Lutero y Calvino hablan de los Peligros de Especular con respecto a la
Elección
Aparte de Cristo
© 2006, Modern Reformation
Magazine, “¿Ha Fracasado Dios?” (Septiembre / Octubre,
Edición 2006, Vol. 15.5).
En
1524 Erasmo de Rótterdam decidió involucrar al famoso Martín Lutero en un debate
con respecto al libre albedrío y la salvación. Siendo crítico del enfoque de Lutero
orientado a la gracia, Erasmo advertía que los Cristianos no debían “por medio
de la investigación irreverente involucrarse en aquellas cosas que son ocultas,
por no decir superfluas.” Entre la lista de debates irreverentes o superfluos,
Erasmo incluía la cuestión de “si nuestra voluntad logra algo en lo que atañe a
la salvación eterna.” Esta afirmación no le cayó nada bien a Lutero quien en
1525 publicó su libro La Esclavitud de la
Voluntad como respuesta a las quejas de Erasmo. “Este es el tema cardinal
entre nosotros, el punto sobre el cual gira todo en esta controversia,”
escribió Lutero. “Pues si soy ignorante de qué, de cuán lejos, y cuanto puedo y
debo hacer en relación con Dios… no puedo adorar, alabar, agradecer y servir a
Dios, puesto que no se cuánto debo atribuirme a mí mismo y cuánto a Dios.”
A lo
largo de La Esclavitud de la Voluntad, Lutero presenta su
caso de que uno no puede tener una visión estable de la gracia de Dios a menos
que se halle anclada en la doctrina de la elección. Él argumenta, por ejemplo,
que un hombre no experimentará una desesperación completa con respecto a sí
mismo y sus propias obras hasta que “no dude que todo depende de la voluntad de
Dios.” De modo que, el conocimiento de la voluntad soberana de Dios es la única
medicina lo suficientemente fuerte como para matar el virus del orgullo humano
en el esquema de Lutero. “Pues en tanto que [uno] esté persuadido de que no
puede hacer lo más mínimo en dirección de su salvación, se queda con algo de
autoconfianza y no se desespera totalmente con respecto a sí mismo, y por lo
tanto no se humilla delante de Dios, sino que presume que existe… algún lugar,
tiempo y obra para él, por la cual podrá, al fin, conseguir la salvación.”
Pero, ¿quizás
esta medicina sea un poco demasiado fuerte? Pues con frecuencia, cuando los
Cristianos comienzan a considerar el hecho de que la salvación se halla fuera
de sus manos, comienzan a cuestionar si pertenecen o no al número de los
elegidos de Dios, de modo que se desesperan y dudan que ellos mismos sean
verdaderamente salvos. La palabra que Lutero usaba para describir este tipo de
ansiedad era Anfechtungen, pues él personalmente batalló con esta
cuestión por algún tiempo. Luego de caer repetidamente en la trampa de
especular sobre la predestinación aparte de Cristo, Lutero admite de manera sincera,
“yo… en realidad llegué al punto de imaginar que Dios es un pícaro.” Pero la angustia
de Lutero con respecto a la predestinación fue atendida por los buenos consejos
de Staupitz, el mentor de Lutero, tal y como lo recuerda durante una de sus
charlas: Staupitz dijo, “si quieres disputar con respecto a la predestinación,
comienza con las heridas de Cristo, y la discusión cesará. Pero si sigues
debatiendo sobre ello, perderás a Cristo, la Palabra, los sacramentos, y todo.”
Lutero encontró en el consejo de Staupitz algo de gran valor, a saber, que
todos nuestros pensamientos con respecto a la elección y la predestinación
deben estar anclados en Cristo.
Una y otra vez
el reformador comparte el sano consejo que recibió, advirtiendo a sus lectores
a no “preocuparse por las muchas personas en el mundo que no son escogidas. Si no
sois cuidadosos, ese cuadro les afectará muy rápidamente y será su perdición.”
En vez de eso, hemos de “mirar el cuadro celestial de Cristo, quien descendió
al infierno por causa de vosotros y fue abandonado por Dios… En ese cuadro
vuestro infierno es derrotado y su elección incierta se hace segura.” Sólo de
esta manera la gracia electiva de Dios llega a ser para nosotros una doctrina
de gran consuelo y gozo. Pero incluso aquí, Lutero aún nos ofrece palabras de
cautela, “El antiguo Adán debe estar totalmente muerto antes de poder soportar
este asunto y beber de este vino tan fuerte. Por lo tanto, aseguraos de que no
bebáis vino mientras aún sois unos bebés en el seno.”
Un componente
crucial de la exposición de la doctrina de la predestinación por parte de
Lutero es la
distinción entre las cosas ocultas y las cosas reveladas. Basándose en el texto
de Deuteronomio 29:29, Lutero les recordaba continuamente a sus lectores que “Las
cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para
nosotros y para nuestros hijos para siempre.” Por lo tanto, el Cristiano no
debiese tratar de buscar a Dios en su “majestad desnuda,” sino más bien
buscarle solo en tanto que Él se haya vestido y revelado a Sí mismo. Especular
con respecto a la predestinación de uno era peligroso para Lutero porque
equivalía a entrar sin autorización en las cámaras secretas de Dios, mientras que
enfocarse en Cristo y encontrar la elección de uno en Él era descansar en las
cosas reveladas de Dios. Note por ejemplo como Lutero emplea esta distinción en
uno de sus sermones sobre Juan 3:16. Dirigiéndose al tipo de persona que dice, “Soy
un pecador demasiado grande, ¿y quién sabe si soy predestinado?” Lutero
responde diciendo, “Mirad estas palabras… ‘De tal manera amó Dios al mundo,’ y ‘para
que todo aquel que en él cree,’… aquí nadie es excluido. El Hijo de Dios fue
dado para todos, a todos se les pide que crean, y todos los que creen no
estarán perdidos, etc.” Lutero no argumenta aquí que todo el mundo ha sido
escogido, sino más bien que la promesa ofrecida se extiende a todos los hombres.
