Sanos y Salvos


Por Robert C. Sproul
Libro: El Misterio del Espiritu Santo

Cuando el Espíritu Santo nos regenera y nos aviva a la vida espiritual, esta acción da como resultado el despertar del alma a la fe salvadora. El fruto de esta fe es la justificación. En el momento en que abrazamos a Cristo por fe, Dios nos declara justos. No somos justos porque hayamos llegado a ser instantáneamente santificados; somos justos porque los méritos de Cristo son imputados a nuestra cuenta. Dios nos considera justos en Cristo mientras en nosotros mismos aún estamos contaminados por el pecado.

La famosa fórmula de Lutero para capturar esta idea es la siguiente: Simul justus et peccator. Esta frase significa “justo y pecador al mismo tiempo”. Somos justos en Cristo, a través de Cristo y por Cristo, mientras todavía luchamos contra nuestro pecado. La justificación sólo por fe significa justificación sólo por Cristo.

Vemos entonces que nuestra justificación precede a nuestra santificación. Así como la regeneración precede a la fe y la fe precede (en una prioridad lógica) a la justificación, la justificación precede a la santificación. 

Sin embargo, es absolutamente crucial entender y establecer firmemente en nuestras mentes que, si la regeneración es real, siempre producirá fe. Si la fe es genuina, siempre producirá justificación. Si nuestra justificación es auténtica, siempre producirá santificación. No puede haber una verdadera justificación que no sea seguida por una santificación real.

En este punto, debemos notar algunas diferencias críticas que hay entre la regeneración y la santificación. La regeneración es inmediata y espontánea. Nuestra conciencia de la regeneración puede desarrollarse gradualmente en nosotros, pero el acto mismo, llevado a cabo por el Espíritu Santo, es instantáneo. Ninguno es jamás regenerado en forma parcial o renacido a medias. Una persona, o es regenerada, o es no regenerada; no hay un punto intermedio. 

Lo mismo es cierto en cuanto a la justificación. Ninguno es jamás justificado parcialmente. En el instante en que la fe salvadora se halla presente, Dios inmediatamente nos declara justos.

La santificación es algo diferente. Aunque la santificación comienza en el momento en que somos justificados, es un proceso gradual. Continúa a lo largo de nuestra vida. La justificación no produce una santificación total inmediata. No obstante, si la santificación no tiene un comienzo definido, es una prueba positiva de que no hubo justificación, fe ni regeneración en primer término.

Una segunda diferencia clave entre la regeneración y la santificación tiene relación con las partes involucradas en su operación. La regeneración es monergista. Es la obra de Dios y nadie más. Sin embargo, la santificación es sinergista. Involucra la cooperación entre el Espíritu Santo y nosotros:

Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no sólo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito. (Filipenses 2:12-13)

Este texto ofrece la idea clásica del sinergismo. Vemos dos partes que ya se hallan involucradas en el desarrollo de la salvación. Se nos llama a trabajar, trabajar duro, con temor y temblor. Al mismo tiempo se nos promete que Dios está obrando dentro de nosotros.

Cuando el Espíritu Santo nos regenera, no sólo actúa sobre nosotros y en nosotros de una manera que cambia la disposición de nuestras almas; Él viene y mora dentro de nosotros. Mientras mora en el creyente, el Espíritu continúa ejerciendo su influencia sobre nosotros para asistirnos en nuestra búsqueda de la santidad.

En este punto hay una señal de peligro, una luz roja de advertencia que debemos observar para que no caigamos en una seria herejía que aun ahora sigue inflamándose dentro de la comunidad evangélica.
Cuando el Espíritu Santo mora en nosotros, Él no se convierte en nosotros. Ni tampoco nosotros somos deificados en manera alguna.

Aunque ahora mora en mí un Ser Divino, el Espíritu Santo de Dios, yo no me convierto en una nueva encarnación de Dios. Hay algunos que incluso ahora enseñan que una persona en la cual mora el Espíritu Santo es la encarnación de Dios tanto como Cristo lo fue. Este concepto es tan crasamente herético y blasfemo que no mencionaré aquí los nombres de dichos maestros.

El Espíritu obra para producir seres humanos santificados, no criaturas deificadas. Dios no nos hace ser criaturas eternas ni existentes por sí mismas. Dios no crea otro dios. Todo lo que Dios crea es, por definición, una criatura. Lo creado no puede ser eterno ni existente por sí mismo. Dios podría crear una criatura inmortal, pero no una criatura eterna. Una criatura inmortal tendría la capacidad de vivir para siempre en el futuro pero no eternamente en el pasado.

