Por B. B. Wardfield
El Catecismo menor tal vez no sea muy
fácil de aprender. Y ciertamente no enseña por sí mismo. Sus creadores
estaban menos preocupados por hacerlo más fácil que por hacerlo bien. Como uno de ellos, Lázaro Seaman,
explicó, buscaron poner en él no el conocimiento que el niño tiene, sino lo que
debe tener. Y no soñaron con que alguien esperara que se explicara por sí mismo.
Más bien, lo comisionaron a hombres fieles, celosos maestros de la verdad,
"para ser", como la Asamblea general escocesa lo puso en el Acto que
lo aprobó, "un Directorio para catequizar a los de menor capacidad",
así como publicó el Catecismo mayor "para ser un Directorio para
catequizar a los que tienen alguna capacidad en el conocimiento de los fundamentos
de la religión".
Sin duda es necesario esforzarse tanto
para enseñar como para aprender el Catecismo menor; tanto la enseñanza como el aprendizaje
de los fundamentos de cualquier área de conocimiento requieren de cierto
esfuerzo. Nuestros hijos - al menos algunos de ellos – se quejan incluso de la
aritmética primaria, y encuentran que el análisis sintáctico es una carga. Incluso
el logro del arte de la lectura ha demostrado ser una tarea tal que "leer
sin lágrimas" es considerado un logro. Creemos, sin embargo, que el
aprendizaje de la aritmética, gramática y lectura valen el esfuerzo del maestro
para enseñarle, y la dificultad del alumno para aprenderlo. ¿No creemos que el aprendizaje
de los fundamentos de la religión valen algún esfuerzo e incluso, si es
necesario, algunas lágrimas?
¿Por qué los fundamentos de la
religión necesitan ser enseñados y aprendidos tan verdaderamente como los de
cualquier otra cosa? No nos engañemos. La religión no viene por sí misma; es
siempre una cuestión de instrucción. Las emociones del corazón, en las que
muchos parecen pensar que consiste exclusivamente la religión, siempre siguen
los movimientos del pensamiento. La pasión por el servicio no puede ocupar el
lugar de la pasión por la verdad, o superar los riesgos por aprender la verdad;
porque es temerario ir por mar y tierra para hacer un prosélito, y después de
hacerlo, descubrir que lo hemos hecho solo un 'hijo del infierno'. Es por eso
que Dios establece y extiende su Iglesia a través de la ordenanza de la
predicación; es por eso que tenemos escuelas dominicales y estudios bíblicos. Sí,
es por eso que Dios estableció Su Iglesia por medio de la revelación. Él no se
contentó con enviar su Espíritu al mundo para convertir a los hombres a sí
mismo; él envía su Palabra al mundo también. Porque es por el conocimiento de
la verdad, y solo por el conocimiento de la verdad, que bajo la influencia
vivificante del Espíritu puede nacer la verdadera religión. ¿No valen las penas
del maestro comunicar, la pena del estudiante adquirir ese conocimiento de la
verdad? ¡Cuán desafortunado es el trabajo de retener la verdad - esa verdad
bajo cuya guía puede funcionar la naturaleza religiosa, si es que funciona
correctamente - para preservarnos a nosotros y a nuestros púlpitos de estas
penas!
