LA CONVERSIÓN

 
Por: Dr. Gerald Nyenhuis H.

30 DOCTRINAS ESENCIALES DEL CRISTIANISMO

La regeneración y la conversión están íntimamente relacionadas. Son como dos lados de la misma moneda.

Podemos decir que la conversión es el lado experimental de la regeneración. También se puede decir que la conversión es la experiencia de la regeneración. Afirmamos también que la regeneración produce la conversión. Una manera para decirlo filosóficamente es afirmar que la conversión es el correlato de la regeneración. Aunque es importante distinguir la regeneración de la conversión, y viceversa, siempre se dan juntas. No son lo mismo, pero nunca se da la una sin la otra.

El texto bíblico que, sin duda, más sucintamente explica la conversión es I Tesalonicenses 1:9: “…cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero.” Las palabras griegas que se traducen como “conversión” son trefo y epistrefo que son básicamente la misma palabra, el prefijo “epi” quiere decir “sobre” o “hacia”. Las palabras en su raíz quieren decir tornar, voltear o voltear hacia. Otra palabra griega es metanoia, que quiere decir un cambio de opinión, cambio de actitud (literalmente cambio de mente). Una tercera palabra es metamelomai, que quiere decir arrepentirse, un elemento importante de la conversión. Las palabras hebreas son ICAM y sub. ICAM quieren decir “arrepentirse” pero con la idea de cambio de plan (en este sentido se habla de que “Dios se arrepintió”). Shubh quiere decir volverse o retornar. Los varios sentidos se combinan bien para darnos la idea bíblica de la conversión.

La idea de dar una vuelta es importante. Se deja una cosa, una actitud, un hábito u orientación se vuelve hacia otro. Un convertido no puede seguir en lo anterior; si no hay una nueva dirección en su vida no se puede decir que alguien se ha convertido.

En cuanto a la conversión se habla de un cambio, de antes y después. La conversión marca la transición. El convertido siempre explica cómo era y cómo es y cómo será. Su conversión marca el punto entre su pasado y su porvenir. Aunque la persona parezca igual, da testimonio de que ya no es como era, ya es diferente, no es como era antes.

Aunque divinamente provocada, la conversión es una doble actividad humana. La conversión es un solo acto humano que consiste de dos facetas, ninguna de las dos puede realizarse sin la presencia y poder de Dios. Aunque son dos facetas o pasos, distintos y sucesivos, ni son precisamente simultáneos, sin embargo, se traslapan y ocurren juntos. Estas actividades divinohumanas son arrepentimiento y fe. La conversión consiste en arrepentimiento y fe.

La conversión, en el sentido de arrepentimiento es dar la espalda al pecado. Es un pleno reconocimiento de nuestra culpabilidad por la desobediencia y la transgresión que caracteriza nuestra vida total. Es dejar por completo el autoengaño que constantemente practicamos, queriendo convencer a los otros, y a nosotros mismos, de que realmente “no somos tan malos” o, por lo menos, no peor que los demás, y en unos puntos, quizá, un poco mejores. El fariseo, en la parábola de Jesús (Lucas 18: 914), es un buen ejemplo de esta actitud de autoengaño. Este reconocimiento sincero de la verdadera condición de uno, medido por la ley de Dios, se llama confesión. Esta confesión es mucho más que un simple requisito formal para una absolución que se pudiera conseguir ritualmente. Más bien es la actitud de Job (42:6): “Por tanto me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza.”

El arrepentimiento siempre trae algo de tristeza, pena, pesar, congoja, duelo, abatimiento, desconsuelo y desesperanza. Nunca puede ser una actitud de ligereza y superficialidad. Es sentirse profundamente afligido por haber ofendido a Dios. El Salmo 51 contiene profundas expresiones de este sentimiento.


En Hechos 11:18 leemos que este arrepentimiento es algo que Dios da y se llama “arrepentimiento para vida”.

En II Corintios 7:10 Pablo lo hace muy claro, dice: “…la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte”. Esta tristeza es este seguro autoconocimiento que nos da la ley de Dios, obrado en nosotros por el Espíritu Santo. La Biblia habla de una “tristeza del mundo”, un arrepentimiento, hasta remordimiento, por habernos metido en problemas, por habernos causado daño y castigo o por haber dañado nuestra autoestima. Esto, dice la Biblia, produce muerte.


El arrepentimiento es una actividad continua y constante en la vida cristiana. Es también una actividad consciente.
Conscientemente el arrepentido deja el pecado y se aleja de él. En el arrepentimiento encontramos los tres elementos de la vida consciente del ser humano: el intelectual, el emocional y el volitivo. Toda la consciencia está involucrada en el arrepentimiento.

Ya hemos dicho que la conversión es volvernos de… y volvernos hacia...Son los dos polos de la conversión. Si no están los dos polos es conversión a medias, y no una verdadera conversión. El segundo polo es la fe, fe en Cristo. Es fe en Dios y en la Palabra de Dios, ya que la fe viene de la Palabra de Dios (Romanos 10:17).

Tener fe es el segundo aspecto de la doble actividad de la conversión. Es una actividad del ser humano y en el ser humano, pero una actividad provocada por Dios, por su Santo Espíritu, por medio de su Palabra. La fe, según Pablo en su carta a los Efesios (2:8), es don de Dios.

La fe está definida en el Catecismo de Heidelberg como un seguro conocimiento y una verdadera confianza (preg. y resp. # 21). Pone el conocimiento primero y luego la confianza. Es lo contrario del procedimiento hoy en día. Hacemos énfasis sobre lo psicológico, damos menos énfasis sobre lo intelectual. La Biblia primero pone el énfasis sobre lo que creemos y después en la experiencia de creer.

La fe es más que una sensación de creer, poniendo el énfasis en nosotros y nuestros sentimientos; la fe más bien tiene que ver con la verdad y lo que creemos como verdadero. El hecho de que creamos no nos cambia la vida, la verdad de lo que creemos sirve como fundamento de nuestra fe. Los demonios creen, y tiemblan, dice Santiago (2:19).

Lo que creemos es el ingrediente esencial de la fe. Confiar en nuestra capacidad de creer es una especie de autoengaño pero el contenido de la fe es el ingrediente imprescindible de ella.

Tomado de: http://www.geraldnyenhuis.org//imagenes/Estudios/30doctrinas/30DL15.pdf

bY LeMS

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“Cualquier hombre que piensa que es cristiano y que ha aceptado a Cristo para la justificación sin haberlo aceptado al mismo tiempo para la santificación, se halla miserablemente engañado en la experiencia misma”

Archibal A. Hodge

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