Cuando Dios el Espíritu Santo nos aviva a la fe por la cual somos justificados, estamos a salvo. La justificación nos salva de la ira que ha de venir. En el momento de nuestra justificación, como indicaba la fórmula de Lutero, estamos a salvo, pero no sanos. Lutero hizo una analogía más amplia al señalar que el médico declara que con toda certeza viviremos aunque la enfermedad aún no haya sido curada. No obstante, junto con la gracia santificadora se nos da la medicina que nos restaurará del todo. O. P. Gifford ofreció la siguiente ilustración para describir el proceso de santificación:

El buque de vapor cuyo mecanismo está roto puede ser traído al puerto y atado al muelle. Está a salvo, pero no sano. Las reparaciones pueden durar un largo tiempo. Cristo planea hacernos tanto salvos como sanos. La justificación proporciona lo primero estar a salvo; la santificación proporciona lo segundo estar sanos.5 

En nuestros días hay una disputa entre los cristianos con respecto a la posibilidad de aceptar a Cristo como Salvador sin aceptarlo, a la vez, como Señor. Esta dicotomía Salvador/Señor se halla lo más lejos que sea posible desviarse del concepto bíblico de la justificación-santificación. A. A. Hodge comentó una vez: “Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”.6 No puede haber fe justificadora que reciba a Jesús como Salvador mientras al mismo tiempo lo ignore, lo rechace o lo pase por alto como Señor.

Aunque podemos distinguir entre los roles que Jesús cumple como Salvador y Señor, de ninguna manera podemos separarlos. Aceptar a Cristo por fe es aceptar a Cristo entero.

 Una vez más, al distinguir entre la obra del Espíritu Santo en la regeneración y la santificación, queda una conexión necesaria entre las dos. Somos regenerados a la fe para la justificación y para la santificación. A. H. Strong escribe:  

La operación de Dios se revela en, y es acompañada por, una actividad inteligente y voluntaria del creyente en el descubrimiento y la mortificación de los deseos pecaminosos, y en la conducción del ser completo a la obediencia a Cristo y la conformidad a las normas de conducta expresadas en Su Palabra.7  

 La santificación involucra movimiento. Habitualmente nos referimos a ese movimiento en términos de crecimiento espiritual. A veces puede parecer que estuviéramos dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás. Hablamos de “reincidir” cuando resbalamos y caemos en nuestro andar espiritual. No obstante, el patrón total de la santificación es un patrón de crecimiento. El crecimiento es gradual; a veces puede ser penosamente lento. Sin embargo, debe haber movimiento. De nuevo, ningún cristiano nace espiritualmente muerto. Strong cita a Horace Bushnell con respecto a esto: 

Si las estrellas no se movieran, se descompondrían en el cielo. El hombre que monta la bicicleta debe mantenerse en marcha o bajar. Una gran parte de la santificación consiste en la formación de hábitos correctos, tales como el hábito de la lectura bíblica, de la oración privada, de la asistencia a la iglesia y de hacer esfuerzos por convertir y beneficiar a otros.

Me gusta la analogía de la bicicleta de Bushnell. Para mantener el equilibrio en una bicicleta, uno debe mantenerla en movimiento. Tan pronto como el impulso de la bicicleta se detiene, es mejor que tengamos piernas lo suficientemente largas como para alcanzar el suelo o con toda seguridad caeremos. Yo aprendí a montar una bicicleta cuando mis piernas aún eran demasiado cortas como para alcanzar el suelo cuando la bicicleta estaba detenida. Puse un colchón en el camino de entrada junto a mi lugar de llegada para asegurarme de que, cuando me detuviera, tuviera un lugar suave sobre el cual caer.

bY LeMS

El Caso de la Dicotomía o Tricotomía

 
-->Por James Oliver Buswell, Jr.
 Teologia Sistematica de la Fe Cristiana

Una discusión sobre el ser no material humano.
¿Seremos cuerpo, alma y espíritu,
o será que los términos “alma” y “espíritu” 
son sinónimos e intercambiables?

Con toda la variedad de términos y distinciones en los varios nombres usados para los diferentes aspectos funcionales del ser no material del hombre, han surgido de tiempo en tiempo en la iglesia grupos que han considerado el alma y el espíritu como entidades sustantivas distinguibles y separables. La herejía apolinarista del siglo IV d.C. se basa en esta teoría. El hombre era considerado tricótomo, es decir, hecho de tres partes distinguibles y separables —cuerpo, alma, y espíritu. Este punto de vista erróneo de la naturaleza humana se usó como base para una explicación errónea de la encarnación que dejó la naturaleza humana de Cristo radicalmente incompleta. 

A diferencia de la tricotomía, el punto de vista común de los teólogos ortodoxos a través de la historia eclesiástica ha sido que el hombre es dicótomo. Es obvio que su cuerpo se separa de su ser no material al morir. El hombre no material, una complejidad a la cual se hace mención por una variedad de nombres funcionales, es sin embargo una sola entidad sustantiva no material, indivisible. 

1. Hebreos 4.12

Tal vez el argumento más importante de los tricotomitas se basa en Hebreos 4.12: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y que penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón».

