INSTITUCION DE LA RELIGION CRISTIANA
Páginas 230 a 234.
Libro II, Capítulo IV
1
EL hombre está bajo el dominio de Satanás.
Dado que, cuando el hombre se somete al diablo, parece
satisfacerle a este más que así mismo, conviene en primer lugar entender cómo
se produce esto. A continuación habrá que resolver un problema que la mayoría
considera difícil: ¿Está Dios involucrado en algo en las obras malas, dado que
la Escritura indica que su poder se manifiesta de cualquier manera?
En cuanto al primer punto, Agustin compara en uno de
sus escritos la voluntad del hombre con un caballo dirigido a placer por su
jinete. Por otro lado, compara a Dios y el diablo con dos jinetes. Dios se
instala en la voluntad del hombre como un buen jinete con total maestría,
guiando bien su montura, estimulándola si se muestra perezosa, reteniéndola si
se excede en brío, reprimiéndola si se desboca, castigándola si se rebela y
llevándola por el buen camino. Por el contrario, el diablo se comporta como un
jinete torpe y desconsiderado, que lleva a su montura campo a través, la hace
caer en fosos, tropezar y deambular por valles, le permite rebelarse y
desobedecer. Nos contentaremos con este símil, de momento, porque no contamos
con uno mejor.
La voluntad del ser humano
está, por tanto, sometida al poder del diablo; que él la conduzca no significa
que este obligada y coaccionada, a su pesar, para obedecer aunque no se la
fuerce. En efecto, aquellos a quien el Señor no les concede la gracia de
dirigirlos por su Espíritu están abandonados a la dirección de Satanás. Por eso el apóstol Pablo dice que el Dios de este
siglo (el diablo) ha cegado los pensamientos de los incrédulos, para que no
vean resplandecer el glorioso evangelio (2 Corintios 4:4). En otro lugar dice que
ahora actúa en los hijos de desobediencia (Efesios 2:2).
La ceguera de
los malvados y las malas acciones sugeridas por el diablo se llaman obras del
diablo. No hace falta buscar la causa
fuera de la voluntad de ellos donde se encuentra la raíz del mal, sobre la cual
se fundamenta el reino del diablo: el pecado.
2
Dios, Satanás y los hombres, activos en el mismo
suceso.
La acción de Dios es totalmente distinta a la del
diablo. Para entenderlo mejor, tenemos el ejemplo que los caldeos le hicieron
sufrir a Job: mataron a sus pastores y se llevaron todo su ganado (Job 1:17).
Vemos con claridad quienes son los autores de esta calamidad. Cuando los
ladrones cometen un asesinato u otro crimen, no tenemos duda en imputarles la
falta para condenarlos. Ahora bien, según el relato, todo esto venia del
diablo. Vemos que actuó por su cuenta. En cuanto a Job, reconoce en esta
tragedia la obra de Dios y dice que Dios le ha despojado de aquello que se han
llevado los caldeos (1:21). ¿Cómo
podremos afirmar que una misma acción fue realizada por Dios, por el diablo y
por los hombres sin excusar al diablo que parece colaborar con Dios, o hacer
que Dios sea autor del mal?
Será fácil, si consideramos en primer lugar el
objetivo y después la manera de actuar. La intención de Dios era ejercitar a su
siervo en la paciencia ante la adversidad. Satanás se esforzó por hacerlo
desesperar. Los caldeos intentaron enriquecerse robando los bienes de otra
persona. Las diferencias de intención permiten distinguir unas obras de otras.
Las maneras de obrar son también muy diferentes. El Señor entrega a su siervo Job
a Satanás para que lo aflija; a continuación, le envía, con ese propósito, a
los caldeos como siervos suyos y permite que Satanás los inspire y los guie. Satanás
incita con sus provocaciones el corazón de los caldeos - que, por otra parte,
ya eran malos – para cometer es maldad. Los caldeos se dejan llevar por el mal,
con lo que atentan contra sus propias almas y cuerpos. Por tanto, es correcto
afirmar que Satanás trabaja en los reprobados, sobre los cuales reina de manera
perversa.
También hay lugar para decir
que Dios actúa también en cierta forma, puesto que, según su voluntad y su
orden, Satanás, que es un instrumento de su ira, los mueve de acá para allá a fin de ejecutar sus
juicios. No me refiero aquí al movimiento universal de Dios que sostiene a cada
criatura y que le da la fuerza para lo que hace. Me refiero a su acción particular que es visible en cada obra.
Por tanto no hay inconveniente en que se atribuya al
mismo tiempo una misma obra a Dios, al diablo y al hombre. Pero la diversidad
que existe en la intención y el medio manifiesta que la justicia de Dios es en
todo sentido irreprensible y que la maldad del diablo y del hombre se ve en los
desordenes que engendra.
3
La acción de Dios no es una presciencia o un permiso.
Los antiguos doctores tienen a veces miedo a decir la
verdad, porque temen dar ocasión a que los malvados hablen mal o falten al
respeto a las obras de Dios. Apruebo esa reserva, pero, no obstante, no creo
que haya peligro en explicar simplemente lo que la Escritura enseña. El propio
Agustin tiene a veces este escrúpulo, cuando estima que la ceguera y el
endurecimiento de los malvados no tiene que ver con la acción de Dios, sino con
su presciencia. Este subterfugio no concuerda con tantas formas en que se
expresa la Escritura, y en las que manifiesta, de manera evidente, que hay algo
distinto a la presciencia de Dios. El mismo Agustin, en el quinto libro de Replica a Juliano, se retracta y afirma
con fuerza y firmeza que los pecados no se llevan a cabo solamente porque Dios
lo permita o tolere, sino por su poder con el propósito de castigar otros
pecados.
