Por Andrew Kuyvenhoven
Publicado por Libros Desafío
Participes en el Pacto
Génesis 17:1-14, Deuteronomio 6:4-9, 20-25; Efesios
6:1-4
El
pueblo del pacto de Dios forma una unidad, tal como hemos visto en las
lecciones anteriores. Las familias del pacto son unidades más pequeñas dentro
de la comunidad del pacto. Ahora nos toca estudiar las promesas y los
mandamientos de Dios para la familia.
La familia de Abraham
Cuando Dios estableció su Pacto de Gracia con
Abraham, extendió su misericordia a los hijos de éste. Aun sus esclavos estaban
incluidos en el pacto. Tanto los siervos que habían nacido en su casa como los
esclavos que habían sido comprados por Abraham, cuando eran adultos debían ser
circuncidados como evidencia de que eran realmente parte del pueblo de Dios
(Gn. 17:3).Hay dos principios que operan en esta situación: el primero es que
las demandas de Dios siempre son absolutas. Cuando la gracia de Dios salva a
una persona, su gobierno se extiende sobre todo lo que dicha persona es y
posee. No hay cosa ni persona alguna que esté excluida del reclamo total que
Dios hace. El segundo principio tiene que ver con el concepto de la santidad.
La familia, o una comunidad que es propiedad de Dios, es santa, separada del
mundo para el servicio de Dios. Es esta separación para el servicio de Dios la
que constituye la comunidad. La comunidad no consiste en un mero -vivir juntos- circunstancialmente sino
en compartir el pacto de Dios. De ahí que el incircunciso debe ser eliminado de
la comunidad (Gn. 17:14). Tal persona no tiene lugar dentro de la comunidad
puesto que ésta es santa.
El pueblo de Israel
Los mismos principios que regían para la nación
de Israel lo hacían también para las familias que constituyen dicha nación. Los
hijos y los esclavos son propiedad del pueblo de Dios, y por lo tanto son
reclamados por el Señor. El esclavo que pertenecía a un israelita podía
participar de la Pascua, pero la persona contratada que trabajaba sólo durante
cierto tiempo para un israelita quedaba excluida. Los extranjeros y
-transeúntes- que vivían en medio de la nación de Israel no eran realmente
parte de la comunidad santa. Pero podían ser aceptados dentro de ella si
adoraban al Dios del pacto y eran circuncidados. En tal caso ellos también podían
participar de la comida de la Pascua (Ex. 12:43-49).Dios extendió los
privilegios del pacto a todos los que pertenecían a los hogares de su pueblo. A
los cabezas de familia les correspondía la obligación de instruir a los niños y
a los esclavos de sus familias. El Señor demandaba una instrucción rigurosa y
continua de los jóvenes del pacto. Los hechos que Dios realizó para redimir a
su pueblo debían ser recordados mediante muchas -señales- (Dt. 6:4-9,20-25).
Otras
fuentes judías, aparte de la Biblia, brindan mucha información respecto al
programa educacional que se llevaba a cabo en los hogares judíos. Aun hoy, los padres
y la comunidad judíos se ocupan muy activamente de enseñar a sus jóvenes
la historia del pacto y la voluntad de Dios, según ellos la conocen. De hecho,
gran parte de lo que hoy se llama enseñanza cristiana y se realiza en las escuelas
dominicales y en los hogares cristianos, demuestra ser muy débil y superficial
si se compara con el programa de adoctrinamiento de los judíos.
El nuevo pueblo del pacto
Cuando Cristo llegó como gloria de Israel y como
luz de los gentiles, se fundó una nueva comunidad que constaba de judíos y de
gentiles. Esta nueva comunidad del pacto estaba relacionada con Dios mediante
la sangre y el Espíritu de Cristo. Ellos formaban una unidad, no de raza o
descendencia sino de una fe común en Cristo. Las familias cristianas
constituían las unidades más pequeñas dentro de la comunidad cristiana. Tales
grupos familiares eran familias del pacto tal como lo fuera la de Abraham: Dios
ejercía sobre ellas un derecho total y ellas estaban completamente dedicadas al
servicio del Señor. Y aunque Dios extiende los privilegios del Pacto de Gracia
a todos los que pertenecen al hogar cristiano, el
cabeza de familia tiene la correspondiente obligación de instruir a los miembros
de su familia en la vida del pacto de Dios
El concepto de familia
El día de Pentecostés es la ocasión en que el
Pacto de Gracia comienza a abarcar a judíos y a gentiles a través del bautismo
en Jesucristo. Pedro invita a sus oyentes a recibir los dos beneficios que hay
en el Nuevo Pacto (el perdón del pecado y la nueva vida en el Espíritu, Hch.
2:38) y les asegura que =la promesa es para
ustedes, para sus hijos, y para todos los extranjeros, es decir, para todos aquellos
a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar= (Hch. 2:39).Este lenguaje
típico del Antiguo Testamento, «para ustedes [y] para sus hijos», o =tú y tu familia=, continúa a lo largo
del Nuevo Testamento. Los apóstoles hablan así habitualmente: =Señores, ¿qué tengo que hacer para ser
salvo?=, pregunta el tembloroso carcelero a Pablo y a Silas. La respuesta es
=Cree en el Señor Jesús; así tú y tu
familia serán salvos= (Hch. 16:31). Los apóstoles no pueden pensar ni
hablar en términos individualistas, dado que Dios no piensa ni actúa de ese
modo.