El argumento es que si se puede «partir el alma y el espíritu» tienen que ser separables y, por lo tanto, distinguibles. 
En respuesta debemos notar que este texto no indica una división o separación entre el alma y el espíritu. Eso habría demandado alguna preposición tal como meaksu y una fraseología que sugiera «dividido entre alma y espíritu». En realidad, los objetos del infinitivo «partir» son una serie de genitivos, cada uno en sí mismo nombrando algo que se divide. La versión Reina-Valera (1960) dice correctamente «hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos». Se dice que la Palabra parte el alma y parte el espíritu por su poder penetrante, tal como las coyunturas y los tuétanos se parten con la espada que mata al animal para el sacrificio. 

Que no se indica una división entre, sino una división de, es evidente de la última parte del versículo: «Discierne los pensamientos y las intenciones del corazón». Obviamente, los pensamientos e intenciones no se pueden considerar como entidades sustantivas separables. En realidad, las intenciones son un tipo de pensamiento. La Palabra es discernidora de los pensamientos y de las intenciones. 

El significado de Hebreos 4.12 se ve más claramente en el versículo 13: «No hay cosa creada que no sea manifestada en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta». 
Vemos, entonces, que Hebreos 4.12 no da ayuda alguna al punto de vista tricótomo de que el alma y el espíritu son entidades sustantivas distinguibles o separables. No son más separables que los pensamientos y las intenciones. 

2. 1 Tesalonicenses 5.23

Después de Hebreos 4.12, los tricotomitas basan su argumento en 1 Tesalonicenses 5.23: «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma, y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo». 

Los tricotomitas a veces repiten con gran énfasis las palabras de este texto, «espíritu, y alma, y cuerpo», dando énfasis a la palabra «y», tal como si fuera prueba irrefutable de que el espíritu y el alma son entidades sustantivas, separables, y distinguibles. Pero el mismo argumento nos llevaría a una división cuadruple si uno quisiera citar Lucas 10.27, «Con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente», con el mismo énfasis.

Es sorprendente que en la historia eclesiástica nunca se ha desarrollado una división cuadruple basada en este dicho de Jesús (Lc 10.27; cf. Mt 22.37; Mr 12.30). La teología cristiana no se ha tenido que preocupar nunca por algún partido que sostenga que el «corazón», «mente», y «entrañable amor» (splangchna) no son sinónimos; y los argumentos ordinariamente presentados para la tricotomía serían tan acertados para una distinción sustantiva entre lo que estos tres términos designan como para una distinción sustantiva entre «alma y espíritu». 

La mención del alma y del espíritu en 1 Tesalonicenses 5.23 no solamente no abunda más en favor de la tricotomía que la enumeración de corazón y mente y alma y fuerza en Lucas 10.27 hacia una división cuadruple sino que el contexto en Tesalonicenses apunta en la dirección opuesta. Las palabras «por completo» y «todo» muestran que Pablo no estaba pensando en las partes del hombre sino más bien en los aspectos del hombre como un todo. J.I. Marais, en su artículo sobre la psicología en International Standard Bible Encyclopedia, cita a Abraham Kuyper, quien dijo: «El apóstol no emplea la palabra jolomeeis, «en todas vuestras partes», para luego resumir estas partes en cuerpo, alma y espíritu, sino joloeleis, una palabra que no se refiere a las partes...» 

Marais luego hace este comentario: «[En la Escritura] el hombre se representa como una unidad y los varios términos empleados para indicar la unidad en su diversidad de actividades o pasividades no implican necesariamente existencia de diferentes esencias, o de órganos separados, por las cuales estas se realizan». Esta es exactamente la posición que yo recomendaría al estudiante asumir, con la excepción de que donde Marais habla de «esencias» y «órganos» yo he usado las palabras «entidades sustantivas». 

La nota sobre 1 Tesalonicenses 5.23 en la edición Scofield de la Biblia dice en parte: «Alma y espíritu se distinguen decididamente en la sepultura y resurrección del cuerpo. Se siembra un cuerpo animal (soma psychikon —cuerpo del alma), resucitará cuerpo espiritual (soma pneumatikon —cuerpo espiritual), 1 Corintios 15.44. Por eso, decir que no hay diferencia entre el alma y el espíritu es lo mismo que aseverar que no hay diferencia entre el cuerpo mortal y el cuerpo resucitado». 

3. 1 Corintios 15.44

A esto replicaríamos que en primer lugar, el dicotomista no dice que «no hay diferencia» entre alma y espíritu. Estas palabras no son sinónimas sino nombres funcionales que difieren uno del otro como «corazón» y «mente» difieren uno del otro. En segundo lugar, el autor de esta nota debiera haber recordado que es una doctrina importante de la fe cristiana que la identidad numérica del cuerpo no se pierde en el cambio de la naturaleza del cuerpo, ya que el mismo cuerpo pasa por las experiencias de muerte, corrupción, y resurrección. Es parte fundamental de nuestro sistema de doctrina cristiana que el cuerpo de Cristo con que nació, en que vivió su vida en la carne, en que fue crucificado, es la misma identidad numérica que su cuerpo resucitado y glorioso, como el que seremos nosotros en nuestra resurrección (Flp 3.21). 