Aunque no tenemos acceso a la lista de nombres en el Libro de la Vida del Cordero,
sí tenemos acceso a la promesa evangélica que Dios ha anunciado al mundo por medio
de la proclamación del evangelio. “Dios nos ha dado a Su Hijo, Jesucristo,”
escribe Lutero, “debiésemos pensar en Él diariamente y reflejarnos nosotros
mismos en Él. Allí descubriremos la predestinación de Dios y la encontraremos
de lo más hermosa.”
La
distinción entre las cosas ocultas y las cosas reveladas se halla en el corazón
del argumento de Lutero a lo largo de toda su obra La
Esclavitud de la Voluntad. Refiriéndose a Ezequiel
18:23 (“¿Quiero yo la muerte del impío?”), Lutero comenta, “Pues él está aquí hablando
de la misericordia de Dios predicada y ofrecida, no de aquella voluntad de Dios
oculta y asombrosa por la cual Él ordena, por su propio consejo, cuál y qué
tipo de personas
Él
desea que sean recipientes y partícipes de su misericordia predicada y
ofrecida. No se debe escudriñar en lo profundo de esta voluntad, sino que debe
ser adorada con reverencia.”
Así que, desde
la perspectiva de la voluntad revelada de Dios en el evangelio, uno puede en verdad
decir “Dios quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Tim. 2:4). Pero, desde
la perspectiva de la elección secreta de Dios, también necesitamos afirmar que “ninguno
puede venir a mí [Cristo], si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:64). Una vez
más, “el porqué esta majestad Suya no retira o cambia este defecto de nuestra
voluntad en todos los hombres… es algo en lo que no tenemos derecho de
inquirir.”
Es importante
señalar aquí las similitudes entre las perspectivas de Lutero y las de Juan Calvino
en este punto. Por ejemplo, Calvino escribe, “Se puede preguntar, si Dios no
desea que ninguno perezca, ¿por qué es que tantos perecen?” A esto Calvino
responde que “no se hace aquí ninguna mención del propósito oculto de Dios…
sino solo de su voluntad tal y como se nos da a conocer en el evangelio. Pues
Dios extiende allí su mano a todos sin ninguna diferencia, pero toma solamente
a aquellos, para dirigirles hacia Sí mismo, a quienes ha escogido desde antes
de la fundación del mundo.” Y con respecto a aquellos que especulan
irreflexivamente sobre quién es predestinado y quién no, Calvino advierte que esto
puede llegar a convertirse en “un laberinto, del que la mente del hombre no
puede – por ningún medio – librarse por sí misma.” De modo que, ¿qué sugiere
Calvino que hagamos?
No podemos
hallar la certeza de nuestra elección en nosotros mismos; y ni siquiera en Dios
el Padre, si miramos a Él aparte del Hijo. Cristo, entonces, es el espejo en el
que debiésemos, y en el cual, sin decepción, podemos contemplar nuestra
elección… si estamos en comunión con Cristo, tenemos una prueba suficientemente
clara y fuerte de que estamos inscritos en el Libro de la Vida.
Entonces,
quizás, Erasmo sí tenía de hecho una preocupación válida en su crítica de la “investigación
irreverente” que tan frecuentemente acompaña a casi todas las discusiones acerca
de la predestinación. Aquí Lutero y Calvino están totalmente de acuerdo. El
abuso de la doctrina de la predestinación no es un buen argumento para
rechazarla. Más bien, lo que se necesita es una exposición cuidadosa de esta
doctrina bíblica crucial, junto con sugerencias para eliminar las numerosas
causas de su abuso. Con respecto a este asunto Calvino afirma con valentía, “Ninguna
doctrina es más útil, siempre y cuando se maneje de una manera adecuada y cauta…
Si los hombres evaden cualquier otro argumento, la elección les cierra la boca,
de modo que no se atreven y no pueden reclamar algo por ellos mismos.” Esta es
precisamente la manera en que Lutero razonó en su respuesta a Erasmo. Y es
también precisamente la manera en la que debemos pensar con respecto a la
verdad aleccionadora, pero maravillosa, de la gracia electora de Dios en
nuestro tiempo.
Traducción de Donald
Herrera Terán, para http://www.contra-mundum.org
bY LeMS
Dios nunca manda a una persona para buscar si es predestinado a la salvación o no- solamente manda que todo hombre se arrepiente de sus pecados y cree en el evangelio. Esta doctrina de la predestinación es de confort para cada creyente- gracias a Dios por Su obra tan grande en nuestras vidas!
ResponderBorrarJason Boyle: Gracias por su comentario.
ResponderBorrarEstuve revisando su sitio Web, esta excelente.
Saludos hermano
Soli Deo Gloria
Lenin