Traducción por Natalia Pedrosa Garcia Y Adriana Troche
Uno de los versos citados equivocadamente de forma más frecuente en la Biblia es Proverbios 16:18: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu”. La cita equivocada minimiza el verso, de forma que sencillamente dice, “El orgullo va delante de la caída”. Aunque esta cita errónea no es textualmente exacta, sí capta la verdad del proverbio. En efecto, el orgullo es el precursor de una caída y el iniciador de la destrucción.
Vemos esto ilustrado de forma dramática en la narración bíblica de la Torre de Babel:
“Toda la tierra hablaba la misma lengua y las mismas palabras. Y aconteció que según iban hacia el oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, fabriquemos ladrillos y cozámoslos bien. Y usaron ladrillo en lugar de piedra, y asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la faz de toda la tierra. Y el SEÑOR descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres. Y dijo el SEÑOR: He aquí, son un solo pueblo y todos ellos tienen la misma lengua. Y esto es lo que han comenzado a hacer, y ahora nada de lo que se propongan hacer les será imposible. Vamos, bajemos y allí confundamos su lengua, para que nadie entienda el lenguaje del otro". (Gen. 11:1–7).
La Torre de Babel fue el primer rascacielos del mundo, probablemente una escalera alta o ziggurat que llevaba connotaciones religiosas. Como Martín Lutero notó en sus Sermones sobre Génesis, en la Edad Media se desarrollaron todo tipo de mitos y leyendas extravagantes relacionados con esa estructura. Algunos argumentaban que fue construida como un refugio para que las personas pudieran escapar de otra inundación, ignorando la promesa de Dios de que nunca más volvería a destruir el mundo con un diluvio. Otros sostenían que la estructura alcanzaba una altura de 15 kilómetros, tan alta que desde ella se podían oír las voces de los ángeles cantando en el cielo. Pero estos cuentos especulativos pierden de vista lo fundamental y ofrecen una visión poco acertada sobre el tema.
Como quiera que sea, la narración desarrolla el punto de vista de que la Torre de Babel en realidad no fue construida para honrar la gloria de Dios. Era un monumento que representaba el orgullo humano. Lutero observó: “Creo que sus motivos están expresados en las palabras, ‘Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre'. Estas palabras ponen en evidencia unos corazones petulantes y engreídos, que ponen su confianza en las cosas de este mundo sin confiar en Dios, y desprecian a la Iglesia porque carece de todo el poder y la pompa”. Más tarde añadió: “¿No fue éste un orgullo colosal y un gran desprecio por Dios, de manera que sin pedir consejo a Dios se atrevieron a llevar a cabo un proyecto tan inmenso bajo su propia responsabilidad?”
El motivo del orgullo se puede ver incluso más claramente en la arrogante declaración “hagámonos un nombre famoso”. En la Oración del Señor, la primera petición que Jesús nos instruyó que hiciéramos era que el nombre de Dios fuera santificado. Esta petición está claramente relacionada con los ruegos que siguen— “Venga a nosotros Tu reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. El reino de Dios está claramente presente en el cielo. Allí siempre se hace Su voluntad y allí Su nombre es santificado. Pero Su reino no está presente y Su voluntad no se hace donde Su nombre no es santificado. En Sinar, los hombres buscaban santificar y exaltar sus propios nombres. Esto era la vuelta del Edén, donde se repitió la tentación de ser como dioses.
La construcción de esta torre hacia el cielo era un intento de la apoteosis de la humanidad, la auto divinización de los hijos de los hombres. Esto muestra cómo piensa realmente la “Nueva Era”. Refleja lo que Pablo declara que es el pecado universal de la humanidad; la negación a honrar a Dios como Dios y de darle gracias (Rom. 1:21). El acto de construir la Torre de Babel fue un acto de apostasía. Estaba bajo el disfraz de la religión, como suele estar la apostasía, pero tal religión es la idolatría pagana que siempre busca adorar a la criatura antes que al Creador. Implica la sustitución de un dios falso por el Dios verdadero. Lutero comenta: “No fue un pecado en sí mismo erigir una torre, pues los santos hicieron lo mismo. . . Éste, sin embargo, es su pecado: atribuyen su propio nombre a la estructura. . .” En este acto, la verdadera adoración es reemplazada por una adoración centrada en el hombre.