Una historia que se cuenta de Dwight
L. Moody ilustrará el valor para la vida religiosa de aprender estas formas de verdad.
Él se había hospedado con un amigo escocés en Londres - pero dejemos que el
narrador cuente la historia. "Un joven vino a hablar con el sr. Moody
sobre las cosas de la religión. Él tenía dificultades con cierto número de
cuestiones, entre ellas la oración y las leyes naturales. '¿Qué es la
oración?', preguntó, '¡No entiendo de qué se trata! ' Ellos estaban en el
vestíbulo de una gran casa londinense. Antes de que Moody pudiera responder, se
oyó la voz de una niña cantando en la escalera. Era una niña de nueve o diez
años, hija del anfitrión. Vino corriendo escaleras abajo y se detuvo cuando vio
a los desconocidos sentados en el vestíbulo. 'Ven aquí, Jenny,' dijo su padre,
'y dile a este caballero "¿Qué es la oración?"' Jenny no sabía lo que
estaba pasando, pero entendió bien que fue llamada para recitar su Catecismo. Entonces,
su puso en posición, cruzó sus brazos, como una buena niña que 'diría sus
respuestas', y habló con su clara voz infantil: "La oración es un acto por
el cual manifestamos a Dios, en nombre de Cristo, nuestros deseos de obtener
aquello que sea conforme a su voluntad, confesando al mismo tiempo nuestros
pecados y reconociendo con gratitud sus beneficios." '¡Ah! ¡Es el
Catecismo! ', dijo Moody, 'gracias a Dios por ese Catecismo. '"
¡Cuántos han tenido la ocasión de dar
"gracias a Dios por este Catecismo!" ¿Alguien ha conocido a un hombre
realmente devoto que se haya arrepentido de aprender el Catecismo menor -
incluso con lágrimas - en su juventud? Cómo sus palabras sanas resuenan a la
memoria, en tiempos de prueba y sufrimiento, duda y tentación, dirigiendo las aspiraciones
religiosas, firmando el pensamiento vacilante, guiando los pies que tropiezan;
y añadiendo a nuestras meditaciones religiosas una riqueza y profundidad cada
vez mayores. "Cuanto más envejezco," dijo Tomás Carlyle en su vejez,
"y ahora estoy al borde de la eternidad, pero me vuelve la primera frase
del Catecismo, que aprendí de niño, y más completo y profundo se vuelve su
significado: '¿Cuál es el fin principal del hombre? Glorificar a Dios y
disfrutarlo para siempre.'" Robert Louis Stevenson también había aprendido
este Catecismo de niño; y aunque se había alejado de la fe que guiaba sus
pasos, nunca escapó de su influencia, y nunca perdió su admiración (podríamos
decir, reverencia) por ella. La Srª Sellars, observadora sagaz, aunque gentil,
nos dice en su agradable Recollections ("Recuerdos") que Stevenson
llevó consigo hasta el día de su muerte lo que ella llama "la indeleble
marca del Catecismo menor"; y él mismo muestra cómo lo estimaba cuando
comparó lo que llama los Catecismos "inglés" y "escocés" -
el primero, como dice, comenzando por "una trivial pregunta '¿Cuál es su
nombre?'", el segundo, "apuntando a las raíces mismas de la vida con
'¿Cuál es el fin principal del hombre? ' y respondiendo noble, aunque
obscuramente, 'Glorificar a Dios y disfrutarlo para siempre.'"
¿Cuál es la "marca indeleble del
Catecismo menor"? Tenemos la siguiente experiencia personal de un oficial
general del ejército de Estados Unidos. Él estaba en una gran ciudad del Oeste
en un momento de intenso nerviosismo y disturbios violentos. Una peligrosa
turba ocupaba las calles diariamente. Un día, observó que se acercaba un hombre
de singular calma y firmeza de actitud, cuya sola pose inspiraba confianza. Quedó
tan impresionado por su postura en medio de la agitación y el bullicio que,
cuando pasó, volvió a mirarlo y descubrió que el desconocido había hecho lo
mismo. Al verlo volver, el desconocido inmediatamente volvió hacia él, y
tocando su pecho con el índice preguntó, sin preámbulos: "¿Cuál es el fin principal
del hombre?". Al recibir la contraseña, "El fin principal del hombre
es glorificar a Dios y disfrutarlo para siempre" - "¡Ah!" Dijo:
"¡Sabía que eras un chico Catecismo menor, por tu apariencia!"
"Bueno, eso es exactamente lo que pensé de ti", fue la respuesta.
Vale la pena ser un chico Catecismo
menor. Ellos crecen para ser hombres. Y mejor que eso, son sumamente aptos para
crecer y para convertiré en hombres de Dios. Tan aptos, que no podemos dejar
que pierdan la oportunidad. "Instruye al niño en el camino en que debe
andar, y cuando sea viejo no se apartará de él."
Origen del
texto: https://monergismo.com/o-catecismo-menor-vale-a-pena/
Traducción:
Lenin MDS
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