B.B. Warfield: Defensor de la Fe.



Hace 25 años di un discurso en una universidad en el oeste de Pensilvania. Después de terminar el servicio, un señor de avanzada edad y su esposa se acercaron a mí y se presentaron como el señor y la señora Johannes Vos. Me sorprendió saber  que el Dr. Vos era hijo del célebre teólogo bíblico Geerhardus Vos que había escrito una obra clásica sobre la historia de la redención titulado Teología Bíblica y que todavía es muy leído en los seminarios. Durante el curso de mi conversación con ellos, el Dr. Vos me relató una experiencia que tuvo de niño cuando vivía en Princeton, Nueva Jersey, donde su padre enseñaba en la Facultad del Seminario Teológico de Princeton. Esto fue en la década de los años 1920, una época en la que el seminario Teológico de Princeton todavía estaba en su apogeo; era la época que ahora conocemos como el “Viejo Princeton.” El Dr. Vos me contó una experiencia que tuvo en el frio invierno de 1921. Vio a un hombre caminar por la acera, envuelto con un pesado abrigo, vestido con un sombrero de fieltro en la cabeza y alrededor de su cuello una bufanda pesada. De repente, este chico se llenó de horror y asombro, ya que aquel hombre al pasar por enfrente de su casa, se detuvo, se apretó el pecho, se desplomó y cayó a la acera. El joven Johannes Vos se quedó por un momento mirando a este hombre, y luego corrió a llamar a su madre. Vio como la ambulancia llegó y se llevó al hombre lejos. El hombre que había caído había sufrido un ataque al corazón, que de hecho resultó ser  fatal. Su nombre era Benjamín Breckinridge Warfield.

Yo quedé estupefacto por lo que me había contado el ahora anciano Johannes Vos. Me sentí como si estuviera de alguna manera vinculado a la historia ya que había escuchado un relato de primera mano de alguien que me había contado sobre los últimos momentos en la vida del legendario B. B, Warfield. En el momento de su muerte, Warfield había estado en la facultad de Princeton y se había distinguido como su más brillante teólogo durante su mandato.

Mi primer contacto con los escritos de B. B. Warfield fue algo fortuito, como un joven estudiante de universidad, tuve la dificultad diaria de hacer que mi escaso presupuesto fuera suficiente para mantenerme. Yo estaba tratando de vivir de un subsidio de cinco dólares a la semana, con los cuales pagaba mis comidas y la llamada telefónica nocturna de larga distancia que hacía a mi prometida. Obviamente, incluso en la década de 1950, cinco dólares no eran suficientes para proporcionar todas estas necesidades. Por lo tanto, tuve que buscar maneras de convertirme en un semi-empresario y así obtener dinero extra para que yo pudiera comer y disfrutar de la conversación con mi novia. Sin autorización cortaba el cabello a mis compañeros estudiantes por un dólar para sufragar mis gastos. Pero mi gran oportunidad llegó cuando uno de mis profesores me comento sobre una editorial que estaba buscando a un hombre para hacer  negocios fuera de oficina en Nutley, Nueva Jersey. Se llamaba Presbyterian and Reformed Publishing Company. La editorial buscaba representantes dentro de los estudiantes en diferentes campus para ayudar a distribuir sus productos, y mi profesor me pregunto si estaba interesado en tal empresa. Acepte la oportunidad, no motivado por el deseo de propagar la Teología Reformada, sino simplemente por un motivo económico. Dentro de unos días llegó a mi dormitorio una caja de cartón grande que era bien pesada y que apenas podía levantar. Incluía todas las obras publicadas por la llamaba Presbyterian and Reformed Publishing Company. Había una nota en el interior que indicaba que los libros eran muestras y que estaban a mi disposición, que tenía que familiarizarme con las obras publicadas por la empresa. Incluía varias obras de Cornelius Van Til, un par de volúmenes que se habían publicado en ingles de G. C. Berkouwer, junto con las obras completas de B. B. Warfield.

