ORACIÓN FÚNEBRE EN LA MUERTE DE LUTERO

Por Felipe Melanchthon (Fragmento)


Cuales son, pues, las cosas grandes y espléndidas manifestadas por Lutero y que hacen ilustre su vida? Muchos están clamando que ha sobrevenido la confusión sobre la iglesia y que han surgido controversias inexplicables. Yo contesto que esto pertenece a la regulación de la iglesia. Cuando el Espíritu Santo reprueba al mundo, surgen desórdenes debido a la obstinación de los impíos. La falta es de aquellos que no quieren oír al Hijo de Dios, de quien el Padre Celestial dice: "A él oíd". Lutero sacó a luz la doctrina verdadera y necesaria. Que existían las más densas tiniebla tocantes a la doctrina del arrepentimiento, es evidente. En sus discusiones él mostró lo que es el verdadero arrepentimiento, es a saber, el refugio y seguro consuelo del alma que gime bajo el sentido de la ira de Dios. El expuso la doctrina de Pablo, que dice que el hombre es justificado por la fe. El mostró la diferencia entre la ley y el evangelio, entre la justicia de la fe y la justicia civil. El también mostró qué es el verdadero culto de Dios, instó a la iglesia a apartarse de la superstición pagana, que imagina que Dios es adorado aunque la mente, agitada por alguna duda académica, se aparte de él. El nos ordenó adorar con fe y buena conciencia, y nos condujo al único Mediador, el Hijo de Dios, que está sentado a la diestra del Padre eterno e intercede por nosotros —no a imágenes de hombres muertos, que por una torpe superstición los impíos adoran las imágenes y los hombres muertos.

El nos señaló también otros servicios aceptos a Dios, y adornó y defendió la vida civil, como nunca lo había sido por los escritos de ningún otro hombre. Luego separó de los servicios necesarios las puerilidades de las ceremonias humanas, los ritos e instituciones que estorban el verdadero culto a Dios. Y para que la verdad celestial pudiera ser legada a la posteridad tradujo las Escrituras proféticas y apostólicas al idioma alemán con tal exactitud que su versión es más fácil de entender por el lector que mucho comentarios.

Publicó también muchas exposiciones, que Erasmo acostumbraba decir que superaban a todas, las otras. Y como se registra respecto a la reconstrucción de Jerusalén que con una mano edificaban y en la otra tenían la espada, así luchó él con los enemigos de la verdadera doctrina, y al mismo tiempo compuso anotaciones repletas de la verdad celestial, y con sus piadosos consejos llevó ayuda a las conciencias de muchos.

Como quiera que gran parte de la doctrina no puede ser entendida por la razón humana, como la doctrina de la remisión de pecados y la fe, debe reconocerse que fue enseñado por Dios; y muchos de nosotros fuimos testigos de las luchas por las que pasó, en el establecimiento del principio de que por fe somos recibidos y oídos por Dios.

De ahí que por la eternidad las almas piadosas habrán de magnificar los beneficios que Dios ha derramado sobre la Iglesia a través de Lutero. Primero darán gracias a Dios. Luego reconocerán que deben mucho a las labores de este hombre, aunque los ateos que se burlan de la iglesia declaren que esas espléndidas realizaciones son vacías y supersticiosas nonadas.

No es verdad, como afirman algunos, que hayan surgido intrincadas disputas, que haya sido arrojada en la iglesia la manzana de la discordia, que hayan sido propuestos los enigmas de la Esfinge. Es un asunto fácil para personas discretas y piadosas y para aquellos que no juzgan maliciosamente, el ver, por una comparación de opiniones, cuáles concuerdan con las doctrinas celestiales y cuales no. Sí, sin lugar a duda estas controversias están ya resueltas en las mentes de todas las personas piadosas. Porque desde que Dios quiere revelarse a sí mismo y a sus propósitos en el lenguaje de los profetas y apóstoles, no debe imaginarse que ese lenguaje sea tan ambiguo como las hojas de la Sibila, que, cuando se las revuelve, vuelan, juguetes del viento.

Algunos, no malas personas por cierto, se han quejado de que Lutero desplegara demasiada severidad. Yo no lo negaré. Pero respondo con las palabras de Erasmo: "Debido a la magnitud de los desórdenes, Dios dio a esta época un médico violento". Cuando Dios levantó este instrumento contra los orgullosos e impúdicos enemigos de la verdad, le habló como habló a Jeremías: "He aquí coloco mis palabras en tu boca; destruye y construye". Contra esos enemigos levantó Dios este poderoso destructor. En vano censuran a Dios. Además, Dios no gobierna a la iglesia por consejo humano; ni escoge sus instrumentos como los de los hombres. Es natural que las mentes mediocres e inferiores no simpaticen con aquellas de carácter más ardiente, sean buenas o malas. Cuando Arístides vio a Temístocles realizar y llevar a feliz término, por el poderoso impulso del genio, grandes empresas, aunque congratuló al estado, trató de apartar la mente celosa de Temístocles de su carrera.

