LA OBRA DE CRISTO
COMO EL CUMPLIMIENTO PERFECTO DE LA LEY.
Por Lorainer Boettner
Tomado de: Tratado
sobre la Expiación Limitada
Si los beneficios de
la expiación son universales e ilimitados, debió haber sido lo que los Arminianos
representan que fue – meramente un sacrificio para borrar la maldición que se hallaba
sobre la raza por medio de la caída en Adán, un mero sustituto para la
ejecución de la ley que Dios, en Su soberanía, miró adecuado de aceptar en
lugar de lo que el pecador estaba obligado a dar, y no una satisfacción
perfecta que cumplió las demandas de la justicia. Significaría que Dios ya no
demanda una obediencia perfecta, como la que esperaba de Adán, sino que ahora
ofrece salvación en términos más bajos. Entonces, Dios removería los obstáculos
legales y aceptaría tal fe y obediencia evangélica a medida que la persona
pudiera rendirlas si así lo decidiera, con una habilidad misericordiosamente restaurada
– con el Espíritu Santo, por supuesto, ayudando de manera general. De este modo
se extendería la gracia, en el sentido que Dios ofrece un camino de salvación
más fácil – Él acepta cincuenta centavos de dólar, por así decir, dado que el
pecador no puede pagar más.
Por otro lado, los
Calvinistas sostienen que la ley de la obediencia perfecta que fue dada originalmente
a Adán era permanente, que Dios nunca ha hecho nada que pudiera dar la impresión
de que la ley era demasiado rígida en sus requerimientos, o demasiado severa en
su penalidad, o que se hallaba en posición ya sea de ser abrogada o derogada.
La justicia divina demanda que el pecador sea castigado, ya sea en sí mismo o
en su sustituto.
Sostenemos que Cristo
actuó de una manera estrictamente sustitutiva para Su pueblo, que Él hizo una
satisfacción plena por sus pecados, borrando así la maldición de Adán y todos sus
pecados temporales; y que, por Su vida sin pecado, guardó perfectamente, para
ellos, la ley que Adán había quebrantado, ganando así para Su pueblo la
recompensa de la vida eterna. Creemos que el requerimiento para la salvación
ahora, como originalmente, es la obediencia perfecta, que los méritos de Cristo
les son imputados a Su pueblo como la única base de su salvación, y que entran
al cielo vestidos únicamente con la capa de Su justicia perfecta y destituidos
de cualquier mérito propio. De modo que la gracia, la pura gracia, se extiende
no disminuyendo los requerimientos para la salvación sino en la sustitución de Cristo
para Su pueblo. Él tomó su lugar ante la ley e hizo por ellos lo que ellos no
podían hacer por ellos mismos. Este principio Calvinista es adecuado de todas
formas para impresionarnos con la absoluta perfección y la obligación inmutable
de la ley que originalmente fue dada a Adán. No se relaja ni es puesta de lado,
sino que es apropiadamente honrada de modo que se pone de manifiesto su
excelencia. La ley en su majestad se ejecuta y hace valer a favor de aquellos
que son salvados, por quienes Cristo actuó, y a favor de aquellos que están
sujetos al castigo eterno.
Si la teoría
Arminiana fuese cierta se entendería que millones de aquellos, por quienes Cristo
murió, se hallan finalmente perdidos, y que la salvación nunca se aplica a
muchos de aquellos para quienes fue ganada. ¿Qué beneficios, por ejemplo,
podemos señalar en las vidas de los paganos y decir que los han recibido de la
expiación? También se entendería que los planes de Dios han sido truncados y
vencidos muchas veces por Sus criaturas y que aunque puede actuar de acuerdo a
Su voluntad en el ejército de los cielos, no hace lo mismo entre los habitantes
de la tierra.
“El pecado de Adán,”
dice Charles Hodge, “no hizo meramente posible la condenación de todos los
hombres; fue el fundamento de su verdadera condenación. Así, la justicia de Cristo
no hizo meramente posible la salvación de los hombres, sino que aseguró la salvación
real de aquellos para quienes fue llevada a cabo.”
El gran predicador
Bautista Charles H. Spurgeon dijo: “Si Cristo ha muerto por vosotros, no podéis
nunca perderos. Dios no os castigará dos veces por una cosa. Si Dios castigó a Cristo
por vuestros pecados Él no os castigará. ‘el pago de la justicia de Dios no
puede ser demandada dos veces; primero, de la mano sangrante del Salvador, y
luego una vez más de la mía.’ ¿Cómo puede Dios ser justo si castigó a Cristo,
el sustituto, y luego el hombre mismo después de eso?”
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