Aunque al principio no tenía ni idea de la riqueza y erudición que había en esa única caja de libros, rápidamente comprendí su valor cuando empecé a leerlos para familiarizarme con el contenido de los productos que estaría vendiendo en el campus los siguientes dos de años. No tenía ni idea en ese momento que G. C. Berkouwer, con quien tuve mi primer contacto a través de estos libros, sería mi mentor en la escuela de postgrado en Holanda. Tampoco imaginé que algún día tendría la oportunidad de conocer a Cornelius Van Til e intercambiar ideas y conceptos con él mientras comía galletas en su porche en el este de Filadelfia, cerca del campus del Westminster Theological Seminary. Aunque la providencia de Dios fue buena conmigo al permitirme conocer a dos de los tres titanes de la teología, yo sabía que la única oportunidad que tenia de conocer a B. B. Warfield era esperar hasta la gloria, ya que él se había ido de este mundo antes de que yo naciera.

Cuando pensamos en la Teología Presbiteriana y Reformada del siglo XIX, hay cuatro nombres que destacan del resto. En la iglesia del norte estaba el teólogo extremadamente capaz Charles Hodge, quien fue maestro de Warfield en sus estudios de licenciatura. La iglesia del sur fue bendecida con la obra de James Henley Thornwell y Robert Lewis Dabney. Cada uno de estos cuatro hombres había sido influenciado fuertemente por el pensamiento Reformado Clásico del siglo XVII de Ginebra, especialmente del trabajo de Francis Turretin.

De los cuatro, estoy convencido de que Warfield fue el más capaz y el más brillante. Combinó una aguda comprensión bíblica junto con todos los matices de la teología sistemática. De hecho, al principio de su labor como docente en seminarios, enseñó en el Western Theological Seminary en Pittsburgh, que se convirtió tal vez en el seminario más liberal entre los seminarios presbiterianos antes de que se fusionara a finales de los años 1950 con el Seminario Pittsburgh-Xenia para convertirse así en el Seminario Teológico de Pittsburgh. Su destacada labor en el Seminario Occidental permitió que Warfield recibiera una invitación para enseñar en su alma mater, el Seminario Teológico de Princeton, donde se distinguió como un gran campeón de la Fe Reformada. Él era contemporáneo de Abraham Kuyper y Herman Bavinck de los Países Bajos. Aunque estaba estrechamente unido con la posición de los teólogos holandeses del calvinismo histórico, Warfield estaba más en línea con la tradición Reformada escocesa que con la de los holandeses. Tuvo lo que parecía un desacuerdo menor con Abraham Kuyper sobre la mejor manera de defender la verdad cristiana por medio de la ciencia apologética. Esta diferencia se intensificó entre algunos de los estudiantes de Warfield y Kuyper. En 1929, Princeton Theological Seminary se dividió, y sus grandes pensadores se mudaron a Filadelfia para crear el Westminster Theological Seminary.. Cornelius Van Til, un joven teólogo brillante siguió los pasos de Kuyper y Bavinck, desarrolló una posición apologética diferente a la de B. B. Warfield. Uno de los estudiantes más capaces de Van Til fue John Gerstner. La ironía es que aunque Gerstner fue alumno directo de Van Til, llegó a la conclusión de que Warfield estaba en lo correcto en el debate intramuros con Kuyper. Como resultado, Gerstner continúo la tradición de Warfield, y Van Til continuó la tradición de Kuyper. Los estudiantes de Van Til incluyen a hombres como John Frame y el fallecido Greg Bahnsen.

Como estudiante de John Gerstner, desde mis inicios me presentaron a Warfield y estoy convencido del punto de vista de Warfield sobre Kuyper. Hasta el día de hoy, vemos que estas dos líneas apologeticas compiten por la aceptación dentro de la comunidad reformada. Es lamentable que hoy no tengamos hombres de la talla de Warfield o Kuyper para continuar con este asunto. Mientras tanto, estoy profundamente agradecido por el legado que ha enriquecido a la iglesia como resultado de las contribuciones teológicas de B. B. Warfield. Creo que Warfield solo es superado por Jonathan Edwards como el teólogo más grande de los Estados Unidos.


Traducción al español: Lenin MDS

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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