No niego que los caracteres más ardientes a veces cometan errores, porque en medio de las flaquezas de la naturaleza humana nadie está sin falta. Pero del tal podemos decir lo que los antiguos decían de Hércules, Cimón y otros: "duro, ciertamente, pero digno de toda alabanza". Y en la iglesia, si, como dice San Pablo, él pelea una buena batalla, manteniendo la fe y una buena conciencia, debe ser tenido en la más alta estima por nosotros.

Sabemos que Lutero fue de los tales, porque constantemente defendía la pureza de la doctrina y guardaba una buena conciencia. No hay uno que le haya conocido, que no sepa que estaba poseído de In mayor bondad, y de la más grande afabilidad en la sociedad de sus mingos, y que no era en ningún sentido contencioso o camorrero. Y también exhibía, como debe hacerlo un hombre tal, la mayor dignidad en su porte. Poseía "un carácter recto, una expresión llena de gracia".

Apliquémosle más bien las palabras de Pablo: "Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre". Si era severo, era la suya la severidad del celo por la verdad, no del amor a la pendencia o de la dureza. De estas cosas nosotros y muchos otros somos testigos. Los sesenta y tres años de su vida los pasó en el más ardiente estudio de la religión y de todas las artes liberales. Ningún discurso mío podrá presentar dignamente las alabanzas de tal hombre. Jamás se descubrirían en él pasiones lujuriosas, ni consejos sediciosos. Era enfáticamente defensor de la paz. Nunca mezcló las artes de la política con los asuntos de la iglesia con propósito de aumentar su propia autoridad, o la de sus amigos. Tal sabiduría y virtud, estoy persuadido, no ¡nacen de la mera diligencia humana. Las almas valientes, elevadas, ardientes como la que tenía Lutero, deben ser guiadas divinamente.

¿Qué diré de sus virtudes? A menudo le he hallado llorando y orando por la iglesia entera. Casi todos los días pasaba una parte de la jornada leyendo los Salmos, con los cuales mezclaba sus propias súplicas en medio de lágrimas y gemidos. A menudo expresaba su indignación con aquellos que por indiferencia o por pretexto de otras ocupaciones descuidan la oración. Para tal fin, decía, la sabiduría' divina ha prescripto fórmulas de oración, para que leyéndolas nuestras mentes despierten, y la voz pueda proclamar siempre al Dios que adoramos.

En las muchas graves deliberaciones incidentales a los peligros públicos, observamos el vigor trascendente de su mente, su valor, su inconmovible coraje, donde reinaba el terror. Dios era su ancla, y la fe nunca le faltó.

Con respecto a la penetración de su mente, en medio de las incertidumbres el solo sabía lo que había que hacer. Y no era, como muchos suponen, indiferente al bien público. Por el contrario, conocía las necesidades del estado, y entendía claramente los sentimientos y deseos de sus conciudadanos. Y aunque su genio era tan extraordinario, leía con el mayor interés escritos eclesiásticos e historias, tanto antiguos como modernos, para poder hallar ejemplos aplicables a las condiciones actuales.

El traslado de un hombre tal de nuestro medio, un hombre del genio más trascendente, ilustrado, capacitado por una larga experiencia, adornado con muchas soberbias y heroicas virtudes, escogido por Dios para reformar la iglesia, que nos amaba con afecto paternal —el traslado de tal hombre de nuestro medio evoca lágrimas y lamentos. Somos como huérfanos abandonados por un padre fiel y distinguido. Pero aunque debemos inclinarnos delante de Dios, no permitamos que el recuerdo de sus virtudes y de sus buenos oficios perezca entre nosotros. Y regocijémonos de que él ahora mantiene ese familiar y delicioso intercurso con Dios y con su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que por la fe en el Hijo de Dios él siempre buscó y esperó, donde, por la manifestación de Dios y por el testimonio de toda la iglesia celestial, no sólo oye el aplauso de sus trabajos en el servicio del Evangelio, sino que es también librado del cuerpo mortal como de una cárcel, y ha entrado en aquella mucho más elevada escuela, donde puede contemplar la esencia de Dios, y las dos naturalezas unidas en Cristo, y todo el propósito manifiesto en la creación y redención de la iglesia. —las cuales grandes cosas, contenidas y manifestadas en los sagrados oráculos, él las contempló por fe; pero viéndolas ahora cara a cara, se regocija con gozo inefable; y con toda su alma derrama ardientemente gracias a Dios por su gran bondad.

bY LeMS

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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