La Salvación del SEÑOR y de la mano del SEÑOR

 
Por R. C. Sproul
Libro: ¿Salvado de qué?
Paginas: 25-27

En el núcleo del mensaje bíblico de la salvación se encuentra otro concepto que a menudo se minimiza en el pensamiento moderno. La salvación es del Señor. Ningún ser humano tiene los recursos, el poder, el dinero o el merito para salvarse así mismo. El poder que se necesita para salvarnos no está en nosotros. Debe de venir de Dios. La salvación es del Señor porque solo el Señor puede lograrlo.

Hace unos años me encontraba hospitalizado porque tenía cálculos renales. Si usted alguna vez ha padecido de cálculos renales, sabe lo que significa una desgracia. Eran las navidades y estaba acostado en mi cama mirando el televisor que estaba fijado a la pared, al cambiar de canal, me tropecé con un servicio religioso que se estaba realizando en una iglesia de California. El pastor estaba leyendo la historia de Navidad que aparece en Lucas. Yo había escuchado este texto infinidad de veces: “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lc. 2:11). Mientras escuchaba la historia esta vez, me dije: “Eso es lo que necesito ahora. Necesito un Salvador”. Mi alma estaba en perfectas condiciones, pero necesitaba que me salvaran el riñón y rápido. En ese momento, Dios tenía toda mi atención y yo sabía que necesitaba ser salvado.

Los médicos me salvaron de mi calamidad, pero la única persona que puede salvar a alguien de la ira venidera es el Salvador designado por Dios, la única salvación que al final importa es la del Señor. Sin embargo, cuando las Escrituras nos dicen que Dios nos salva, que esa salvación es del Señor, solemos olvidar que la salvación también es salvación de la mano de Dios.

¿De qué necesitamos que nos salven? Necesitamos que nos salven de Dios. Lo último en el mundo que el pecador impenitente quisiera encontrarse al otro lado de la tumba es a Dios. Pero la gloria del evangelio es que aquel del que necesitamos que nos salven es precisamente el que nos salva. Dios al salvarnos, nos salva de Él mismo.


¡Ay de aquellos que no tengan Salvador el día de la ira! La Biblia dice que ese día los no creyentes gritaran a los montes que caigan sobre ellos, a las colinas que los cubran. Las personas buscaran refugio de la naturaleza misma exclamando “¡Cúbreme! ¡Dame un escudo!” Pero hay un solo escudo que puede proteger a las personas de la ira venidera. Es la cubierta de la Justicia de Cristo.


Cuando ponernos nuestra Fe en Jesús, Dios nos abriga con las vestiduras de Jesús y las vestiduras de la Justicia de Cristo nunca jamás son objeto de la ira de Dios. El que corre a Jesús tiene paz con Dios y no queda condenación.

Cuando la calamidad aconteció en la época de Noé, llegó el día del Señor y casi el mundo entero se destruyó en el diluvio. Pero para Noé y su familia, el día del Señor fue su día de Salvación. Para el no creyente, el día del Señor es un día de oscuridad sin ninguna luz. Para el cristiano, el día del Señor es un día de luz sin ninguna oscuridad.

¿Es usted Salvó? Esa pregunta es la cuestión más importante a la que una persona se pueda enfrentar.

Cuando consideramos aunque sea por un momento la terrible dimensión del desenfrenado derramamiento de la ira de Dios, temblamos en nuestras almas. Cuando consideramos que merecemos ser consumidos por la ira y nos percatamos de que su ira en cambio ha consumido a Jesús en nuestro lugar, cuando reconocemos la grandeza de la Salvación que Él nos ha dado. ¿Cómo podremos huir si ignoramos una salvación tan grande?


bY LeMS

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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