Libro II, Capitulo XVI, P. 8, 9
Página 413 –
Por Juan Calvino
El descenso a los infiernos no debe ser olvidado,
porque aporta mucho a la realidad de nuestra salvación. Aunque de los escritos
de los antiguos se desprende que este artículo no era de uso corriente en las
iglesias, es necesario mantenerlo en su lugar para explicar bien la doctrina de
la que hablamos. Contiene un misterio muy útil que no debemos menospreciar por
tanto, se puede pensar que fue añadido después de la época de los apóstoles y
que entró en uso poco a poco.
Sea como sea, no hay duda de que representa lo que era
la fe común de los verdaderos creyentes. Todos los antiguos padres sin
excepción hacen memoria del descenso de Jesucristo a los infiernos, aunque sean
en sentidos diferentes. No tiene mayor importancia saber quien añadió esta
frase y cuando al símbolo. Lo que importa más bien es tener en el símbolo un
resumen completo de nuestra fe, al que no le falta nada y cuyas afirmaciones
proceden todas de la palabra de Dios. Si a algunos le impide su pusilanimidad
admitirlo en el símbolo, mas adelante veremos que si se omite reduce mucho el
fruto de la muerte y la pasión de Jesucristo.
Hay muchas opiniones al respecto. Algunos creen que
aquí no se expone nada nuevo: se repite con palabras diferentes lo que ya se ha
dicho sobre la sepultura, porque el termino infierno se toma
frecuentemente como sepulcro. Admito lo que dicen en cuanto al término infierno,
pero hay dos razones contrarias a su opinión que me parecen suficientes para
refutarla.
Habría sido una frivolidad, después de haber
demostrado claramente y con palabras simples algo fácil de entender, repetirlo
con palabras mucho más oscuras. En efecto, cuando repetimos dos afirmaciones
para decir lo mismo, conviene que la segunda sea como una explicación de la
primera. Pero ¿Qué sentido tendría la afirmación de que fue sepultado significa
descendió a los infiernos?
No es verosímil que en este sumario, donde se exponen
de manera breve y concisa los principales artículos de nuestra fe, la iglesia
primitiva haya querido poner una repetición inútil que no habría encontrado su
lugar ni en un tratado mucho más largo. No dudo que los que examinen el asunto
con más detenimiento estarán de acuerdo conmigo.
9. ¿Fue Cristo a liberar a
los muertos?
Otros
tienen una interpretación diferente: Cristo descendió a donde estaban las almas
de los padres (es decir, de la época del
Antiguo Testamento) difuntos para llevarles el mensaje de su redención y
sacarlos de la prisión en las que estaban encerrados (Tomas de Aquino, Suma Teológica, III, q. 52 a 5.).
Para dar peso a esta fantasía, traen por los pelos
algunos testimonios bíblicos: “Quebrantó las puertas de bronce, y
desmenuzó los cerrojos de hierro” (Salmos 117:16) y “Yo
he sacado tus presos de la cisterna en que no hay agua” (Zacarías
9:11). Pero el salmo 107 habla de la liberación de los que, en sus viajes, son
retenidos cautivos en un país extranjero. Zacarías compara un abismo profundo
con el exilio del pueblo, porque este estaba como sepultado en Babilonia. Eso
equivale a decir que la salvación de toda la iglesia será como la salida del
fondo del infierno.
No sé cómo ha podido ser que haya pensado que
existiese una caverna bajo tierra a la cual llamar limbo (limbus patrum. Tomas de Aquino, Suma Teológica). Semejante fabula, pese a tener autores famosos (Ireneo, Tertuliano, etc.) y a que todavía hoy muchos la defiendan como artículo
de fe, no es más que un. . . mito. Es algo pueril encerrar las almas de los
muertos en una prisión. Además, ¿Qué necesidad habría de que Jesus descendiese
para sacarlos? Admito de buen grado que Jesucristo nos ilumino por el poder de
su Espíritu, para que supieran que la gracia que ellos habían gustado tan solo
en esperanza se había manifestado en el mundo.
No es más que una demostración de impertinencia
aplicar a esta cuestión el texto de Pedro en el que dice que Jesucristo vino y
predicó a los espíritus que estaban, en mi opinión, no en una prisión, sino
como vigilantes sobre una atalaya (1 Pedro 3:19). El hilo del texto nos conduce
a lo siguiente: los creyentes muertos antes de aquel tiempo eran con nosotros
los beneficiarios de una misma gracia. La intención del apóstol es exaltar el
poder de la muerte de Jesucristo, que llegó hasta los muertos, las almas
creyentes que se alegran como viendo la visitación que habían esperado y sobre
la que habían inquirido intensamente. Por otro lado, a los reprobados se le
notificó que estaban excluidos de toda esperanza. El hecho de que Pedro no
distinga con claridad a unos y a otros no significa que los confunda; solamente
quiso decir que todos percibieron y reconocieron el gran poder de la muerte de
Jesucristo.
10. Cristo cargó sobre su
alma la muerte espiritual que nosotros merecíamos.
Dejemos a un lado el símbolo y busquemos una
interpretación más segura del descenso de Jesucristo a los infiernos, que está
presente en la palabra de Dios: dicha interpretación es no solo buena y santa,
sino llena de un maravilloso consuelo (Catecismo de Heidelberg. Preg. 44).
No habría
pasado nada si Jesucristo solo hubiese sufrido solo una muerte corporal.