De la misma manera, la idea de algunos, según la cual
Dios permite el mal pero no lo envía ni lo sostiene, también es débil. A menudo
se lee que Dios ciega y endurece a los malvados, que da la vuelta a los
corazones, los doblega y empuja, como anteriormente declaramos con detalle.
Para explicar esas expresiones no hace falta recurrir a la presciencia ni al
permiso.
Así, no hay duda de que, si se nos quita la luz de
Dios, no queda más que oscuridad y ceguera en nosotros; de que, si se nos quita
su Espíritu, nuestros corazones se endurecen y se vuelven como la piedra; de
que, si el deja de guiarnos, no podemos sino extraviarnos por los campos. Con
razón se dice que Dios ciega, endurece y hace tropezar a los que les quita la
facultad de ver, de obedecer y hacer el bien.
El segundo término (permiso), que es el más próximo al
sentido apropiado de las palabras, indica que Dios, para ejecutar sus juicios
mediante el diablo, que es entonces ministro de su ira, modifica el consejo de
los malvados, estimula su voluntad y hace que tengan éxito en sus empresas. Por
eso Moises, tras informar que Sehón, rey de los amorreos se había movilizado
contra el paso del pueblo porque Dios había endurecido su corazón y había hecho
inflexible su espíritu, precisa el objetivo de Dios de entregarlo en manos de
los Judíos (Deuteronomio 2:30). Así, su obstinación lo condujo a la ruina a la
que Dios lo había destinado.
4
Dios se sirve de los malvados sin que le alcance la
más mínima imperfección.
La primera manera en que Dios actúa se corresponde con
lo que se dice en Job: - Priva del habla
a los que dicen verdad. . . Y quita a los ancianos el consejo - (Job 12:20, 24); del mismo modo, en Isaías: - ¿Por qué, oh Jehová, nos has hecho errar
de tus caminos, y endureciste tu corazón a tu temor? - (Isaías 63:17). Estas frases están más
destinadas a mostrar lo que Dios hace a los hombres al dejarlos y abandonarlos
que a mostrar cómo trabaja en ellos.
Pero hay otros testimonios que van más lejos, como
cuando se habla del endurecimiento de Faraón: no te escuchará ni dejará salir a
tu pueblo (Éxodo 4:21). A Continuación, se dice que Dios endureció el corazón
de Faraón (10:1). ¿Hay que entender que
Dios lo endureció no ablandándolo? En efecto. Pero hizo más: entrego el corazón
de Faraón a Satanás para que se endureciera en su obstinación. Por eso Dios
dice primero: yo endureceré su corazón. Del mismo modo, cuando el pueblo de
Israel sale de Egipto, los habitantes del país en el que entran se enfrentan a
ellos con intenciones hostiles (Deuteronomio 2:30). ¿Diremos que fueron
incitados a ello? Desde luego. Moises dice que el Señor había endurecido sus
corazones. El salmista, citando la misma historia, indica que el Señor puso en
su corazón odio hacia su pueblo (Salmos 105:25). Ahora no se puede decir que actuaran mal solo porque estaban privados
del consejo de Dios. Si se endurecieron y fueron impulsados a eso, es de alguna
manera el Señor que los impulsó y dirigió.
Todas las veces que Dios ha querido castigar las
transgresiones de su pueblo, ¿Cómo ha utilizado a los malvados para ejecutar su
juicio? Se ve claro que se ha hecho de tal manera que el poder y la eficacia de
la acción viene de Dios y que los malos eran sus instrumentos. Así, el Señor
amenaza con hacer que vengan, a su silbido, pueblos infieles para destruir a
Israel (Isaías 5:26; 7:18), comparándolos tan pronto con una red (Ezequiel
12:13; 17:20) como con un martillo (Jeremías 50:23). Sobre todo mostró que no
carecía en absoluto de influencia sobre ellos, comparando al rey de Asiria,
hombre malvado e inclinado al mal, con un hacha que él manejaba y que utilizaba
como le parecía (Isaías 10:15).
En cierto lugar, Agustin
hace una distinción que no está mal: si los malos pecan, eso viene de ellos
mismos, pero lo que hacen al pecar tiene que ver con el poder de Dios que
divide las tinieblas como bien le parece.
5
Dios se sirve también de Satanás.
Un pasaje de las Escrituras deja claro que Satanás
interviene para incitar a los malvados cuando Dios, en su providencia, quiere
influir en ellos de una u otra forma. En efecto, se dice reiteradamente que el
espíritu malo de parte de Dios entraba o salía de Saul (1 Samuel 16:14; 18:10;
19:9). No es correcto atribuírselo al
Espíritu Santo. Se dice que el espíritu malo es
- de parte de Dios - porque traduce el deseo y responde a la
autoridad de Dios, porque es instrumento de su voluntad y no su autor. Hay
que añadir las palabras de pablo: Dios les envía un poder engañoso para que los
que no quisieron obedecer a la verdad crean la mentira (2 Tesalonicenses 2:
10-12).
Sin embargo, tal como se ha dicho, siempre hay, en una
misma obra una gran distancia entre lo que Dios hace y lo que hacen el diablo o
los malvados. Dios pone al servicio de su justicia los instrumentos malos que
tiene a mano y que puede utilizar como bien le parezca. El diablo y los malos, inclinados como están hacia el mal, manifiestan
en sus obras la maldad que sus espíritus
han concebido.
En nuestro tratamiento de la providencia de Dios ya
hemos presentado todo lo que había que decir para defender la majestad de Dios
contra las calumnias y para refutar los subterfugios que usan los blasfemos al
respecto. Aquí solo he querido mostrar brevemente como el diablo reina en los
malvados y como Dios actúa tanto en el uno como en los otros.
bY LeMS
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