Comentario a 2 Timoteo 1:3 y 4
Por Juan Calvino
3. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,
4. y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.
3. Porque vendrá tiempo. Por la misma depravación de los hombres Pablo demuestra cuán cuidadosos deben ser los pastores; porque muy pronto se extinguirá el Evangelio y perecerá de la memoria de los hombres, si los maestros piadosos no trabajan con todas las fuerzas para defenderlo. Mas Pablo indica eme debemos aprovechar la oportunidad, mientras queda alguna reverencia para Cristo; como si dijéramos que cuando la tempestad se acerca, no debemos trabajar remisamente, sino que debemos apresurarnos con toda diligencia, porque después ya no se presentará otra ocasión apropiada.
Cuando no sufrirán la sana doctrina. Esto significa que no sólo sentirán aversión y despreciarán la sana doctrina, sino que la odiarán; y Pablo la llama "sana" (o salutifera) con relación al efecto que produce, porque realmente instruye en la piedad. En el versículo siguiente declara que la misma doctrina es verdad, y la contrapone a las fábulas, es decir, las imaginaciones inútiles, con las cuales la sencillez del Evangelio se corrompe.
Primero aprendamos de esto: que cuanto más extraordinaria sea la avidez de los hombres perversos por despreciar la doctrina de Cristo, más celosos deben ser los ministros en defenderla, y más enérgicos sus esfuerzos por preservarla íntegra; y no sólo en esta forma, sino también por su diligencia en contrarrestar los ataques de Satanás. Y si esto debe hacerse alguna vez, la ingratitud de los hombres lo hace absolutamente necesario ahora; porque aquellos que al principio reciben el Evangelio con entusiasmo, y hacen demostraciones de fervor poco comunes, después adquieren aversión, la cual se convierte luego en repulsión; otros, desde el mero principio, o la rechazan furiosamente, o, prestando poca atención, la tratan con burlas; mientras que otros, no soportando el yugo que les ponen sobre la cerviz, le tiran coces; y, por el odio a la santa disciplina, están del todo alejados de Cristo y, lo que es peor, de amigos se vuelven enemigos. Lejos de ser ésta una buena razón para que nos desanimemos y retrocedamos, debemos luchar contra ingratitud tan monstruosa, y aun esforzarnos con mayor empeño que si todos estuviesen recibiendo gozosamente al Cristo que les ofrecemos.
Segundo, habiéndosenos informado que los hombres en esta forma desprecian y aun rechazan la palabra de Dios, no debemos quedarnos asombrados, como si fuese un nuevo espectáculo, cuando veamos actualmente realizado aquello que el Espíritu Santo nos dijo que sucedería. Y, ciertamente, siendo por naturaleza inclinados a la vanidad, no es una cosa nueva u ordinaria el que prestemos oídos con más disposición a las fábulas que a la verdad.
Finalmente, la doctrina del Evangelio, siendo sencilla y llana en su aspecto, es insatisfactoria en cierto modo a nuestro orgullo, y en cierto modo también a nuestra curiosidad, Y cuan pocos hay que estén dotados del gusto espiritual, como para saborear la novedad de vida y todo lo que se relaciona con ella. Con todo, Pablo predice una impiedad todavía mayor en una época particular, contra la cual él previene a Timoteo para que esté en guardia temprana.
Se amontonarán maestros. Es conveniente observar la expresión amontonarán, con la cual quiere decir que la locura de los hombres será tan grande, que ellos no estarán satisfechos con unos cuantos engañadores, sino que desearán tener una gran multitud; porque, como existe una ted insaciable por aquellas cosas inútiles y destructivas, así el mundo busca, por todas partes e interminablemente, rodos los métodos que pueda inventar e imaginar para destruirse a sí mismo; y el diablo siempre tiene a mano un número suficiente de tales maestros como el mundo los quiere tener. Siempre ha habido una abundante cosecha de hombres perversos, y la hay todavía en la actualidad; y por consiguiente, Satanás jamás tiene escasez de ministros para engañar a los hombres, y tampoco carece de los recursos para engañar.
Ciertamente, esta monstruosa depravación, que prevalece casi constantemente entre los hombres, merece que Dios, y su salutífera doctrina, sean despreciados o rechazados por ellos, para que con mayor agrado se entreguen a sus falsedades. Por consiguiente, el que frecuentemente abunden los falsos maestros, y el que algunas veces se multipliquen como un nido de avispas, debemos atribuirlo a la justa venganza de Dios. Nosotros merecemos ser cubiertos y ahogados por esa clase de inmundicia si la verdad de Dios no encuentra lugar en nosotros, o si, habiendo logrado entrada, inmediatamente la arrojamos de su posesión; y puesto que somos tan adictos a las ideas fabulosas, jamás nos ponemos a pensar que tenemos una grandísima multitud de engañadores. ¡Qué abominables son los monjes dentro del papado! Si sostuviéramos a un pastor piadoso en lugar de diez monjes y otros tantos sacerdotes, dentro de poco ya no escucharíamos sino quejas acerca de sus excesivos gastos.
La disposición del mundo es tal, que "amontonando" insaciablemente un gran número de engañadores, desea eliminar todo lo que pertenece a Dios. La causa de tantos errores no es otra sino estos hombres, que por sí mismos deciden ser engañados y no instruidos convenientemente. Y ésta es la razón por la que Pablo añade la expresión teniendo comezón de oír. ("La mayoría no puede admitir correcciones, o amenazas, o aun siquiera la sencilla doctrina. Cuando denunciamos los vicios, aunque no utilicemos un lenguaje violento, ellos piensan que todo está perdido. Nunca el mundo había sido tan obstinadamente perverso como lo es ahora, y aquellos que han hecho una profesión de fe evangélica parecen esforzarse, tanto como pueden, por destruir la gracia de Dios. Pues no estamos hablando únicamente de los papistas, quienes combaten furiosamente contra nosotros, sino de aquellos que se adhieren a la reforma protestante del Evangelio. Vemos que ellos desearían ser como potros desenfrenados. (No les preocupa el yugo, ni el gobierno, ni cosas de esta naturaeza.) Dejemos que actúen como ellos quieran, que se les permitan todas las blasfemias y todo el libertinaje; todo es lo mismo, con tal que no tengan ninguna clase de ceremonias, y que desprecien al Papa y a los idólatras. Ésta es la forma en que muchos que hacen una profesión de fe evangélica quisieran ser gobernados; empero la razón es que tienen «comezón de oír»." Fr. Ser.) Cuando él quiere asignar una causa a tan grande mal, se vale de una elegante metáfora, con la cual indica que el mundo tendrá oídos tan refinados, y tan excesivamente ansiosos de novedades, que buscará para sí diferentes instructores, y será seducido por los nuevos inventos. El único remedio para este vicio es que los creyentes sean enseñados a apegarse fuertemente a la pura doctrina del Evangelio.
bY LeMS
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