Las palabras soma psychikon, «cuerpo del alma», designan bien claramente al cuerpo humano como que tiene estos atributos que son apropiados para la vida de la persona en la carne en este mundo durante la época presente. De la misma manera, las palabras soma pneumatikon, «cuerpo espiritual», se refieren al mismo cuerpo, cambiado tal cual será en la resurrección, y apropiado para la vida de la persona, asociada con Cristo resucitado en su reino futuro. 

4. Delitzsch sobre la tricotomía

He hecho referencia anteriormente a la gran obra Biblical Psychology [Sicología bíblica] del profesor Franz Delitzsch. No hay duda de que fue un erudito de extraordinaria habilidad e influencia y que su obra contiene una tremenda cantidad de información detallada. Puesto que los tricotomitas lo citan con frecuencia como una autoridad en su punto de vista, será bueno examinar algunas de sus declaraciones para ver cuál en verdad era ese punto de vista. En una sección titulada «La falsa y la verdadera tricotomía» empieza con la declaración: «Es inútil decir que la dicotomía o la tricotomía es exclusivamente la representación bíblica de la constitución de la naturaleza humana. La Escritura habla en algunos lugares de una manera definitivamente dicotomista, como por ejemplo Mateo 6.25; Santiago 2.26; 1 Corintios 6.20; (según la lectura del textus receptus), en otros, de una manera absoluta e innegablemente tricotomita, como 1 Tesalonicenses 5.23; Hebreos 4.12. Porque hay una falsa tricotomía y en oposición a ella una dicotomía bíblica, y hay una falsa dicotomía y en oposición a ella una tricotomía bíblica». (p. 103)

En una nota anterior indiqué que Delitzsch no hace distinción de categorías entre entidades sustantivas y atributos funcionales. Si se reconoce esta distinción, entonces la cuestión llega a definir claramente. No conozco a nadie que niegue que el ser no material del hombre tiene muchos atributos funcionales y estos se pueden llamar por numerosos nombres. La única tricotomía que es censurable es aquella que mantiene que hay dos entidades sustantivas en el ser no material del hombre, y esta tricotomía tiene que ser verdadera o falsa. Cuando Delitzsch habla, como lo hace en la cita de arriba, no sostiene una tricotomía sustantiva, ni cualquier clase de tricotomía a la cual se haga objeción aquí. En realidad, aunque Delitzsch no lo reconoce explícitamente, hay en el fondo de mucho de lo que él dice un reconocimiento inconsciente de la verdad del punto de vista dicotomista y la falsedad de la tricotomía que hemos rechazado. Dice él, por ejemplo: «Según su representación [de la Escritura], el hombre es la síntesis de dos elementos absolutamente distintos.... El cuerpo no es el precipitado del espíritu ni el espíritu el sublimado de la materia» (p.105 ss.).

Que la distinción de Delitzsch entre alma y espíritu es una distinción de función y no de entidades sustantivas es evidente de esta declaración: «El alma es el aspecto externo del espíritu, y el espíritu el aspecto interno de alma; y la pare más interna de la naturaleza del hombre es su ego, que es distinto del espritu, alma, y cuerpo»(p. 179). Debe ser evidente al lector que en esta cita la palabra «distinto» significa distinto funcionalmente y no distinto sustantivamente, una distinción de «aspecto», no de sustancia. Nada hay en la obra de Delitzsch que muestre que la diferencia entre «alma» y «espíritu» sea otra que una diferencia de nombres funcionales para la misma entidad sustantiva, el mismo tipo de diferencia que prevalece entre corazón y mente. 

5. El hombre no es una trinidad

Una idea bien establecida en la mente de la mayoría de los tricotomitas es que el hombre como cuerpo, alma, y espíritu es un reflejo de la Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y que esta naturaleza tricótoma del hombre es lo que constituye la imagen de Dios o por lo menos es un aspecto de esa imagen. 

(1) Se ha mostrado más arriba, que «ciencia, justicia, y santidad, son dominio sobre las criaturas» o, en otras palabras, la naturaleza no material del hombre, en sus funciones intelectuales, morales, y espirituales, y su reinado potencial sobre lo demás de la creación son, según la Biblia, lo que constituye la imagen de Dios en el hombre. Se ha mostrado que el cuerpo del hombre no es en ningún sentido una parte o un aspecto de la imagen de Dios. 

(2) Cuando se dice que Cristo, la segunda persona de la Trinidad, es la imagen del Padre debe ser argumento suficiente para mostrar que no hay base para la tricotomía en la doctrina de la imagen de Dios en el hombre. En 2 Corintios 4.4 Pablo hace referencia a «la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios». En Colosenses 1.15 se refiere a Cristo como «la imagen del Dios invisible». Si pues la segunda Persona de la Trinidad es en sí misma la imagen de Dios, «el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia» (Heb 1.3), sígase que la expresión «imagen de Dios» no tiene referencia a su naturaleza trina, sino que se refiere a su naturaleza personal espiritual. Por eso, la imagen de Dios en el hombre no es una trinidad, sino que es la semejanza de la naturaleza personal y espiritual de Dios. 