Esta
expresión, =tú y tu familia=, que
brota con tanta facilidad de los labios de predicadores del Nuevo Testamento,
la había usado Dios al establecer su pacto con los patriarcas y al instituir la
circuncisión como señal del pacto. Es por lo tanto notable, aunque no
sorprendente, que esta expresión sea usada al menos cinco veces en el Nuevo
Testamento en relación con el bautismo (1 Co. 1:16; Hch. 16:15,16:33,18:8, y
11:14). En cada uno de estos casos han surgido debates acerca de la edad de los
niños involucrados y de su capacidad de hacer su propia profesión de fe. Sin
embargo, lo cierto es que el debate está mal enfocado. Los apóstoles nunca
hubieran podido emplear la expresión =|tú
y tu familia= en la proclamación del evangelio o en la administración del
bautismo, si el enfoque de Dios para la unidad familiar no fuese el mismo que
el de los días del Antiguo Testamento.
El
principio de la santidad, que había operado bajo la antigua dispensación del Pacto
de Gracia, mantiene también su validez en la nueva dispensación. La mujer que
se convierte a Cristo podría muy bien preguntarse si debería continuar viviendo
con un esposo no creyente. Al fin y al cabo, =tener comunión= en el sentido bíblico, no significa =habitar juntos=; la comunión está
basada en el pacto. De ahí que el incircunciso debía ser eliminado de Israel.
La mujer cristiana podría entonces
preguntarse si debía continuar su relación con un esposo no creyente, ya que
ella había encontrado a Jesús como Señor. Sin embargo, el apóstol explica (1
Co. 7:14) que la demanda y el derecho de Cristo sobre esa mujer involucra una consagración
del esposo. Es por esta razón, dice el apóstol, que actúa correctamente al
considerar a los hijos de ese matrimonio como hijos cristianos.
El bautismo de niños
En nuestras conversaciones quizás hayamos
encontrado hermanos y hermanas que no creen en el bautismo de niños. Es posible
que no siempre hayamos hecho las preguntas apropiadas, razón por la cual
nuestras respuestas habrán sido bastante vagas. Entre ellos y nosotros no debe
(de hecho no puede) haber debate acerca de la capacidad de los niños para creer
en Cristo. Tampoco tenemos diferencias con otros cristianos respecto a cómo
alguien llega a una relación de salvación con Dios: debe arrepentirse, creer, y
ser bautizado; eso es obvio. La
pregunta que realmente demanda contestación es: ¿cómo considera el Nuevo Pacto
a los hijos e hijas de los creyentes? ¿los considera en Cristo o no en Cristo?
A
los que están en contra del bautismo de niños, nunca les concedo el derecho a
decir que nosotros estamos =a favor del
bautismo de niños=. Esa afirmación es demasiado general. Casi implica que
bautizamos a los pequeños por ser tan lindos y parecer tan inocentes. ¡Pero
nosotros sí bautizamos a los hijos e hijas de los creyentes! Y si se niega la
validez de tal bautismo, se debe demostrar a partir de las Escrituras que los
hijos de los cristianos deben ser mantenidos =en un estado de indefinición=, sin salvación ni perdición, hasta
el día en que ellos mismos tengan la edad suficiente como para decidir. En
cierta ocasión, una persona que sólo creía en el bautismo de adultos me ofreció
cierta cantidad de dinero por cada texto bíblico que pudiese «demostrar el bautismo
de niños». Aunque no me gusta ponerle precio a los textos bíblicos, también yo
ofrecería una considerable cantidad a quién me diera evidencia bíblica de que
los hijos de los creyentes no deben ser considerados cristianos.
Pablo
dirigió sus cartas a iglesias cristianas jóvenes. Cuando escribió a =los santos= que vivían en Éfeso no sólo
se dirigió a esposos y esposas (Ef. 5:22), a amos y esclavos (6:5), sino
también a hijos y padres (6:1-4). Los hijos deben obedecer a sus padres =en el Señor= (6:1). Esta expresión se
refiere al estado de gracia y de nueva criatura en el que tiene lugar toda
actividad cristiana. La totalidad del pasaje (6:1-4) es una hermosa conexión
entre la enseñanza de la antigua dispensación y de la nueva como requisito continuo
para la vida de la familia dentro del Pacto de Gracia (vale la pena considerar
también Col. 3:20,21).
Lo personal y lo comunitario
Siempre debemos estar en guardia para que el
aspecto comunitario de la vida cristiana no estrangule el aspecto personal de
la confesión y del compromiso, así como debemos estar siempre en guardia contra
todo individualismo que separe a la persona de la comunidad. Cada persona de la
comunidad debe reclamar aquello que se promete a la misma. Todo lo que la
persona posee, sólo puede tenerlo como miembro de la comunidad, y sólo puede
usarlo en beneficio de todos. En la vida de la iglesia no siempre es cosa fácil
mantener estas dos cosas en equilibrio y hacer justicia a ambas. Por otra
parte, debe haber también un equilibrio entre la familia y la comunidad. Al
establecer su comunidad del pacto, Dios no desprecia la relación natural de la
familia sino que la usa como un vehículo de gracia. Sin embargo, la familia
natural nunca es colocada por encima de la comunidad espiritual: =El que quiere a su padre o a su madre más
que a mí no es digno de mí...= (Mt. 10:37). =Pues mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad
de mi Padre que está en el cielo= (Mt. 12:50). Cuando la familia natural es
de veras una familia del pacto, la relación espiritual llega a ser un vínculo
que la une aún más estrechamente que el vínculo de la sangre. La pequeña
familia es cada vez más parte de la gran familia de Dios.
bY LeMS
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