Por Juan Calvino
Institución de la Religión Cristiana
LA RELACION MOSAICA, FUNDADA SOBRE LA ALIANZA DE LA
GRACIA ESTABA ORIENTADA HACIA EL MEDIADOR JESUCRISTO.
Todo lo dicho hasta aquí permite ver que la ley no fue
dada, unos cuatrocientos años después de la muerte de Abraham, para alejar de
Jesucristo al pueblo elegido.
Existió para mantener despiertos los espíritus hasta
su venida, para incitarlos a desear ardientemente esa venida y para
fortalecerlos también durante esa espera, a fin de que no desfallecieran ante la duración de la misma.
Por el término entiendo no solamente los
10 mandamientos, que nos enseñan cómo vivir de manera justa y santa, sino toda
la forma de culto que Dios instauró por medio de Moises. Este no fue
establecido como legislador para abolir la bendición prometida a la descendencia
de Abraham. Más bien lo vemos, en varias ocasiones, recordar a los judíos esa
alianza gratuita que Dios había hecho con sus padres y de la que eran
herederos. Moises se presenta como el enviado para renovarlo.
Las ceremonias instituidas manifestaron ampliamente
que tenían un sentido espiritual. En efecto, no habría habido nada tan inútil y
absurdo como ofrecer grasa o humos mal olientes de los extraños de los animales
quemados para reconciliarse con Dios; o de encontrar refugio bajo una aspersión de sangre o de agua para
limpiar las impurezas del alma. En resumen, si se consideran en si mismo todos
los aspectos del ritual instituido por la ley como si no fuesen las sombras o
figuras de verdades correspondientes, podrían parecer como un juego sin
utilidad. Igualmente, hay buenas razones para que en la epístola a los
Hebreos y en el ultimo sermón de esteban
se recuerde de manera tan precisa el texto en que Dios manda a Moises que
construya el tabernáculo y sus accesorios conforme al modelo recibido en la
montaña (Hech. 7:44; Heb. 8:5; Éxodo 24:40). Si eso careciera de propósito espiritual,
los judíos habrían trabajado para nada, como los paganos en las fantasías, los
burladores y los profanos que nunca han tenido una piedad verdadera, juzgan con
insensatez la cantidad de ceremonias dictadas por la ley. No solo se extrañan que
Dios hubiese querido imponer a su pueblo tantas reglas severas para seguir,
sino que se mofan de todas esas prácticas meticulosas que parecen juego de
niños. Al no tener en cuenta el objetivo que representan las figuras de la ley,
estas prácticas pueden, en efecto, parecer vanas e inútiles.
Pero el modelo
del que hablamos, expresa que Dios no estableció los sacrificios para ocupar en
lo material a los que querían servirle, sino mas bien para elevar sus espíritus.
Como Dios es espíritu, está en su naturaleza no encontrar agrado en ningún servicio
que no sea espiritual. Varias frases de los profetas dan testimonio de ello, cuando
reprochan su necedad a los judíos que pensaban que de alguna forma Dios se
quedaba con los sacrificios. La intención de los profetas no era contravenir la
ley, sino, como maestros fieles y honestos, llevar a la multitud de los judíos
por el buen camino que llevaba a la meta de la que se habían desviado.
Ya hemos visto que la ley no está vacía de Jesucristo,
porque la gracia de Dios se ofreció a los judíos, según Moises, la meta de su adopción
era la de ser un reino de sacerdotes para Dios (Exodo 19:6) lo cual era
imposible sin una reconciliación más digna y preciada que mediante la sangre de
animales. Los hijos de Adán nacen todos por herencia esclavos del pecado. ¿Por
qué se les iba a elevar de manera inesperada a la dignidad real, haciéndoles así
participantes de la gloria de Dios, sino es por medio de un bien mucho más alto
y que les viene de afuera? Siendo como eran odiosos para Dios a causa de la
impureza de sus pecados ¿Cómo podía pertenecerles, o desarrollarse entre ellos
el oficio de sacerdotes, sin ser consagrados para ese oficio por la santidad de
la cabeza?
Por eso Pedro, al citar las palabras de Moises,
demostró una gran habilidad y gracia para indicar que bajo la ley se despliega
en Jesucristo, dice: (1 Pedro 2:9).
Este cambio de términos tiene como fin dejar claro que aquellos a los que Jesús
se les presentó mediante el evangelio recibieron más bienes que sus padres,
puesto que están dotados y revestidos del honor sacerdotal y real, para tener
la libertad de presentarse directamente ante Dios por medio de su mediador.
bY LeMS
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