(3) Cualquier tentativa por fabricar una analogía entre las personas de la Trinidad y la supuesta naturaleza tricótoma del hombre resultaría en una seria herejía. Según los tricotomistas el espíritu es muy superior al alma, y el alma y el espíritu son muy superiores al cuerpo. ¿Cómo entonces podría haber una analogía al Ser Trino de Dios, cuyas tres personas son «las mismas en sustancia, iguales en poder y en gloria»? 1 ¿A qué persona de la Trinidad correspondería el cuerpo, si el Dios Trino en la esencia de Su Ser pre-encarnado es incorpóreo? Cualquier tentativa de encontrar la imagen de Dios, desde el punto de vista tricótomo del hombre tiene pues que llevarnos a absurdas, contradicciones y serias herejías. 


bY LeMS

Monergismo y Sinergismo

El Ministerio del Espíritu Santo
Por R. C. Sproul.


MONERGISMO Y SINERGISMO

Una obra monergista es una obra producida individualmente, por una persona. El prefijo mono- significa uno. La palabra erg se refiere a una unidad de trabajo. Palabras como energía están construidas sobre esta raíz. Una obra sinergista es aquella que implica cooperación entre dos o más personas o cosas. El prefijo sin- quiere decir “junto con”.

Insisto en esta distinción por una razón. Es justo decir que todo el debate entre Roma y Martín Lutero pendió de este solo punto. Lo que estaba en discusión era esto: ¿Es la regeneración una obra monergista de Dios, o es una obra sinergista que requiere una cooperación entre el hombre y Dios?

Cuando mi profesor escribió “La regeneración precede a la fe” en el pizarrón, claramente estaba tomando partido por la respuesta monergista. Sin duda, después de que una persona es regenerada, dicha persona coopera ejerciendo fe y confianza. Pero el primer paso, el paso de la regeneración a través del cual una persona es avivada para la vida espiritual, es la obra de Dios y sólo de Dios. La iniciativa está en Dios, no en nosotros.

La razón por la cual no cooperamos con la gracia regeneradora antes de que ésta actúe sobre nosotros y en nosotros es que no podemos. No podemos porque estamos espiritualmente muertos. No podemos ayudar al Espíritu Santo cuando éste aviva nuestras almas para la vida espiritual más de lo que Lázaro podía ayudar a Jesús a levantarle de entre los muertos.

Probablemente es cierto que la mayoría de los cristianos profesantes del mundo actual creen que el orden de nuestra salvación es este: La fe precede a la regeneración. Somos exhortados a elegir nacer de nuevo. Sin embargo, decirle a un hombre que elija renacer es como exhortar a un cadáver a elegir resucitar. La exhortación cae en oídos sordos.

Cuando empecé a luchar contra el argumento del profesor, me sorprendí al descubrir que su aparentemente extraña enseñanza no era una innovación teológica. Encontré la misma enseñanza en Agustín, Martín Lutero, Juan Calvino, Jonathan Edwards y George Whitefield. Me asombré al hallarla incluso en la enseñanza del gran teólogo católico medieval Tomás de Aquino.

El hecho de que aquellos gigantes de la historia cristiana llegaran a la misma conclusión con respecto a este punto causó un impacto tremendo en mí. Yo estaba consciente de que ellos no eran individual ni colectivamente infalibles. Todos y cada uno de ellos podían estar equivocados. Sin embargo, yo estaba impresionado. Me había impresionado especialmente Tomás de Aquino.

Tomás de Aquino es considerado el Doctor Angelicus de la iglesia católica romana. Durante siglos, su enseñanza teológica fue aceptada como dogma oficial por la mayoría de los católicos, de modo que él era la última persona que yo esperaba encontrar adherida a semejante enfoque de la regeneración. No obstante, Aquino insistió en que la gracia regeneradora es gracia operativa, no gracia cooperativa. Aquino habló de la gracia precedente, pero habló de una gracia que viene antes de la fe, que es la gracia de la regeneración.

La frase clave en la Carta de Pablo a los Efesios con respecto a este asunto es esta:

(…) aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados). (Efesios 2:5)

Aquí, Pablo establece el momento en que la regeneración ocurre. Tiene lugar cuando estábamos muertos. Con una sola bomba de revelación apostólica, todos los intentos de asignarle la iniciativa de la regeneración al hombre son aplastados total y completamente. De nuevo, los hombres muertos no cooperan con la gracia. Los espiritualmente muertos no toman iniciativa alguna. A menos que la regeneración ocurra primero, no hay posibilidad de fe.