Génesis nos cuenta que en respuesta a este acto humano de arrogancia excesiva, “el SEÑOR descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres”. Esto recuerda a la situación del Edén, cuando Dios fue al jardín, provocando que Adán y Eva escaparan para ponerse a cubierto. No era como si el Dios omnisciente y omnipresente no estuviera al corriente de la situación. Más bien, la narración indica una visita de Dios mediante la cual llegó a estas personas para juzgarlas. El orgullo que antecede a la destrucción y el espíritu altivo que precede a la caída es una actitud de desafío hacia Dios. Es una actitud que asume que Dios no es consciente de lo que está sucediendo o, si lo es, no tiene el poder suficiente como para hacer algo al respecto. El pecado sin castigar evoca una falta de temor en el pecador por la que se vuelve incluso más descarado en su desafío. El pecador confunde la paciencia y el aguante de Dios con impotencia, y descuidadamente amontona ira hacia sí mismo para el día de la ira. Cuanto más se retrase el juicio, peor será éste cuando caiga.
El castigo que Dios asignó a Babel fue la confusión del lenguaje humano y la disgregación de un orden mundial unido. Este juicio golpeó en el corazón de la empresa humana, y apuñaló el núcleo de la actividad humana política y económica. Ahora las personas están agrupadas en órdenes políticos, mientras que una lengua común une a una nación en contra de otras naciones. Esto alimenta la hostilidad internacional, mientras las naciones se levantan contra las naciones. La barrera del lenguaje también representa un obstáculo mayor para el comercio internacional, agravando aún más la hostilidad y demostrando el axioma de que “cuando los bienes y los servicios cruzan las fronteras, los soldados rara vez lo hacen”.
La desintegración de la armonía humana por medio de la confusión de las lenguas tiene consecuencias que alcanzan muchos ámbitos y son de larga duración. Lutero consideraba la confusión del lenguaje humano como un juicio más severo que el mismo Diluvio. ¿Cómo es eso? Después de todo, el Diluvio destruyó la población entera del mundo, excepto a Noé y su familia. El razonamiento de Lutero era el siguiente: El Diluvio sólo dañó a los humanos que estaban vivos en ese momento, mientras que la confusión de las lenguas dañó a toda la humanidad hasta el fin de los tiempos. La razón que Dios dio por este castigo en particular fue que nada pecaminoso que los seres humanos se propusieran hacer se lograría fácilmente.
La historia humana es el registro de criaturas que han buscado construir imperios para ellas mismas. Ningún imperio ha perdurado en el tiempo. Esto es verdadero tanto para imperios políticos como económicos. El único final posible para el orgullo es la destrucción. Los orgullosos pueden aguantar una estación, pero antes o después caerán.
Hoy nos movemos inexorablemente hacia un pueblo global unificado. El computador nos ofrece un lenguaje nuevo y universal. ¿Pero qué ocurre si el lenguaje de los computadores falla? ¿Qué ocurre si la economía global falla? ¿Dónde estará nuestro orgullo entonces?
Vemos esto ilustrado de forma dramática en la narración bíblica de la Torre de Babel:
“Toda la tierra hablaba la misma lengua y las mismas palabras. Y aconteció que según iban hacia el oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, fabriquemos ladrillos y cozámoslos bien. Y usaron ladrillo en lugar de piedra, y asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y hagámonos un nombre famoso, para que no seamos dispersados sobre la faz de toda la tierra. Y el SEÑOR descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres. Y dijo el SEÑOR: He aquí, son un solo pueblo y todos ellos tienen la misma lengua. Y esto es lo que han comenzado a hacer, y ahora nada de lo que se propongan hacer les será imposible. Vamos, bajemos y allí confundamos su lengua, para que nadie entienda el lenguaje del otro". (Gen. 11:1–7).
La Torre de Babel fue el primer rascacielos del mundo, probablemente una escalera alta o ziggurat que llevaba connotaciones religiosas. Como Martín Lutero notó en sus Sermones sobre Génesis, en la Edad Media se desarrollaron todo tipo de mitos y leyendas extravagantes relacionados con esa estructura. Algunos argumentaban que fue construida como un refugio para que las personas pudieran escapar de otra inundación, ignorando la promesa de Dios de que nunca más volvería a destruir el mundo con un diluvio. Otros sostenían que la estructura alcanzaba una altura de 15 kilómetros, tan alta que desde ella se podían oír las voces de los ángeles cantando en el cielo. Pero estos cuentos especulativos pierden de vista lo fundamental y ofrecen una visión poco acertada sobre el tema.
Como quiera que sea, la narración desarrolla el punto de vista de que la Torre de Babel en realidad no fue construida para honrar la gloria de Dios. Era un monumento que representaba el orgullo humano. Lutero observó: “Creo que sus motivos están expresados en las palabras, ‘Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre'. Estas palabras ponen en evidencia unos corazones petulantes y engreídos, que ponen su confianza en las cosas de este mundo sin confiar en Dios, y desprecian a la Iglesia porque carece de todo el poder y la pompa”. Más tarde añadió: “¿No fue éste un orgullo colosal y un gran desprecio por Dios, de manera que sin pedir consejo a Dios se atrevieron a llevar a cabo un proyecto tan inmenso bajo su propia responsabilidad?”