Era necesario que soportase el rigor de la venganza de
Dios en su alma, a fin de contrarrestar su ira y satisfacer su juicio. Por
tanto, tuvo que combatir contra las fuerzas del infierno y luchar contra el
horror de la muerte eterna.
Más arriba hemos citado al profeta Isaías, que dice
que el castigo que nos da la paz cayó cobre él, que fue traspasado a causa de
nuestros crímenes, molido a causa de nuestros pecados (Isaías 53:5). Lo que
significa que él fue el garante y valedor, que se constituyo en deudor
principal y se hizo como culpable, para llevar los castigos que estaban
preparados para nosotros y liberarnos. La única excepción es que “era
imposible que fuera retenido por” la muerte (Hechos 2:24). Además no hay razón
alguna para sorprendernos si se dice en el símbolo que descendió a los
infiernos, puesto que Jesucristo soportó la muerte con la que Dios castigó en
su vida a los pecadores, a nosotros.
La objeción que alguno plantean es demasiado
inconsistente y ridícula (Puede
ser una referencia a Sebastian Castellion (1515 - 1563), que se opuso a este
concepto): nuestra
explicación no sería adecuada, porque no respetaría el orden y no resultaría
apropiado colocar después de la sepultura lo que tuvo lugar antes. Después de
haber expuesto lo que Jesucristo sufrió a la vista de los hombres, es oportuno
colocar el juicio invisible e incomprensible que pasó ante Dios. De este modo,
sabemos que no solo su cuerpo fue entregado para pagar nuestra redención, sino
que hubo otro pago, más solemne y excelente: soporto los espantosos tormentos
que sufren los condenados y los perdidos.
11. Cristo sufrió en su alma
los dolores de nuestra maldición
Este es el sentido de las palabras de Pedro cuando
dice que Jesucristo, al resucitar, fue librado “Suelto los dolores de la muerte,
por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hech. 2:24). El apóstol
no solo nombra la muerte: cuenta que el Hijo del hombre fue atado por las
tristezas y angustias que la ira y la maldición de Dios suscitan en tanto que
son fuente y principio de la muerte. Habría sido bien poca cosa que Jesucristo
se hubiese ofrecido para soportar la muerte, si hubiese estado desprovista de
tristeza y angustia, como una especie de juego. La verdadera demostración de su
misericordia infinita fue no escapar a la muerte, la cual le producía un
extremo horror.
Es cierto que el apóstol, en la epístola a los Hebreos
enseña lo mismo, cuando dice que Jesucristo fue escuchado a causa de su
angustia (Hebreos 5:7). Algunos traducen respeto o piedad, pero eso no es
apropiado si se consideran la gramática y el tema tratado. Jesucristo, habiendo
obrado con lágrimas y gran clamor, fue liberado de su temor, no para ser
eximido de la muerte, sino para que ella
no se lo tragara como un pecador, porque el representaba a nuestra persona, de
hecho, no se puede imaginar abismo tan espantoso como el de sentirse abandonado
por Dios y dejado por el, no recibir su ayuda cuando se le invoca y no esperar
otra cosa él más que nuestra perdición y destrucción. Jesucristo experimento
eso hasta el punto de que su angustia le hizo gritar: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me
has desamparado?” (Mateo 27:46; Salmo 22:2). La idea que algunos
proponen – que esta frase se refiere a los otros y no a su propia experiencia
–no es verosímil, porque se ve claramente que esta expresión habla de una
profunda amargura de corazón.
Sin embargo, no queremos deducir de esto que Dios haya
sido jamás adversario de Cristo o haya estado airado contra el. En efecto,
¿Cómo se iba a enojar el Padre contra su Hijo amado, en quien puso toda su
complacencia (Mateo 3:17)? ¿O como iba Cristo a apaciguar al padre para con los
hombres mediante su intercesión, si su ira estaba contra él? Afirmamos que
Cristo soporto el peso de la venganza de Dios, azotado y afligido por su mano,
y que experimentó todo lo que Dios muestra a los pecadores cuando les
manifiesta su ira y los castiga. Por eso dice Hilario que, con este descenso a
los infiernos, hemos ganado el bien de que la muerte esté ahora abolida. En
otros pasajes, se acerca a nuestra tesis cuando dice que la cruz, la muerte y
los infiernos son nuestra vida. Del mismo modo. El Hijo de Dios está en los
infiernos, pero el hombre es elevado a los cielos.
Pero para que invocar los testimonios de este
interprete si el apóstol afirma lo mismo cuando dice que el fruto de la
victoria de nuestro Señor Jesucristo, que tiene que ver con nosotros, es que
somos liberados de la esclavitud en la que nos tenia retenidos el miedo a la
muerte (Hebreos 2:15). Por tanto, fue necesario que Jesucristo venciese todos
los temores que asaltan y atormentan por naturaleza a los hombres mortales: eso
solo podía hacerse combatiendo. A continuación se verá que la tristeza de
Jesucristo no fue algo ordinario o concebido a la primera.
En resumen, Jesucristo combatió contra el poder del
diablo, contra el error de la muerte, contra los dolores del infierno, los
venció y triunfó sobre ellos para que ya no tengamos miedo a aquello que
nuestro príncipe ha abolido y suprimido.
En mi próxima entrada abordaré el mismo tema pero
desde la óptica de otros Reformados como: Charles Hodge, Luis Berkhof, etc. Así
como la de nuestras confesiones y Catecismos Reformados.
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