Credos y Confesiones I

Son pocos los Credos que se formaron antes del tiempo de la Reforma, y se refieren a los principios fundamentales del Cristia­nismo, especialmente a la Trinidad y a la persona del Dios Hombre, y son la herencia de toda la Iglesia.

Credo de los Apóstoles. Éste no fue escrito por los Apóstoles sino que se fue formando gradualmente por un consentimiento común, fundándose en las varias confesiones que separadamente habían adop­tado las congregaciones particulares y que usaban en la recepción de sus miembros. Adquirió su forma actual y el uso entre todas las igle­sias, a fines del siglo segundo. Fue puesto al fin del Catecismo Menor juntamente con la Oración del Señor y los Dios Mandamientos en la primera edición publicada por orden del parlamento, "no porque se creyera que había sido compuesto por los Apóstoles, o porque debiera considerarse como escritura canónica... sino por ser un breve re­sumen de la fe cristiana, de acuerdo con la Palabra de Dios, y reci­bido antiguamente en las iglesias de Cristo." Los que formaron nues­tra Constitución lo dejaron en las ediciones actuales como parte del Catecismo.* Es como sigue:

"Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra:
Y en Jesucristo su único Hijo, Señor nuestro, Que fue concebido por el Espíritu Santo, Nació de María Virgen, Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, Fue crucificado, muerto y sepultado, Descendió a los infiernos; Al tercer día resucitó de entre los muertos; Subió al cielo; Está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; Desde allí vendrá al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, La Santa Iglesia Católica, El perdón de los pecados, La resurrección de la carne Y la vida perdurable. Amén."


2º Credo Niceno. Éste fue formado sobre las bases del de los Apóstoles, y la cláusula relativa a la divinidad substancial de Cristo, fue agregada por el Gran Concilio celebrado en Nicea, Bitinia, A. D. 325. y las que se refieren a la divinidad y personalidad del Espíritu Santo, las añadió el segundo Concilio Ecuménico reunido en Constan tinopla, A. D. 381, y la cláusula "filioque" la añadió el Concilio de la Iglesia Occidental verificado en Toledo, (España) A. D. 569. En su forma actual es el Credo de toda la Iglesia Cristiana; la Iglesia Griega sólo rechaza la última cláusula mencionada. Dicho credo es como sigue:

"Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles; Y en un solo Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, Engendrado del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero. Engendrado, no hecho, consubstancial con el Padre; Por el cual todas las cosas fueron hechas, El cual por amor de nosotros y por nuestra salud descendió del cielo, Y tomando nuestra carne de la virgen María, por el Espíritu Santo, fue hecho hombre, Y fue crucificado por nosotros bajo el poder de Poncio Pilato Padeció, y fue sepultado; Y al tercer día resucitó según las Escrituras, Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre. Y vendrá otra vez con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos; Y su reino no tendrá fin. Y creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, procedente del Padre y del Hijo, El cual con el Padre y el Hijo juntamente es adorado y glorifi­cado; Quien habló por los profetas. Y creo en una santa Iglesia Católica y Apostólica. Confieso un bautismo para remisión de pecados, Y espero la resurrección de los muerto? Y la vida del siglo venidero. Amén."


En el transcurso del tiempo brotaron en el seno de la iglesia opiniones heréticas respecto a la constitución de la persona de Cristo. Por esta razón la iglesia se vio forzada a proveer definiciones adicionales que sirvieran de defensa a la verdad. Una tendencia herética se desarrolló hasta el extremo en el Nestorianismo que sostenía que las naturalezas divina y humana de Cristo, constituían dos personas. Esto fue condenado por el Concilio de Efeso, A. D. 431. La tendencia herética opuesta llegó a su colmo en el Eutiquianismo, que sostenía que las naturalezas divina y humana de Cristo, estaban unidas de tal manera que no eran sino una sola. Estas herejías las condenó el Concilio de Calcedonia, A. D. 451. Estos Credos que sostienen que Cristo tiene dos naturalezas en una persona, definen la fe de la Iglesia y son recibidos y aprobados por ella. En el siguiente "Comentario"' se citan muchas veces.

4º Credo Atanasiano. Evidentemente éste fue compuesto mucho tiempo después de la muerte del gran teólogo cuyo nombre lleva, cuando, concluyendo las controversias, fueron establecidas las definiciones de los Concilios de Efeso y Calcedonia ya mencionados arriba. Es un gran monumento, único de la fe inmutable de la Iglesia en lo que se refiere a los grandes misterios de la piedad, de la Trinidad de personas en un solo Dios, y de la dualidad de naturalezas en la persona de Cristo. No podremos citarlo todo por ser demasiado largo. Hablando de la persona del Dios Hombre dice así:

"También es necesario para la salvación, creer fielmente en la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Es entonces fe verdadera que creamos y confesemos que Nuestro Señor Jesucristo es Dios y Hombre. Es Dios, engendrado de la substancia del Padre desde la eternidad; hombre nacido en el tiempo, de la substancia de su madre. Dios perfecto, perfecto hombre que subsiste compuesto de una alma racional y carne humana. Respecto a su divinidad es igual al Padre; menos que el Padre en lo que toca a su humanidad. No obstante que es Dios y Hombre, no son dos sino un solo Cristo. Pero dos, no de la conversión de la divinidad a la carne, sino de !a asunción de su humanidad a Dios. Uno, no por confusión de substancia, sino por unidad de persona. Como el hombre es carne y alma racional, así el Cristo es Dios y hombre, etc."


Fuente: Comentario de la Confesion de Fe de Westminster.
Por: Archibal Alexander Hodge.

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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