Tomado de la Institución
de la Religión Cristiana
De Juan Calvino
Libro III, Capitulo
XVII, Pág. 683
Nuestros adversarios van
más lejos y dicen que Santiago nos contradice de manera que nos deja
acorralados. Porque Santiago enseña que Abraham fue justificado por las obras,
como también lo somos nosotros, y no solo por la fe (Santiago 2: 14-26).
¿Así quieren organizar
una pelea entre Santiago y Pablo? Si consideran que Santiago es un ministro de
Cristo, hay que entender su palabra de tal manera que no se oponga a la de
Cristo, que habló por boca de Pablo. El Espíritu Santo afirma por boca de Pablo
que Abraham obtuvo la justicia por la fe y no por sus obras, y que nosotros
debemos ser justificados sin las obras de la ley (Romanos 4:3; Gálatas 3:6). El
propio Espíritu declara, por medio de Santiago, que nuestra justicia consiste en
obras y no solamente en fe. Es cierto que el Espíritu Santo no lucha contra sí
mismo. ¿Cómo hacer compatible a nuestros
apóstoles?
Nuestros adversarios
tienen un solo objetivo: arrancar la justicia de la fe que nosotros queremos
ver plantada en el fondo del corazón ¡A ellos no les preocupa mucho el reposo
de las conciencias! Está claro cómo se esfuerzan por derribar la justicia de la
fe, para no proponer ninguna regla segura de justicia a la cual se puedan
someter las conciencias. Pues que triunfen todo lo que quieran, ¡Pero la única victoria
de la que podrán jactarse será la de haber eliminado toda certeza de justicia!
¡Obtendrán esta maldita victoria allí donde, habiendo apagado toda luz de
verdad, hayan sumergido al mundo en sus tinieblas!, pero allí donde se mantenga
firme la verdad de Dios, no ganaran nada.
Por tanto, cuestionó
que la frase de Santiago que siempre tienen en los labios y que les sirve de
gran escudo les otorgue la gran razón. Para poner firme esto, tenemos en primer
lugar que considerar cual es el propósito del Apóstol, para después discernir
en que se equivocan.
Como en aquel tiempo había
muchos - Este mal permanece en la
iglesia – que mostraban su infidelidad despreciando lo que caracterizaba a los
creyentes, no cesando de gloriarse falsamente con el nombre de cristianos, el apóstol
Santiago se burla de su necio orgullo. Por tanto, su propósito no es el de
criticar la verdadera fe, sino el de demostrar lo inconsistente que son los
charlatanes que dan valor a una apariencia de fe y, satisfechos con ello,
llevar una vida disoluta.
Dicho esto, es fácil juzgar
en que consiste el error de nuestros adversarios. Se equivocan en dos sentidos
en cuanto a la palabra “Fe” y en cuanto a la palabra “Justificar”.
Santiago, cuando
utilizó la palabra fe, quiere referirse a una opinión sin consistencia, muy
diferente de la verdadera fe. Lo hace mediante una especie de concesión, tal
como lo explica desde el principio de sus argumentos: - Hermanos míos, ¿de que
aprovechará si uno dice que tiene fe y no tiene obras? - (Santiago 2:14), no
dice: - Si alguno tiene la fe sin las obras - , sino: - Si alguno dice que tiene
-. Después con mayor claridad todavía, compara esta fe ridiculizándola con la
de los demonios, antes de terminar calificándola como muerta. Se entenderá
mejor aun lo que quiere decir al considerar la definición que ofrece - Tú crees
que Dios es uno: bien haces. También los demonios creen, y tiemblan - (2:19). En verdad si todo el contenido de la
fe es creer simplemente que hay un Dios ¡No es extraño que no pueda justificar!
Esta idea no le quita nada a la verdadera justificación, que es algo muy
distinto. En efecto, ¿Cómo justifica la verdadera fe sino es uniéndonos a
Jesucristo para que siendo uno con el tengamos parte en su justicia? Por tanto
la verdadera fe no justifica por haber concebido una cierta idea de la
divinidad, sino porque da al hombre la seguridad de la misericordia de Dios.
.
Soli Deo Gloria
bY LeMS
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