El motivo del orgullo se puede ver incluso más claramente en la arrogante declaración “hagámonos un nombre famoso”. En la Oración del Señor, la primera petición que Jesús nos instruyó que hiciéramos era que el nombre de Dios fuera santificado. Esta petición está claramente relacionada con los ruegos que siguen— “Venga a nosotros Tu reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. El reino de Dios está claramente presente en el cielo. Allí siempre se hace Su voluntad y allí Su nombre es santificado. Pero Su reino no está presente y Su voluntad no se hace donde Su nombre no es santificado. En Sinar, los hombres buscaban santificar y exaltar sus propios nombres. Esto era la vuelta del Edén, donde se repitió la tentación de ser como dioses.
La construcción de esta torre hacia el cielo era un intento de la apoteosis de la humanidad, la auto divinización de los hijos de los hombres. Esto muestra cómo piensa realmente la “Nueva Era”. Refleja lo que Pablo declara que es el pecado universal de la humanidad; la negación a honrar a Dios como Dios y de darle gracias (Rom. 1:21). El acto de construir la Torre de Babel fue un acto de apostasía. Estaba bajo el disfraz de la religión, como suele estar la apostasía, pero tal religión es la idolatría pagana que siempre busca adorar a la criatura antes que al Creador. Implica la sustitución de un dios falso por el Dios verdadero. Lutero comenta: “No fue un pecado en sí mismo erigir una torre, pues los santos hicieron lo mismo. . . Éste, sin embargo, es su pecado: atribuyen su propio nombre a la estructura. . .” En este acto, la verdadera adoración es reemplazada por una adoración centrada en el hombre.
Génesis nos cuenta que en respuesta a este acto humano de arrogancia excesiva, “el SEÑOR descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres”. Esto recuerda a la situación del Edén, cuando Dios fue al jardín, provocando que Adán y Eva escaparan para ponerse a cubierto. No era como si el Dios omnisciente y omnipresente no estuviera al corriente de la situación. Más bien, la narración indica una visita de Dios mediante la cual llegó a estas personas para juzgarlas. El orgullo que antecede a la destrucción y el espíritu altivo que precede a la caída es una actitud de desafío hacia Dios. Es una actitud que asume que Dios no es consciente de lo que está sucediendo o, si lo es, no tiene el poder suficiente como para hacer algo al respecto. El pecado sin castigar evoca una falta de temor en el pecador por la que se vuelve incluso más descarado en su desafío. El pecador confunde la paciencia y el aguante de Dios con impotencia, y descuidadamente amontona ira hacia sí mismo para el día de la ira. Cuanto más se retrase el juicio, peor será éste cuando caiga.
El castigo que Dios asignó a Babel fue la confusión del lenguaje humano y la disgregación de un orden mundial unido. Este juicio golpeó en el corazón de la empresa humana, y apuñaló el núcleo de la actividad humana política y económica. Ahora las personas están agrupadas en órdenes políticos, mientras que una lengua común une a una nación en contra de otras naciones. Esto alimenta la hostilidad internacional, mientras las naciones se levantan contra las naciones. La barrera del lenguaje también representa un obstáculo mayor para el comercio internacional, agravando aún más la hostilidad y demostrando el axioma de que “cuando los bienes y los servicios cruzan las fronteras, los soldados rara vez lo hacen”.
La desintegración de la armonía humana por medio de la confusión de las lenguas tiene consecuencias que alcanzan muchos ámbitos y son de larga duración. Lutero consideraba la confusión del lenguaje humano como un juicio más severo que el mismo Diluvio. ¿Cómo es eso? Después de todo, el Diluvio destruyó la población entera del mundo, excepto a Noé y su familia. El razonamiento de Lutero era el siguiente: El Diluvio sólo dañó a los humanos que estaban vivos en ese momento, mientras que la confusión de las lenguas dañó a toda la humanidad hasta el fin de los tiempos. La razón que Dios dio por este castigo en particular fue que nada pecaminoso que los seres humanos se propusieran hacer se lograría fácilmente.
La historia humana es el registro de criaturas que han buscado construir imperios para ellas mismas. Ningún imperio ha perdurado en el tiempo. Esto es verdadero tanto para imperios políticos como económicos. El único final posible para el orgullo es la destrucción. Los orgullosos pueden aguantar una estación, pero antes o después caerán.
Hoy nos movemos inexorablemente hacia un pueblo global unificado. El computador nos ofrece un lenguaje nuevo y universal. ¿Pero qué ocurre si el lenguaje de los computadores falla? ¿Qué ocurre si la economía global falla? ¿Dónde estará nuestro orgullo entonces?
bY LeMS
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