido exaltado, ganó el derecho al
Espíritu Santo, al cual ha derramado con estas últimas señales (Hechos
2:32,33). ¿Qué de las lenguas? En realidad las lenguas en sí parecen no formar
parte de las señales de Pentecostés. La presencia de profecía sí manifestaba un
cumplimiento de las esperanzas del poder y llenura del Espíritu Santo. Pero ninguna
profecía del Antiguo Testamento menciona «hablar en otras lenguas» como señal
del Espíritu Santo. Creo que podemos entender el hablar en lenguas (idiomas -
Hechos 2:8 ) bajo el rubro en el cual lo trata Pablo en 1 Corintios 12. Era un
don que Dios dio, repartido «como él quería» (1 Cor. 12:11), y no
necesariamente para cada creyente (« ¿hablan todos en lenguas?»- una pregunta
retórica con respuesta: «¡no!» 1 Cor 12:30). Las señales verdaderas el día de
Pentecostés fueron el viento, el fuego, y la proclamación del evangelio. Estas
fueron las señales para los creyentes. El don de predicar el evangelio en otros
idiomas por supuesto llamó más la atención de los no-creyentes, porque fue la
Palabra de Dios proclamada en su idioma natal, convenciéndoles de su pecado. Si
queremos hablar de las lenguas como señal, eran señal para los no-creyentes -
lo cual concuerda con lo que Pablo dice en 1 Corintios 14:22.
Esto ilustra el error de los grupos que desean
destacar las lenguas como señal para los creyentes del bautismo con el Espíritu
Santo. Si hubiera señal para los creyentes, deberían ser viento y fuego. Las
lenguas eran señal para los incrédulos. Pero como dijimos arriba, las señales
no forman parte de la sustancia. Si queremos buscar «pruebas» del Espíritu Santo
en nuestra vida, Gálatas 5:22,23 es claro: «Amor, paz, paciencia, etc». La
prueba de la presencia del Espíritu Santo en la vida de un cristiano es la
transformación a la imagen de Cristo, quien es la imagen perfecta de Dios. La
«unción» del Espíritu es la «unción de la obediencia». Esto es lo que se
destaca en el libro de los Hechos. El derramamiento del Espíritu Santo produjo
- no una sed de más señales, sino un deseo fervoroso de obedecer a Dios.
Desear la señal de algo y no su esencia es como
desear un anillo de bodas y no una esposa, o querer sólo saborear los olores de
una comida rica y no comerla. Dios dio señales contundentes el día de
Pentecostés de que había cumplido sus promesas. Pero el deseo de la iglesia no
debe ser por las señales, sino la sustancia del Espíritu de Dios - la imagen de
Dios renovada en nuestro corazón y nuestra vida.
Conclusiones
Existe una armonía perfecta entre las varias
porciones de las Escrituras, y he tratado de señalar cómo los primeros
capítulos de Génesis arrojan luz sobre el evento de Pentecostés. Con este
artículo he tratado de despertar interés en el estudio amplio del testimonio
Bíblico, dando importancia al desarrollo de la revelación de Dios. También he
tratado de señalar que Dios se sirve de «imágenes» o «modelos» para representar
verdades espirituales. Encontramos en el Antiguo Testamento una riqueza de
formas por medio de las cuales el Espíritu Santo se revela. Para nuestra
comprensión del día de Pentecostés, es necesario tomar en cuenta estas
preparaciones de Dios.
La Palabra de Dios contiene una riqueza de
enseñanzas sobre la persona y obra del Espíritu Santo. Nuestra teología debe
apoyarse en todas las facetas de estas enseñanzas, reconociendo tanto el
desarrollo de la revelación como la interrelación de sus partes.
Lejos de producir una fe meramente
«intelectualista» o «doctrinal», el aprecio de toda la gama bíblica sobre el
Espíritu Santo nos llevará a una comprensión y compromiso mayor con nuestro
Redentor. Nuestra obediencia buscará formas más fieles y profundas en qué
manifestar nuestra transformación a la imagen de Dios, y podremos enfocarnos en
la esencia de la plenitud del Espíritu de Dios - el amor, la paz y la
obediencia - en lugar de derramar energías buscando elementos extraños al
evangelio. ¡Dios nos llene a nosotros y a nuestras iglesias de este Espíritu
Creador y Redentor!
BIBLIOGRAFIA
Breneman, Mervin. “¿Cómo debemos usar el Antiguo
Testamento?”, Misión, #57. Calvin,
John. Comentaries on the book of Génesis. Grand Rapids: Baker Book House, 1981.
Dayton, Donaid W. Raíces Teológicas del Pentecostalismo. Grand Rapids:
Nueva Creación, 1991. Gaffin,
Richard. Perspectives on Pentecost. Phillipsburg: Presbyterian and Reformed
Publishing Company, 1979. Morley, Don. “Observando la bendición de
Toronto”, Nueva Reforma, 29, Abril 1995. Naf, Willi. “Benny Hinn, Dominador
Poderoso”, Nueva Reforma, 30, Julio 1995. Kline, Meredith. Images of the Spirit. Grand Rapids: Baker Book
House, 1980. Vos, Geerhardus. Biblical Theology. Grand Rapids: Eerdmans
Publishing Co., 1948.
Guillermo
Green is a minister in the United Reformed Church, and serves as executive
director of CLIR, the Latin America Fellowship of World Reformed Fellowship
Soli Deo Gloria
bY LeMDS
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