Esto no dice nada diferente a lo que Jesús le dijo a Nicodemo. A menos que un hombre nazca de nuevo en primer término, no puede ver ni entrar al reino de Dios. Si creemos que la fe precede a la regeneración, entonces establecemos nuestro pensamiento y consecuentemente a nosotros mismos en oposición directa no sólo a Agustín, Aquino, Lutero, Calvino, Edwards y otros, sino que nos oponemos a la enseñanza de Pablo y de nuestro Señor mismo.


LA REGENERACIÓN ES GRATUITA

En la exposición de Pablo acerca de la regeneración hay un fuerte acento sobre la gracia. Es necesario que los cristianos de todas las persuasiones teológicas reconozcan voluntaria y alegremente que nuestra salvación descansa sobre el fundamento de la gracia.

Durante la Reforma, los protestantes usaron dos frases latinas como gritos de guerra: sola scriptura (sólo la Escritura) y sola fide (sólo por fe). Ellos insistieron en que la autoridad suprema en la iglesia bajo Cristo es la Biblia sola. Insistieron en que la justificación era sólo por fe. Ahora, Roma no negaba que la Biblia tiene autoridad; era la palabra sola aquello con lo cual se atragantaban. Roma no negaba que la justificación involucra fe; era la palabra sola lo que les provocó a condenar a Lutero.

Hubo un tercer grito de guerra durante la Reforma. Fue escrito originalmente por Agustín más de mil años antes de Lutero. Era la frase sola gratia. Esta frase afirma que nuestra salvación descansa sólo en la gracia de Dios. El mérito humano no está mezclado con ella. La salvación no es un logro humano; es un don gratuito de Dios. Un enfoque sinergista de la regeneración pone esta fórmula en peligro.
No es accidental que Pablo agregue a su enseñanza sobre la regeneración el hecho de que sea una obra gratuita de Dios. Démosle otra mirada:

Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas. (Efesios 2:4-10)

¿Alguna vez usted le ha hecho críticas correctivas a la Biblia? Yo, en verdad, lo he hecho, para mi gran vergüenza. Frecuentemente me he preguntado, en medio de desacuerdos teológicos, por qué la Biblia no habla más claramente de ciertas cuestiones. ¿Por qué, por ejemplo, el Nuevo Testamento no nos dice directamente si
deberíamos o no bautizar a los niños?

Frente a muchas preguntas como ésa, quedamos abandonados a decidir sobre la base de inferencias extraídas de la Biblia. Cuando semejantes desacuerdos me desconciertan, habitualmente vuelvo a este punto: El problema no yace en la falta de claridad de la Biblia; yace en mi falta de comprensión clara con respecto a lo que la Biblia enseña.

Cuando se trata de la regeneración y la fe, me pregunto cómo podría Pablo haberlo expresado más claramente. Supongo que podría haber agregado a Efesios 2 la frase “La regeneración precede a la fe”. Sin embargo, honestamente pienso que aun esa frase no cerraría el debate. No hay nada en esa frase que no haya sido ya claramente explicado por Pablo en este texto o por Jesús en Juan 3.

¿Por qué, entonces, todo este alboroto? Supongo que se debe a que, si concluimos que la regeneración es por iniciativa divina, que la regeneración es monergista, y que la salvación es sólo por gracia, no podemos escapar de la manifiesta inferencia que nos lleva rápida e irresistiblemente a la elección soberana.

Tan pronto como la doctrina de la elección pasa al frente, se produce una frenética lucha por encontrar una manera de lograr que la fe aparezca antes de la regeneración. A pesar de todas estas dificultades anexas, nos encontramos de frente con la enseñanza del Apóstol:

Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

Aquí el Apóstol enseña que la fe a través de la cual somos salvos es una fe que viene a nosotros por gracia. Nuestra fe es algo que ejercemos por nosotros mismos y en nosotros mismos, pero no es de nosotros mismos. Es un don. No es un logro.

Con la gratuidad del don de la fe como fruto de la regeneración, toda la jactancia es excluida para siempre, excepto si está basada en las extraordinarias riquezas de la misericordia de Dios. Todos los enfoques de la salvación que se centran en el hombre son excluidos si retenemos la palabra sola en sola gratia. Por lo tanto, jamás debemos afligir al Espíritu Santo apropiándonos del crédito que le pertenece exclusivamente a Él.


LA REGENERACIÓN ES EFICAZ

Dentro de las formas tradicionales de la teología arminiana están aquellas que concuerdan en que la regeneración precede a la fe pero insisten en que no siempre ni necesariamente produce fe. Esta visión está de acuerdo en que la iniciativa es de Dios; es por gracia, y la regeneración es monergista. Dicho enfoque está habitualmente vinculado con algún tipo de visión de la regeneración universal.

Esta idea está ligada a la cruz. Algunos arguyen que uno de los beneficios universales de la expiación de Cristo es que todas las personas son regeneradas al punto de que la fe ahora es posible. La cruz rescata a todos los hombres de la muerte espiritual en el sentido de que ahora tenemos el poder de cooperar o no cooperar con la oferta de la gracia salvadora. Quienes cooperan ejerciendo fe son justificados.

Quienes no ejercen fe nacen de nuevo pero no son convertidos. Son espiritualmente estimulados y se hallan espiritualmente vivos pero permanecen en la incredulidad. Ahora son capaces de ver el reino y tienen el poder moral para entrar en él, pero eligen no hacerlo.

Para mí, esta es una visión de gracia ineficaz o dependiente. Es cercana a lo que Tomás de Aquino rechazó como gracia cooperativa.

Cuando sostengo que la regeneración es eficaz, quiero decir que alcanza su objetivo deseado. Es efectiva. Realiza su tarea. Se nos hace vivir a la fe. El don consiste en una fe verdaderamente dada y que echa raíces en nuestros corazones.

A veces, la frase llamamiento eficaz se usa como sinónimo de regeneración. La palabra llamamiento se refiere a algo que ocurre dentro de nosotros y se distingue de lo que ocurre fuera de nosotros.

Cuando el evangelio es predicado audiblemente, la boca del predicador emite sonidos. Hay un llamado externo a la fe y al arrepentimiento.

Cualquiera que no sea sordo es capaz de oír las palabras con sus oídos. Las palabras estimulan los nervios auditivos de los regenerados y los no regenerados por igual.

Los no regenerados experimentan el llamado externo del evangelio. Este llamado externo no efectuará la salvación a menos que el llamado sea oído y abrazado en fe. El llamamiento eficaz se refiere a la obra del Espíritu Santo en la regeneración. Aquí, el llamado se halla dentro. Los regenerados son llamados internamente. Todo aquel que recibe el llamado interno de la regeneración responde en fe. Pablo dice:

Y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos también justificó; y a los que justificó, a ésos también glorificó. (Romanos 8:30)

Este pasaje de Romanos es elíptico. Es decir, requiere que proveamos en él una palabra que es asumida por el texto pero no declarada explícitamente. La gran pregunta es: ¿Qué palabra debemos proveer, algunos o todos? Probemos con algunos:

Y a algunos de los que predestinó, a ésos también
llamó; y a algunos de los que llamó, a ésos también justificó; y a algunos de los que justificó, a ésos también glorificó.

Añadir aquí la palabra algunos es distorsionar el texto. Significaría que algunos de los predestinados nunca oyen el llamado del evangelio. Algunos de los que son llamados nunca llegan a la fe ni a la justificación. Algunos de los justificados no alcanzan a ser glorificados. En este esquema, no sólo el llamamiento no sería eficaz, sino que tampoco lo sería la predestinación ni la justificación.

La inferencia de este texto es que todos los que son predestinados son igualmente llamados. Todos los que son llamados son justificados, y todos los que son justificados son glorificados.

Si ese es el caso, entonces debemos distinguir entre el llamado externo del evangelio, que puede ser o no atendido, y el llamado interno del Espíritu, que necesariamente es eficaz. ¿Por qué? Si todos los llamados son también justificados, entonces todos los llamados deben ejercer fe. Obviamente, no todo aquel que oye el llamado externo del evangelio viene a la fe y la justificación. Sin embargo, todos los que son eficazmente llamados vienen efectivamente a la fe y la justificación. Aquí, el llamado se refiere a la obra interna del Espíritu Santo que está ligada a la regeneración.

Aquellos a los cuales el Espíritu Santo aviva, con toda certeza vienen a la vida. Ellos ven el reino; abrazan el reino; y entran al reino.

Es al Espíritu Santo de Dios que somos deudores por la gracia de la regeneración y la fe. Él es el Dador del don, quien mientras estábamos muertos nos dio vida con Cristo, para Cristo, y en Cristo. Es debido al misericordioso acto de animación efectuado por el Espíritu Santo que cantamos sola gratia y soli deo gloria sólo para la gloria de Dios.

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Nuestra Seguridad

  Comentario de la Primera Carta a Timoteo
  Por: Juan Calvino
1 Timoteo 1:
15 Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
15. Palabra fiel. Después de haber defendido su ministerio contra las calumnias e injustas acusaciones, y no satisfecho con esto, torna para provecho suyo aquello que sus adversarios pudieron haber esgrimido en contra suya como reproche. Demuestra también que fue provechoso para la Iglesia que él haya sido la persona que realmente fue antes de ser llamado al apostolado, porque Cristo, al tomarlo a él como ejemplo, invita a todos los pecadores a la firme y segura esperanza del perdón. Porque cuando él, siendo una bestia salvaje y fiera, fue cambiado en un pastor, Cristo, al transformarlo, hizo una notable exhibición de su gracia, mediante la cual todos podrían ser inducidos a creer firmemente que a ningún pecador, por monstruosas y graves que hayan sido sus transgresiones, se le cierra la puerta de la salvación.

Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Pablo hace primero esta declaración general, y luego la adorna con un prefacio, como acostumbra a hacerlo en asuntos de gran importancia. En la enseñanza de la religión, ciertamente, el punto principal es acudir a Cristo, para que, estando perdidos en nosotros mismos, podamos obtener la salvación de Él. Que este prefacio llegue a nuestros oídos como el sonido de una trompeta que proclama las alabanzas de la gracia de Cristo, a fin de que podamos creerla con una fe todavía más vigorosa. Que sea para nosotros como un sello que imprima sobre nuestros corazones una firme convicción del perdón de los pecados, la cual, de otro modo, con dificultad hallaría entrada en nuestro ser.

Palabra fiel es ésta. ¿Por qué llama Pablo la atención con estas palabras, si no es porque los hombres siempre están disputando entre sí acerca de su salvación. ("Si no es porque los hombres siempre están disputando, y tienen dudas entre ellos mismos acerca de su salvación.")

Pues aunque el Padre una y mil veces nos ofrece la salvación, y aunque Cristo mismo nos habla de su misión, con todo, no por eso dejamos de albergar temores, o reflexionar dentro de nosotros mismos si realmente esto es así. Por tanto, cuando en nuestra mente surja alguna duda tocante al perdón de los pecados, aprendamos a rechazarla valerosamente con el escudo de que es una verdad indubitable, y merece ser recibida sin discusión.

Para salvar a los pecadores. El vocablo pecadores es enfático; porque aquellos que reconocen que la misión de Cristo es salvar, tienen dificultad en admitir que esa salvación es para los "pecadores". Nuestra mente se siente siempre inclinada a considerar nuestra propia dignidad; y tan pronto como ésta aparece, nuestra confianza se va a pique. Por consiguiente, cuanto más se vea uno oprimido por sus pecados, más valerosamente debe acudir a Cristo confiando en esta doctrina: que Él vino a traer salvación, no a los justos, sino a los "pecadores". También merece atención que Pablo derive una conclusión del oficio general de Cristo, para que lo afirmado por él recientemente sobre su persona, no parezca un absurdo por razón de lo novedoso.

De los cuales yo soy el primero. Cuidémonos de pensar que el apóstol, bajo una pretendida modestia, haya hablado falsamente, porque él se propuso hacer una confesión no menos verdadera que humilde, y emanada de lo profundo de su corazón. ("Debemos estar alerta contra el pensamiento de que el apóstol haya hablado bajo una pretendida modestia, y que no pensase así en su corazón.")

Mas algunos preguntarán: "¿Por qué él, que únicamente erró por ignorar la sana doctrina, y siendo por lo demás intachable en todo ante los hombres, declaró ser el primero de los pecadores?" Yo respondo, que estas palabras nos informan de cuan nefando y horrible es el crimen de la incredulidad delante de Dios, especialmente cuando va acompañada de la obstinación y la furia de persecución (Fil. 3:6). Ciertamente, ante los hombres es fácil atenuar, bajo un pretendido celo irreflexivo, todo lo que Pablo admitió acerca de sí mismo; pero Dios está más interesado en valorar más alto la obediencia de fe, que en imputar y considerar la incredulidad acompañada de obstinación como un pequeño crimen. ("Si consideramos cuál es el servicio principal que Dios demanda y acepta, sabremos lo que da a entender cuando dice que la humildad es el mayor sacrificio que Él aprueba (1 Sam. 15:22). Y ésta es la razón por la que afirmamos que la fe debe considerarse como la madre de todas las virtudes. En efecto, aquélla es el fundamento y origen de todas éstas.

De no ser así, todas las virtudes que son altamente estimadas por los hombres, no tienen valor real; son solamente otros tantos vicios que Dios condena.

Después que la hayamos colocado entre los ángeles, será rechazada por Dios a pesar de su buena reputación, a menos que tenga esa obediencia que es por fe. Así que, será en vano que los hombres digan: «Yo no lo intenté, ésa fue mi opinión»; porque muy a pesar de sus buenas intenciones y de su excelente reputación, tienen que ser condenados delante de Dios por rebeldes. Esto, a primera vista, parece difícil de ser aceptado. ¿Por qué? Porque siempre vemos que los hombres se esfuerzan por escapar de la mano de Dios, para echar mano de otros recursos indirectos. Y con frecuencia dan esta excusa: «Intenté lo que era recto, ¿por qué no aceptar mi buena intención»? Si esto pudiera alegarse con éxito, pensamos que sería suficiente; pero tales paliativos y excusas no valdrán delante de Dios." Fr. Ser.)

Debemos observar cuidadosamente este pasaje, el cual nos enseña que un hombre, ante el mundo, puede ser no sólo inocente, sino eminente por sus distinguidas virtudes, y dignísimo de encomios por su vida ejemplar; sin embargo, por haberse opuesto a la doctrina del Evangelio, y por su obstinada incredulidad, es reconocido como uno de los pecadores más perversos. De aquí podemos deducir fácilmente el valor que delante de Dios tienen todas las fastuosas exhibiciones de los hipócritas, mientras ellos se empeñen en rechazar a Cristo.


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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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